Ť Tres picadores heridos... en el callejón por los mansos de Santa Fe del Campo
Con precios de Madrid, la México dio cartel indigno de La Florecita
Ť Entrada récord: 2 mil 500 espectadores Ť Bajonazos a granel Ť Presencia sin bravura
LUMBRERA CHICO
En corrida no apta para diabéticos ?con "arrogantes" ejemplares de la ganadería zacatecana de Santa Fe del Campo, llamados Mueganito, Chicloso, Caramelo, Buñuelo--, el diestro tlaxcalteca Rafael Ortega se encerró con los únicos 2 mil 500 espectadores que es capaz de atraer a la plaza más grande del mundo, teniendo como testigos a Raúl Gracia El Tato, Paco González y Sebastián Castella.
Dicho de otro modo, a precios de Madrid (18 por ciento
más caros que hace tres semanas, gracias a la complacencia de la
delegación Benito Juárez y del gobierno de López Obrador),
el "empresario" Rafael Herrerías organizó la decimonovena
herreriada de la temporada menos chica 2000-2001, diseñada
sospechosamente en esta ocasión para ahuyentar al público
y obtener, tal vez, magníficos dividendos gracias al jugoso negocio
del lavado de dinero, pues el cartel era indigno de La Florecita,
la modesta pero taurina plaza de Ciudad Satélite.
Otra oreja para Ortega
Mansos perdidos, tres de los engordados toros de Santa Fe del Campo saltaron al callejón a la hora de ser echados al ruedo y Buñuelo, negro entrepelado y capacho de 493 kilos, hizo una chuza de picadores al caer encima de Juan Miranda, David León y otro más, a los que envió a la enfermería con golpes y lesiones contusas.
Con excepción del noveno ?imagínese el calvario? de la tarde, Merenguero, cárdeno veleto de 520, todos los demás bicharrajos recibieron apenas un puyazo que les provocó una hemorragia menor a la causada por el arponcillo de la moña o divisa, que ostentaba los colores azul, verde y amarillo de la selección brasileña de futbol. A pesar del mínimo castigo que les dieron, las reses doblaron los remos y se volvieron de piedra al llegar al tercio de muleta, evidenciando su nula casta, su inexistente bravura, su deplorable calidad y su desalmada crianza.
Como en todas sus actuaciones a lo largo de esta temporada, Rafael Ortega cumplió en los tres tercios, repitiéndose ante Mueganito, al que mató recibiendo de un bajonazo, y luciéndose en un par al quiebro con Caramelo al que después, por la insistencia de sus 2 mil 500 fieles espectadores y la proverbial mansedumbre del juez Jesús Dávila, le cortó una oreja que lo convierte, fíjese usted como están las cosas, en el máximo triunfador del año... pasado.
Afanes de El Tato
De rosa y oro, algo pasado de kilos, El Tato fue el único que mostró detalles de torería, al esbozar una serie de naturales con Arrayán, de 540, y jugar en la cara de Chicloso, de 478, que nunca hizo honor a su nombre, pues no era ni pegajoso ni azucarado sino una mierda con cuernos igual que todos sus hermanos.
Tímido pero de buenos modales, el adolescente francés Sebastián Castella confirmó su alternativa sin pena ni gloria, doblándose con elegancia ante Buñuelo, el saltarín que hiriera a los picadores, y después ante Camotito, 522, con el que se hizo ídem dada la pésima catadura del bovino, al que mató con dificultad oyendo un par de avisos.
Si todo lo anterior resulta inexplicable en la plaza de toros que pretende ser la más seria de un país que en pachangas como ésta se falta al respeto a sí mismo, menos se entiende la inclusión en el cartel de Paco González, que llegó vestido de blanco y oro salió cubierto de rechiflas e invectivas al fracasar ante Tamarindo, de 490, aburrir a Piloncillo, de 505, y desangrar a Merenguero, de 520, al que mató de un sartenazo, creyendo que sublimaba la memoria del mismísimo Luis Freg.
¿Cuál es el criterio empresarial que mueve a estos seudopromotores del espectáculo taurino a convertir a la poca afición que va quedando en chivo expiatorio de sus ineptitudes?
¿Habrá posibilidades de que la nueva Comisión Taurina del DF meta las manos a favor del público, o también quedará inmersa en el gatopardismo que venimos padeciendo?
Dentro de pocos días lo sabremos.