lunes Ť 26 Ť febrero Ť 2001

Elba Esther Gordillo

Por una paz con adjetivos

La aparición de una guerrilla indígena en los Altos de Chiapas el primero de enero de 1994 -el mismo día en que, con la entrada en vigor del TLC, parecíamos acercarnos al Primer Mundo --sacudió al país. De pronto irrumpía a la superficie el México profundo, y datos fríos de la estadística social --mortalidad infantil, morbilidad, desnutrición, analfabetismo-- adquirieron rostro en los sin rostro.

La rebelión armada fue, a un tiempo, un grito para hacerse oír y salir del olvido y un reclamo traumático por el abandono y la exclusión.

A los doce días el levantamiento dio paso a una situación de "no guerra", impasse de breves encuentros y larguísimos desencuentros, que en siete años no ha encontrado salidas.

El sábado pasado en La Realidad, el subcomandante Marcos entregó al mayor Moisés su rifle R-15 y su pistola colt 38; lo hizo para cumplir con lo que establece la Ley para el Diálogo, la Conciliación y la Paz Digna en Chiapas y poder transitar hacia la ciudad de México.

Ayer domingo, la marcha de la comandancia zapatista dejó Chiapas para dirigirse a Oaxaca, primera escala en su recorrido hacia el centro histórico y político de México.

La "marcha de la dignidad indígena" tiene un objetivo explícito y otros subyacentes. Viene a apoyar la aprobación de la iniciativa de la Cocopa (hoy del presidente Fox), el punto más difícil de las tres condiciones que establecieron para sentarse a discutir la paz. Pero más allá, están también propósitos de enorme carga simbólica: frente a la estrategia que hasta hace muy poco tiempo se propuso hacer invisible su movimiento, el peregrinaje se propone visibilizarlo, "romper el cerco", dejar las cañadas y recordarnos la persistencia de dos Méxicos, el meztizo y el de los indios.

El problema indígena rebasa, ciertamente, el espacio chiapaneco y se ubica en toda (o casi toda) la geografía de país. El EZLN es sólo una de las voces de los pueblos indígenas, pero la más estentórea, una que ha aprendido a hablar incluso con sus ruidosos silencios.

Ante la marcha zapatista, algunos observadores y analistas han querido subrayar lo superficial, lo trivial, el "duelo mass mediático de imágenes", de protagonismos, soslayando lo central: el recordatorio de la dura situación de los indígenas.

Las próximas semanas portan, a un tiempo, riesgos y oportunidades. La marcha enfrenta reacciones encontradas. Las "buenas conciencias" sienten a los zapatistas como "aguafiestas" o carne de cañón manipulada, quién sabe con qué aviesos intereses, que interrumpen la "tranquilidad" de sus espacios. Otros, incluso, llegan a emitir juicios muy severos y hasta a lanzar amenazas.

El gobierno, por su parte, ha dado, de manera inequívoca, su bienvenida a la marcha. Mucho arriesga el presidente Fox --incluida la tensión con algunos de sus aliados-- apostando por la paz.

Nadie gana si se concreta un escenario de rupturas y desarreglos. Es preciso construir un clima social que contribuya a la paz, un despliegue cívico de la sociedad que reduzca o neutralice la participación de los ultras de uno u otro extremo, y nos permita avanzar hacia el mejor escenario, uno en el cual los únicos derrotados sean la intolerancia y el olvido.

El itinerario para construir la paz es arduo y lleno de dificultades. Llegar a la ciudad de México es apenas uno de los primeros pasos, después vendría el diálogo de la comandancia del EZLN con los legisladores del Congreso de la Unión, que tendría que ser respetuoso y, sobre todo, fructífero. De allí seguiría el regreso llevando en las mochilas buenas cuentas a las cañadas para preparar la elección de los delegados que acudirán a las mesas de negociaciones.

La travesía por la paz es, pues, larga y compleja. No estamos al final, sino apenas en el arranque del proceso.

Firmar la paz es, entonces, apenas uno de los desenlaces posibles; de concretarse, sería el corolario de meses de negociación intensa en los que será determinante la madurez e inteligencia de los protagonistas, lo que incluye buena dosis de flexibilidad, reconocer que no puede haber triunfos totales y absolutos para ninguna de las partes.

De ahí la relevancia del papel de los legisladores. El Congreso de la Unión, expresión soberana de la voluntad popular, tiene ante sí la oportunidad de darle fuerza de ley a la iniciativa presidencial y hacer así lo que le corresponde en este tiempo de definiciones, ser protagonista de la historia. En estos días se multiplican, desde distintos espacios, los llamados por la paz. La paz es un reclamo al que debemos sumarnos todos. Paz sí, pero una paz con adjetivos: digna y justa; es decir, con resultados tangibles para los pueblos indígenas.

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