DOMINGO Ť 25 Ť FEBRERO Ť 2001
Ť Para despedirlos usaron sus mejores ropas
Indígenas de Moisés Gandhi dieron su voz a los delegados
Ť "En los caminos, pueblos y veredas se hicieron caminantes nuestros comandantes", una de las proclamas
RAMON VERA HERRERA ESPECIAL PARA LA JORNADA
Comunidad Moises Gandhi, Chis., 24 de febrero. "En los caminos, pueblos y veredas se hicieron caminantes nuestros comandantes," coreó la comunidad reunida en el momento en que aparecieron en la puerta de la iglesia Zebedeo, Esther y Moisés, los tres delegados designados como parte de la representación de la comandancia zapatista en el viaje a la ciudad de México. Y las consignas siguieron: "vivan nuestros derechos y culturas indígenas. Viva el Congreso Nacional Indígena. Viva México con nosotros. En Oaxaca, Guerrero y Michoacán de nuestros derechos los comandantes hablarán".
Rayaban las 3 de la tarde y hacía diez minutos que había llegado la nueva de que la caravana proveniente de La Garrucha estaba por arribar al crucero Ocosingo-Altamirano, en Cuchuljá, en el que por años funcionó un retén del Ejército federal de muy mala fama.
Había poco tiempo, pero todo estaba organizado justo y al reloj: unas 80 personas, todas bases de apoyo, ajuareados con sus mejores galas, pasamontañas o paliacates en el rostro, formaban una extraña figura que poco a poco moldeó un sendero con forma de caracol y doble valla por donde los delegados, entre flores y gestos de cariño, pero también una solemnidad serena, fueron avanzando para recorrer, simbólicamente, la ruta que habrá de cubrir la Marcha de la Dignidad Indígena, como habría de llamarla el subcomandante insurgente Marcos ante una plaza de San Cristóbal de las Casas atestada como nunca antes, horas más tarde.
Un caracol para los delegados
Conforme los tres delegados avanzaban sobre el caracol, sin pronunciar discurso alguno y con la mirada puesta en quienes formaban la valla, tres diferentes grupos musicales eran el único contrapunto a las consignas que pausaban para recontinuar momentos después. Un órgano con caja de ritmos coreó una Diana, justo cuando un trío de violín y dos guitarras remató las últimas notas de un sonecito serrano para darle espacio a un grupo que se aproximaba del fondo del poblado. Tres tamborileros acompasando una flauta de carrizo escoltaban un estandarte negro, gris y blanco con la frase "Nunca más un México sin nosotros" bordado. Este les fue entregado en una de las vueltas del caracol como uno de los dos regalos que la comunidad les ofrecía a sus delegados.
Las camionetas que habrían de transportarlos los esperaban al final de la doble valla, a la salida del caracol humano, donde una mujer con un manto blanco bordado con tres rosas en la espalda, les presentó una bandera mexicana que dobló cuidadosamente al entregarla al comandante Zebedeo, al tiempo que pronunció la única frase oficial de todo el acto: "esta es nuestra bandera", les dijo, "cuídenla", y los tres subieron a la camioneta.
La fiesta del trabajo
Como en las otras comunidades de donde salieron los 24 delegados zapatistas, en Moisés Gandhi, cabecera del municipio rebelde Ernesto Che Guevara, la salida fue motivo de fiesta. Pero en la comunidad, fiesta no sólo significa baile aunque nunca falte y sea imprescindible. Y entre los tzeltaleros de Moisés Gandhi las vísperas fueron fiesta, es decir, "los trabajos" de platicar y pensar junto con los delegados todo lo que la comunidad quería decirles antes de que se fueran, todo lo que los tres comandantes querían pedirles que cuiden en su ausencia. Asamblea, dirán los fuereños. Fiesta, dicen en Moisés Gandhi. Se la pasaron inventando las consignas con las que los despidieron, que son también las que la comunidad aporta a la marcha. Pero también fue el momento en que las niñas y los niños presentaron a la comunidad varias obras de teatro, planeadas por ellos.
Por supuesto la noche del 23 vio el alba con baile, y casi nadie durmió, según contaban por la mañana varios comuneros muy divertidos mientras invitaban a los visitantes de la sociedad civil a "mover las piernas" al compás de un grupo cumbiero que amenizaba el sábado familiar y seguía tocando a pleno sol de las nueve y media.
Viejos, niños y la gran cantidad de jóvenes casados se sentaban en el pasto para escuchar música y noticias de La Garrucha, Oventic y La Realidad.
Un tiempo para el flirteo
La gente iba y venía. Los galanes le disparaban a las bellas el lujo de refrescos y paquetes de galletas. Los niños más chicos se arremolinaban a gatas en los regazos y espaldas de sus mamás y papás, y los más grandes se perseguían bromeando y platicando. Algunos, y eso es notable, tejían juegos de miradas desde sus lugares en el pasto o en las veredas del poblado. Dos iloles ya mayores, delgados y canosos, caminaban de un lado al otro comentando la altura o verdor de los platanares, el comportamiento de una nube o el crecimiento de la hilera de árboles más distantes. Abarcando el espacio con los gestos precisos y suaves de sus manos.
Como a las 11, el reporte de la salida de los delegados de La Realidad interrumpió el baile. La comunidad casi completa escuchó y después de breves comentarios en tzeltal determinó que faltaban unas cuatro horas para que la caravana de Garrucha llegara y todos se pusieron a disfrutar del día de vacación o atendieron asuntos varios. La plática continuó junto con juegos y risas. El ambiente es de kermesse comunal.
Uno de los comuneros se acerca y comenta "nuestros delegados están muy decididos a salir. Hay en el mundo, tal vez, mucha gente contenta con la salida, pero no a todos le gusta que salgamos, que se muestre lo que queremos. Hay gente que quiere meter miedo y dice -en la radio lo oímos- que van a matar a los delegados, que los van a meter a la cárcel, pero nuestros tres delegados ya tomaron la decisión".