DEPENDENCIA Y NUBARRONES ECONOMICOS
Tanto en el país como en el entorno internacional
se confirman los signos negativos para el crecimiento económico.
Ayer en Estados Unidos se dio a conocer que la inflación
de enero fue del doble de la esperada --0.6 por ciento, cuando la previsión
era de 0.3--. Ese dato, sumado a la ya evidente desaceleración en
el crecimiento de la economía más poderosa del mundo, configuran
el más indeseable de los escenarios: la llamada estagnación,
es decir, alza de precios y estancamiento de la producción combinados.
A ello deben agregarse los pronósticos pesimistas sobre la capacidad
de la Reserva Federal para mantener por más tiempo su política
de disminuir las tasas de interés, así como la caída
de los principales indicadores bursátiles --el Dow Jones y el Nasdaq--
en la nación vecina.
En nuestro país, el Banco de México, las
firmas consultoras y las autoridades económicas del gobierno federal
coincidieron, también ayer, en que es inevitable revisar, a la baja,
las metas macroeconómicas inicialmente fijadas para este año.
Unos y otros admitieron lo inocultable: las tendencias recesivas estadunidenses
impactarán en México y producirán, aquí, efectos
aumentados y multiplicados, como es tristemente proverbial. Aunque los
declarantes coincidieron en que el principal factor para el pesimismo es
la angostada economía del país vecino, voces del sector privado
han empezado a achacar al gobierno de Vicente Fox actitudes que consideran
negativas, como la supuesta intención gubernamental --señalada
por Bursamétrica y Standard and Poor's-- de efectuar un recorte
subrepticio al gasto público. Los analistas actuales de la Secretaría
de Hacienda, por su parte, deslizan recriminaciones al gobierno precedente
por haber incurrido, afirman, en políticas fiscales expansivas y
poco disciplinadas. Estas divergencias --más otras, como las que
no pueden ocultar Hacienda y el Banco de México-- son un síntoma
por demás preocupante, no sólo porque expresan un rumbo poco
definido sino porque evocan el ominoso recuerdo de las mutuas recriminaciones,
casi siempre bizantinas y en definitiva inútiles, entre el salinismo
y el zedillismo en torno a la responsabilidad de la crisis que se desencadenó
a raíz del "error de diciembre" de 1994.
Desde una perspectiva social, una proyección particularmente
preocupante es la formulada por la Canacintra acerca de un crecimiento
desmesurado del desempleo abierto: el organismo cúpula estima que,
en el presente año, el indicador correspondiente pasará del
1.9 por ciento que registró en diciembre pasado, al 2.5 por ciento.
Habida cuenta que los criterios oficiales tradicionales --y aún
en vigor-- para medir el desempleo constituyen un acto de clara simulación,
orientado a minimizar el problema de la falta de fuentes de trabajo, si
la nefasta predicción de la Canacintra se cumple, ello se traducirá
en un drama social de consecuencias necesariamente graves.
Otro factor de alarma es la insinuación formulada
ayer por el gobernador del Banco de México, Guillermo Ortiz, para
que se recurra --como se ha venido haciendo desde 1982-- a una política
de contención salarial a fin de cumplir con los objetivos antiinflacionarios.
De ser escuchada, tal sugerencia podría tener resultados políticos
sumamente riesgosos, ya que, ante las desmesuradas expectativas que generó
el triunfo electoral del actual presidente, y que en gran medida se mantienen,
una actitud oficial propicia a la congelación de salarios se traduciría
en un desaliento y una frustración ciudadanos igualmente desmesurados.
Finalmente, debe constatarse que la vulnerabilidad de
nuestro país ante las fluctuaciones de la economía estadunidense
se incrementó de manera por demás peligrosa durante los tres
últimos gobiernos surgidos del PRI, y que los funcionarios del actual
--el primero emanado de la oposición desde 1929-- no parecen preocupados
por diseñar estrategias que reduzcan nuestra fragilidad a fenómenos
externos; dan, por el contrario, muestras de buscar el incremento de nuestra
subordinación económica hacia el vecino del norte. |