martes Ť 20 Ť febrero Ť 2001
Alberto Aziz Nassif
La ciencia y el mercado
Para entender los discursos políticos y las declaraciones de los gobernantes es útil no perder de vista las grandes ideas que animan la época actual.
Hay un texto de Ralf Dahrenddorf que dibuja con exactitud el momento que hoy vive México: "En el último cuarto del siglo XX, quienes se preocupan de la innovación han impuesto el tono al debate público. La cuestión que predomina en la mente de los líderes es: Ƒcómo podemos estimular el crecimiento económico? Se han puesto grandes esperanzas en las nuevas tecnologías, en la sociedad de la información, pero también en los empresarios, y en la pujante fuerza de los incentivos. Es la era de Schumpeter, no la de Keynes". De todo el universo en el que se impone esta visión, llamada empresarial o gerencial, hay una dimensión estratégica para el futuro del país, que seguramente cambiará en los próximos años la política sobre ciencia e investigación básica y su relación con el mercado.
De forma insistente se menciona que el Estado mexicano tiene cada vez menos recursos para sostener a las instituciones que se dedican a la investigación básica. De hecho, desde hace ya varios años estas instituciones de investigación han empezado a recorrer el camino de la vinculación, es decir, establecer los mecanismos para obtener recursos que provengan de otras fuentes que no sean del mismo sector público. Poco a poco estas aportaciones han empezado a pesar en la contabilidad de las instituciones. Algunas cifras que mencionó recientemente el director del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), Carlos Parada, son las siguientes: en la actualidad México destina a la ciencia 0.4 por ciento del producto interno bruto (PIB) y el reto del actual gobierno es llevarlo a 1 por ciento; de esos recursos, 80 por ciento proviene de la Federación; en cambio, con nuestros socios comerciales la proporción es al revés: el sector productivo aporta entre 60 y 80 por ciento. (Reforma, 16/II/2001)
La preocupación del actual gobierno es que el sector productivo se interese por la ciencia y, en consecuencia, invierta recursos. Las empresas invierten en investigación aplicada y en tecnología, pero la investigación básica ha sido un área de poco interés para el mercado. Incluso, si pensamos en las ciencias sociales es todavía menor. Si hoy el discurso político considera al desarrollo científico como estratégico, la posibilidad de que el Estado incremente su presencia y fortalezca su apoyo es imprescindible. La otra vía es que en la búsqueda de recursos con las empresas se inicie un desdibujamiento de las instituciones públicas de investigación, cuyo trabajo no sea de interés para las empresas. Las palabras cambian de significado y hoy, paradójicamente, lo estratégico no va por el fortalecimiento estatal, sino por el incremento de la presencia privada en los espacios públicos y para muestra quedan los cuatro grandes empresarios que ingresaron al consejo de administración de Pemex, como un símbolo de los tiempos.
Dentro de las tensiones que hay entre la ciencia y el mundo del mercado hay dos que merecen especial atención: por una parte, el conflicto de intereses entre lo público y lo privado, y por la otra, la amenaza sobre los grados de libertad y autonomía del desarrollo científico.
El primero se puede ejemplificar con lo que sucedió la semana pasada en la presentación pública de los resultados del genoma humano. Los dos equipos, proyecto público y proyecto privado, entraron de nuevo en conflicto, porque el equipo público quiere que la información sea de todos, accesible y sin costo, en cambio el equipo privado, financiado por la empresa Celera, quiere hacer negocios.
El segunda problema tiene que ver con una pregunta: Ƒel mercado respetará la autonomía científica o ésta sólo se logra en el espacio estatal y con financiamiento público?
Cada vez se hace más popular la idea de que una serie de materias, como la educación, la ciencia, la protección del ambiente, necesitan ser políticas de Estado, procesos institucionales que estén a salvo de los intereses políticos inmediatos, partidistas o de grupo. En el caso de la ciencia y la investigación, la dimensión de Estado debe ponerlas a salvo no sólo de los intereses políticos, sino de los intereses del mercado, lo cual quiere decir que hay áreas, campos y problemas que posiblemente no sean atractivos para el sector productivo, pero no por eso dejan de ser importantes para el país.
Las nuevas políticas sobre ciencia y tecnología requieren del consenso de las comunidades y el respeto a la autonomía de las instituciones, ya que la imposición de un patrón único resultaría muy negativa. A pesar de que hoy domina Shumpeter, no podemos borrar a Keynes.