jueves Ť 22 Ť febrero Ť 2001

Sami David

Después de Ixtapan de la Sal

Suma de vicios pasados y ánimo de renovación fueron los ejes que caracterizaron a la reunión del PRI. Actitudes contrastantes, pero que de cierta manera evitaron el desgajamiento inmediato que muchos analistas esperaban. El riesgo persiste: prevalece la cultura de la línea, que lo puede llevar a una espiral agónica. Desde esta perspectiva, el resultado de la reunión del Revolucionario Institucional este fin de semana en Ixtapan de la Sal es imaginable: si continúa sin una reingeniería a fondo puede llegar a la parálisis, a la atonía, a la desaparición.

Cierto: las pugnas internas o la autocompasión a nada conducen. Unidad en la diversidad es lo primordial, siempre y cuando el partido aprenda a escucharse. De otra manera, los estertores de un PRI, ahora mediatizado por quienes se obstinan en que las cosas sigan igual, serán notorios. Con estas acciones, el PRI simplemente renuncia a su reactivación como partido y a su derecho de asumir su papel como auténtica opción y oposición política.

Sigo creyendo que se requiere una medida radical y un liderazgo más vigoroso para salir adelante. La inmediatez debe prevalecer para evitar su muerte paulatina.

El Revolucionario Institucional no puede negarse la posibilidad de cambiar a fondo. De lo contrario, gradualmente perderá aún más el apoyo de sus simpatizantes y militantes.

La Asamblea Nacional en noviembre será trascendente puesto que el duelo estará atemperado. Pero el riesgo, insisto, continuará latente, y si no hay una renovación a fondo, la decisión será costosa. Inmersos en escaramuzas y autoflagelaciones, los priístas hemos apreciado en muy poco la conquista colectiva del desarrollo político de México. Y la sociedad finalmente terminó por rebasarnos.

Recomponer la visión y las estrategias serán determinantes, puesto que, pese a todo, el Partido Revolucionario Institucional tiene un enorme acervo y potencial político que debe ser aprovechado. Por el arraigo y amplitud del voto en su favor, por su larga historia como partido en el gobierno y por su colaboración para consolidar el sistema de partidos en México tiene una responsabilidad central en la consolidación democrática del país.

Sin una línea de conducta preestablecida, la estabilidad y la conducción del PRI se han puesto en tela de juicio. Todo, ahora, es inédito. Y esto exige respuestas inusitadas a situaciones insólitas. La nueva dinámica social, basada en el sufragio, ha hecho esto posible. Y sin embargo en algunos militantes aún persiste la miopía.

Por otra parte, un PRI acosado por campañas de linchamiento, sin ofrecer la unidad y el vigor de antaño, representa un partido a la deriva. El Revolucionario Institucional requiere no de una reforma burocrática ni de cúpula, sino una donde prive la democracia interna, que nos conduzca a la exigencia de la modernización organizativa, para reforzar el compromiso con la defensa de los intereses de las organizaciones y con las mejores causas de la sociedad.

Duele, sí, pero es prudente resaltarlo: la debacle ocurrió también por la responsabilidad de los legisladores priístas, basada en la tradicional disciplina partidista, entre otros factores sociopolíticos, quienes avalamos las propuestas antipopulares de pasadas administraciones. Ahora conviene corregir errores, con rigor y sin demagogia. Si estamos en una etapa de pedagogía política, ello también nos lleva a exigir un óptimo trabajo legislativo para configurar una alternativa de progreso e influir en el rumbo del gobierno, a fin de abrir un nuevo horizonte de confiabilidad y articular una mayoría social que convierta esa alternativa, esa energía, en nuevas opciones para el país.

El PRI, con un trabajo a fondo, estará en condiciones de revivir la original alianza con la ciudadanía y recuperar la confianza en la sociedad. Pero no con esas actitudes apoyadas en la línea, como las que se impusieron en Ixtapan de la Sal.

 

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