sabado Ť 24 Ť febrero Ť 2001
Marcos Roitman Rosenmann
La acción política: tres enfoques diferentes
La ciencia política estudia las formas sociales de articulación del poder, los tipos de gobierno, los regímenes políticos, las instituciones y los organismos supranacionales cuya finalidad consiste en la creación de estructuras de poder. La política y en particular la política democrática ha sido conceptualizada como un arte, como una práctica de negociar espacios sobre los cuales se construye el proceso de toma de decisiones y la participación ciudadana.
Entender la política democrática como un arte donde se ejerce la negociación y el diálogo nos puede permitir analizar las maneras de interpretar la contingencia de la acción política. Etica, poder y gestión serían adjetivos calificativos para tres tipos de acción política claramente diferenciada. Cada una de ellas tiene su origen en contingencias históricas respondiendo a cambios estructurales en el orden de lo político.
La concepción ética, de origen helénico, nos retrotrae al principio del bien común como fundamento del quehacer de la acción política. Ningún miembro de la polis, considerado parte de la asamblea, estaba exento de cumplir con sus obligaciones ciudadanas. Decidir sobre la guerra, la paz, las leyes o la organización del Estado era el motivo de participar en el proceso de toma de decisiones. La ciudadanía, un acto social de afirmación colectiva, se ejercita. Es cierto, en la polis griega no todos eran ciudadanos. Los esclavos, los extranjeros, las mujeres estaban excluidos. Pero no se trata aquí de confundir la crítica con la argumentación. La acción política en su acepción ética se ha ido desarrollando como parte de un proceso democrático donde el poder se configura a partir de dicho principio regulador. El deber ser de la política es el imperativo ético contenido en la práctica del poder. Su ejercicio iguala diferencias sociales y económicas sin eliminarlas. El voto de un oligarca, un artesano o un campesino posee el mismo valor real cara al proceso de toma de decisiones. La concepción ética de la política conlleva negociación, participación, mediación, coacción, representación y diálogo. Nadie excluido ni menos marginado. La acción ética de la política es un continuo plebiscito. Un poder constituyente abierto y sometido a cambio.
La política como cuerpo de poder o como manifestación del poder, subordina el principio ético del bien común a los requerimientos del Estado-nación. Su origen es moderno. Mantiene rasgos helenísticos pero los adecua a las formas políticas emergentes: el Estado-nación. El poder del príncipe y la razón de Estado. La tríada seguridad, población y gobierno se establece como referente. Se convierte en un garantizar la seguridad de la población por medio del gobierno de Estado. La acción política se organiza en torno al Estado-nación. La política gana en centralidad pero subordina la ética a la necesidad del poder. Es la razón de Estado.
Durante cuatro siglos esta concepción ha prevalecido en nuestra razón cultural. Igualmente, con altibajos, la acción política fundada en el poder o en la ética considera la educación e instrucción en los valores cívicos como una parte esencial en la construcción de ciudadanía. Se educa para formar ciudadanos. No es extraño que en América Latina, Costa Rica, Uruguay o Chile, en los años sesenta del siglo xx, se consideraran las "Suizas" del continente, aludiéndose a su gran civismo, participación e integración política. Esta comparación, equivocada o no, buscaba destacar la cohesión social que el ejercicio político del poder producía. La política sería el motor que permite el funcionamiento de todo el engranaje social.
Hoy, la política se piensa como una acción de gestión y administración de lo público. Desmembrada de su sentido constructor de ciudadanía, la acción política se reduce a un saber técnico instrumental propio de ingenieros y técnicos. El adjetivo calificativo de ingeniería social es aleccionador al respecto. Apoyándose en una concepción despolitizada de lo social, se defiende una gradual pérdida de centralidad de la acción política y de lo político anclados en principios éticos y constituyentes de alternativas de poder. La alternancia sin alternativa es la consecuencia inmediata de esta visión tecnoadministrativa de la política.
Nos hallamos ante un nuevo dilema. La necesidad de luchar por recuperar la centralidad de la acción política. Su defensa es prioritaria para construir un proyecto político de poder, cuyo sentido ético, específico de una alternativa democrática, determine la emergencia de sujetos sociales cuyo hacer y responsabilidad social genere una ciudadanía política integral y no en un robot alegre más propio del mundo feliz vaticinado por Huxley.