VIERNES Ť 23 Ť FEBRERO Ť 2001

Ť Tiende hilos de seda entre su cerebro y los cuerpos de sus bailarines, en la campiña suiza

Maurice Béjart crea nueva obra y el mundo deviene hipnosis, luz

Ť Crónica de un privilegio: sesión de trabajo con una leyenda viviente de la danza

PABLO ESPINOSA ENVIADO

Lausanne, Suiza. El sol se tiende igual que una caricia. Ojos entornados. Pero no se trata de alguna ensoñación, frente a nosotros hay epifanía: una idea que está apenas en la mente de Maurice Béjart, mirada luciferina, magnetismo hipnótico, está tomando forma. Pasmo: de maneras prodigiosas se va transfigurando la imaginería que puebla ese cerebro y cobra formas bellas. Encarna lenta, inexorable y prodigiosa tal idea en los cuerpos que danzan bajo el sol. La luz solar se cuela por los ventanales de la misma manera como una mano toma un talle, suena un tango y los cuerpos se acarician. Danzan.

Maurice Béjart en proceso de creación. Asistimos al parto de una coreografía y el sol otorga su luz a tan feliz alumbramiento.

Estamos en Lausanne, la zona más gloriosamente verde de este país alpino. La historia del arte del siglo XX registra el nacimiento, el primer día de 1927 en Marsella, Francia, de Maurice-Jean de Berger, que habrá de convertirse en clásico cuando funde, en 1954, Les bejartBallet de l'Etoile y adopte el nombre de Maurice Béjart y le dé ese nombre a esa compañía y conciba, geste y pare su primera obra maestra: Symphonie pur un homme seul.

Otro ladrillo a la pared

En el estudio de Béjart, en Lausanne, el sol del mediodía pega fuerte sobre el techo y produce, al unísono del encanto de la música de los cuerpos y los movimientos de la voz de Jacques Brel en altavoces, un flashback inevitable:

Palacio de Bellas Artes, México, finales de los años setenta. Maurice Béjart al frente de su Ballet del Siglo Veinte ejecuta tres programas monumentales: Mahler, La Consagración de la Primavera y las tres versiones de otra de sus obras maestras: Bolero. Jorge Donn, alter ego del dios Béjart, en escena. Marcia Haydée ejecuta la versión para mujeres. Un grupo de bailarines acaso nacidos de una ensoñación de Satie (una gimnopedia) y Cavafis (rosas en el pelo y a los pies jazmines) pone en carne y sangre la versión para varones. Lo que la noche me dice, bailan Jorge Donn y Marcia Haydée la música de Mahler nacida de un texto de Nietszche y de pronto son las tres de la mañana, han transcurrido muchas horas desde que terminó la función, salió Béjart a escena y algún espectador ha quedado impactado de por vida y está estaqueado en una banca de la Alameda Central.

Es el último día de enero de 2001 y los antebrazos del espectador están amoratados: sólo con pellizcos puede convencerse de que lo que está ocurriendo es real: el dios Bejart in situ, en su estudio de Lausanne, donde se ha aposentado desde 1987 y ha cambiado el nombre de su Ballet du Vingtiéme Siécle al actual: Béjart Ballet Lausanne, en sesión de trabajo, desde las 9 de la mañana hasta las seis de la tarde con su cuerpo de bailarines y en altavoces la voz de Jacques Brel con la canción Rosa, que es interrumpida incesante y repetidas veces por el sonido de las palmas de las manos de Béjart de la misma manera que un director de orquesta hace sonar su batuta contra el atril en un ensayo, pero Béjart no hace correcciones: añade otro ladrillo a la pared, construye sin enmiendas, completa el andamiaje invisible de los vientos. Ante nuestros ojos va apareciendo lo que será saludado en los teatros del mundo como una obra maestra consumada. Hoy es embrión, feto, bebé que sale al mundo y grita.

--Comme des singes! Comme des singes! ?ordena enérgico y dulce al mismo tiempo Béjart.

Como los monos, entonces, se mueven los cuerpos sobre la duela, bajo el sol que se cuela desde lo alto por los ventanales. Un dulce sopor aromatiza la sensación de ensueño.

Rosa, tango del sol

--Avec les fesses! Avec les fesses! --grita gentilmente Béjart.

danza11Y sus bailarines frotan la duela con las nalgas. Las instrucciones son tan precisas como su ejecución. Hay una energía voltaica que puede percibirse a simple vista y que corre desde la frente de Béjart en hilos de seda hacia las frentes de sus bailarines. No es ninguna alucinación ni efecto de los rayos alfa sobre las caléndulas. Lo que está sucediendo es tan real como los ojos de diablo de Béjart.

El ensueño soleado de Lausanne se entibia con un tango. En los altavoces, un coro de niños inicia el jugueteo de Rosa, la canción mientras una rosa queda atrapada entre los labios de una bailarina porque la mano derecha de ella, que la sostenía, a la rosa, está ahora unida a la mano izquierda de un bailarín, cuya mano derecha está en el talle de ella, la bailarina, porque el tallo de la rosa está en los labios de ella, y el tango va a devenir, como buen tango que es, en tragedia melodiosa: ''Porque este es el tango del sol sobre las arcadas, de la lluvia sobre las baldosas, este es el tango más antiguo del mundo, el tango de la ausencia del amor''.

Es mediodía en Lausanne. Jacques Brel entona un tango, Rosa. Una bailarina ofrenda una rosa al cielo, que es el techo hirviente por el sol mientras otra toma entre sus labios otra rosa y su cintura está atada con uno de los cuerpos varones, emblemáticos del Ballet Béjart. Una naciente coreografía emerge frente a nosotros.

Aún no tiene título la obra. Sólo sabemos, porque desde entonces la repetimos en el tornamesa, gracias a que existe la grabación en disco compacto, que la canción se llama Rosa.

Rosa, rosae, rosaorum, rosa. Rosé rosé rosís, rosís rosís rosís, cantan Brel y el coro de niños, mientras Béjart hipnotiza y los cuerpos bailan y emerge una nueva coreografía. Un alumbramiento en la casa de una leyenda viviente de la danza.

¡Gloria in excelsis, dios Béjart!