UN HITO HISTORICO
La marcha que han emprendido los zapatistas no solamente
hubiera sido inconcebible en el sexenio pasado (en el que predominó
la intención de cercarlos y aniquilarlos por inanición),
sino que también demuestra la magnitud de la ola de apoyo y comprensión
que existe en muchos sectores sociales. Si no existiese una voluntad de
pacificación y un importante apoyo a las demandas de los pueblos
indígenas -que hoy al parecer empieza a ir más allá
del sentimiento meramente caritativo con el que históricamente se
miró a las étnias - la relación de fuerzas sociales
y políticas desfavorable habría hecho imposible una marcha
de esta magnitud. Es esa simpatía a escala nacional e internacional
lo que ha obligado a cambiar de actitud a muchos de los que desde 1994
no perdían ocasión para expresar su hostilidad al EZLN y
su desprecio a los indígenas que, según ellos, manipulaba
Marcos. Es también ese apoyo el que pone a la defensiva a la extrema
derecha amenazante y constriñe al gobierno a reconocer la justicia
de la causa indígena, a enviar al Congreso el congelado proyecto
de la Cocopa y a promover el reconocimiento de validez a los acuerdos de
San Andrés Larráinzar, e incluso a considerar a la comandancia
insurgente un interlocutor en plano de igualdad para discutir la paz.
Indiscutiblemente hay un gran ánimo de esperanza
en las comunidades zapatistas pues sólo así se explica la
noche de fiesta sana que protagonizaron en víspera de la despedida
a sus representantes. La fiesta fue símbolo de confianza en sus
dirigentes, en la sociedad civil nacional e internacional que los respalda
y también en algunos de quienes habrán de escucharlos en
la ciudad de México en un diálogo histórico a todas
luces.
Los zapatistas marchan para recorrer el país con
el paso de quien se sabe asistido por la razón, la justicia y la
moral política. Marchan apoyados por una parte importante y creciente
de la opinión pública internacional y por una porción
no despreciable de la población mexicana tanto en el campo como
en la ciudad.
El mensaje leído por el subcomandante Marcos ante
más de 20 mil zapatistas en San Cristóbal de las Casas que
aclamaron a los comandantes del EZLN con un entusiasmo que hoy llegó
a muchos rincones del mundo, es de esperanza y también de reclamo,
recordando que durante siete años los indígenas fueron agredidos
de múltiples y arteras formas sólo por haberse decidido a
defender sus derechos. Es significativo que el discurso haya partido con
metáforas que hablan del color que los indígenas no tienen
en la bandera y quisieran tener, es decir, un alegato contra la discriminación,
raíz humillante como pocas de todas las injusticias.
La marcha zapatista y la actitud gubernamental, a pesar
de quienes desde el poder se han manifestado abiertamente por el diálogo
y la paz, ha querido ser vista como un espectáculo de entrategias
y habilidades, a veces también como un juego de fuerzas ante la
mirada expectante de la comunidad internacional y los medios de comunicación.
Sin embargo, la mera posibilidad de diálogo, el hecho de que el
Congreso escuche de boca de los indígenas sus legítimas aspiraciones
y el testimonio de su opresión, debe contemplarse, ante todo, como
la posibilidad invaluable para iniciar la transformación del rostro
injusto de México.
La marcha facilita la obtención de la paz, pero
no la conquista por sí misma. Por lo tanto, el camino por recorrer
es mucho más largo que el que va desde Chiapas hasta el Distrito
Federal. Pero el comienzo es bienvenido y promisorio. Después del
cambio del personal político comienzan a abrirse paso quienes bregan
por un cambio social. |