MARTES Ť 20 Ť FEBRERO Ť 2001

Teresa del Conde

Despedida del MAM

Este artículo está dedicado a todos los compañeros que me han asistido en las labores y también a mi sucesor en la dirección del Museo de Arte Moderno, Luis-Martín Lozano. Debo aclarar que en 1989 escribí y publiqué en esta sección un texto titulado ''La situación del MAM''. Dí con el original del escrito, pero no con la fecha; por entonces Víctor Sandoval ya era titular del INBA y las oficinas del flamante CNCA se ubicaban en la calle de Cracovia, en San Angel. Tal vez por esa razón (la vecindad con la UNAM) Víctor Flores Olea, el primer presidente del nuevo organismo, me convocaba a unas juntas a las que asistían otros ''sanangelinos": Manuel Felguérez y José Luis Cuevas. Los dos ''víctores" estaban preocupadísimos con la adversa situación por la que atravesaba el MAM y buscaban con la linterna de Diógenes un director. No lo fui yo entonces, porque me negué. El museo se encontraba coordinado desde la Dirección de Artes Plásticas por el arquitecto Jorge Bibriesca, a quien nunca le dieron la titularidad.

Jorge Alberto Manrique había sido destituido por el asunto del grupo Pro Vida y los dos nos escribíamos numerosísimas cartas que en 1993 se publicaron en un volumen, Cartas absurdas (Editorial Azabache). Nuestra correspondencia abarcó todavía los inicios, difíciles, de mí gestión en el MAM.

En el artículo aludido yo hablaba de que ''la misma ley pendular que rige la historia, rige los acontecimientos artísticos", añadiendo que todos los que ocuparon la dirección del museo después de Fernando Gamboa, que lo dejó en 1981, se habían desempeñado en el cargo por poco tiempo y que eso había generado ''una marcha tambaleante y azorosa". Es justo hacer notar que entonces los patronatos o sociedades de amigos eran casi inexistentes y sólo el Museo de San Carlos contaba con apoyo en ese sentido, en cambio ahora eso es el pan nuestro de cada día y habrá de incrementarse, cuantimás que no se detecta holgura presupuestal (situación endémica, excepto quizá en los tiempos de Fernando Gamboa, entre 1972 y 1981).

Es cierto, las condiciones han cambiado, si bien no todos los ''matrimonios" entre las instituciones de la cultura del Estado y la iniciativa privada han cuajado: el Munal es caso de excepción, como lo fue asimismo la Sociedad Mexicana de Arte Moderno, una discreta editorial incrustada en el museo, gracias al apoyo de Sergio Autrey que financiaba la impresión de una colección que llegó a reunir 27 libros-catálogo bien ilustrados.

Cuando en 1989 me refería al declive del MAM, aludía a un hecho que pude observar muy de cerca: más que crear soluciones a proyectos artísticos, el nuevo director en turno se la pasaba capoteando problemas. Durante la gestión de mi antecesor inmediato (persona respetabilísima, pero poco ad hoc para ese cargo, ya que giraba instrucciones predominantemente por vía telefónica) el museo se había convertido en una especie de galería destartalada en la que exponían quienes podían contribuir al costo de la exposición o tenían el ingenio para agenciarse ayudas. Con algunas excepciones, lo único favorable que ocurría se centraba en la ampliación curricular de los artistas y visto bien, aún ese factor resultaba nocivo pues el tiempo confirmó la creación de varios curricula inflacionarios. Ya sabemos que absolutos no hay: ni siquiera en la ciencia (en las matemáticas, sí). Todo lo que se percibe y se alcanza a conocer se encuentra tamizado a través de un prisma.

En muchos casos hay prismas equivalentes o complementarios y en otros los prismas tienen carácter opcional. Con esto quiero decir que todos los hechos artísticos y culturales son específicos. De manera simultánea las validaciones -sea de los artistas que de quienes se abocan a promoverlos o a estudiarlos- son siempre históricas: responden a su momento y si logran pervivir es que se alcanzaron consensos.

Hoy día calibramos más que hechos concretos, apariencias, a través de nociones que pueden resultar en teoría correctas, pero posiblemente dificultosas de llevarse a la práctica. Esta de manera ideal sería dialógica, por ejemplo, la mezcla de perspicacia, benevolencia y rigor que regían en el Instituto de Física de Copenhague en tiempos de Niels Bohr (él es el verdadero fundador de la mecánica cuántica) se basaba no tanto -dice Michel Houellebecq- en sus descubrimientos personales, sino en el ambiente de amistad y de profundo respeto que supo crear en torno suyo. Aun así, ni Bohr ni nadie fue o es monedita de oro que a todos gusta. Tampoco lo fui durante mi gestión como no lo fueron mis antecesores. Por eso creo oportuno expresar lo siguiente: las ''afinidades electivas" (título tomado de Goethe) están entre los no muy glamorosos ni frecuentes privilegios que puede ejercer en nuestro país un director de museo.