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México, D.F. domingo 25 de febrero de 2001
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Editorial
 
UN HITO HISTORICO 

SOL CORNISA 1 La marcha que han emprendido los zapatistas no solamente hubiera sido inconcebible en el sexenio pasado (en el que predominó la intención de cercarlos y aniquilarlos por inanición), sino que también demuestra la magnitud de la ola de apoyo y comprensión que existe en muchos sectores sociales. Si no existiese una voluntad de pacificación y un importante apoyo a las demandas de los pueblos indígenas -que hoy al parecer empieza a ir más allá del sentimiento meramente caritativo con el que históricamente se miró a las étnias - la relación de fuerzas sociales y políticas desfavorable habría hecho imposible una marcha de esta magnitud. Es esa simpatía a escala nacional e internacional lo que ha obligado a cambiar de actitud a muchos de los que desde 1994 no perdían ocasión para expresar su hostilidad al EZLN y su desprecio a los indígenas que, según ellos, manipulaba Marcos. Es también ese apoyo el que pone a la defensiva a la extrema derecha amenazante y constriñe al gobierno a reconocer la justicia de la causa indígena, a enviar al Congreso el congelado proyecto de la Cocopa y a promover el reconocimiento de validez a los acuerdos de San Andrés Larráinzar, e incluso a considerar a la comandancia insurgente un interlocutor en plano de igualdad para discutir la paz. 

Indiscutiblemente hay un gran ánimo de esperanza en las comunidades zapatistas pues sólo así se explica la noche de fiesta sana que protagonizaron en víspera de la despedida a sus representantes. La fiesta fue símbolo de confianza en sus dirigentes, en la sociedad civil nacional e internacional que los respalda y también en algunos de quienes habrán de escucharlos en la ciudad de México en un diálogo histórico a todas luces. 

Los zapatistas marchan para recorrer el país con el paso de quien se sabe asistido por la razón, la justicia y la moral política. Marchan apoyados por una parte importante y creciente de la opinión pública internacional y por una porción no despreciable de la población mexicana tanto en el campo como en la ciudad. 

El mensaje leído por el subcomandante Marcos ante más de 20 mil zapatistas en San Cristóbal de las Casas que aclamaron a los comandantes del EZLN con un entusiasmo que hoy llegó a muchos rincones del mundo, es de esperanza y también de reclamo, recordando que durante siete años los indígenas fueron agredidos de múltiples y arteras formas sólo por haberse decidido a defender sus derechos. Es significativo que el discurso haya partido con metáforas que hablan del color que los indígenas no tienen en la bandera y quisieran tener, es decir, un alegato contra la discriminación, raíz humillante como pocas de todas las injusticias. 

La marcha zapatista y la actitud gubernamental, a pesar de quienes desde el poder se han manifestado abiertamente por el diálogo y la paz, ha querido ser vista como un espectáculo de entrategias y habilidades, a veces también como un juego de fuerzas ante la mirada expectante de la comunidad internacional y los medios de comunicación. Sin embargo, la mera posibilidad de diálogo, el hecho de que el Congreso escuche de boca de los indígenas sus legítimas aspiraciones y el testimonio de su opresión, debe contemplarse, ante todo, como la posibilidad invaluable para iniciar la transformación del rostro injusto de México. 

La marcha facilita la obtención de la paz, pero no la conquista por sí misma. Por lo tanto, el camino por recorrer es mucho más largo que el que va desde Chiapas hasta el Distrito Federal. Pero el comienzo es bienvenido y promisorio. Después del cambio del personal político comienzan a abrirse paso quienes bregan por un cambio social.

 

 

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