lunes Ť 26 Ť febrero Ť 2001

Víctor M. Quintana S.

Contra las garras y por los bancos

En el agro chihuahuense los campesinos les llaman garras a sus vehículos de trabajo, sean camionetas, sean tractores. Son garras de tan viejas: fueron compradas hace mucho tiempo, lo más seguro es que antes de la escalada descapitalizadora iniciada en 1981, o fueron adquiridas con el trabajo temporal de los migrantes a Estados Unidos usadas o ya casi desechadas, en los ranchos del suroeste estadunidense.

Se acuerda uno de las películas de Mad Max cuando ve en las inmensas llanuras amarillas unos tractores transformers a los que se les ha habilitado en la parte trasera un cilindro de gas doméstico para suministro de combustible. Y es que, ante el encarecimiento del diesel, hace años que los campesinos de por acá optaron por adaptar sus garras para usar gas LP, entonces mucho más barato. Son estos productores tan sensibles al incremento de los energéticos que los han convertido en el parámetro de sus demandas y de sus luchas.

En 1985, 86, 87 y 88 libraron gallardos combates por los precios de garantía exigiendo que el kilo de maíz valiera lo que un litro de gasolina y el de frijol, lo que dos. Algo lograron en aquellos años, pero luego fue tan draconiana la decisión de la Secretaría de Agricultura, convertida en Fideicomiso Liquidador de la Agricultura Nacional, que actualmente un litro de gasolina cuesta lo equivalente a casi 5 kilos de maíz y uno de frijol.

Así, la primera medida que estos hombres y mujeres emprendedores, pero no empresarios, conocen del gobierno foxista es el alza de los energéticos que para ellos entraña, ipso facto, una devaluación de sus productos, por lo tanto de su mano de obra y una paralización de sus aguantadoras garras.

La segunda medida confirma para ellos la ignorancia del equipo foxista de la geografía de México, como sucedió con el cambio de horario, donde se ubicó a Chihuahua en un huso que no le corresponde. La nueva medida con relación al agro es que Procampo se entregue al principio de ciclo agrícola sólo a los agricultores con susperficies hasta de 5 hectáreas, pasando sobre una añeja demanda de las organizaciones campesinas chihuahuenses.

Dicha medida es injusta porque no toma en cuenta las características agroclimáticas de las diferentes regiones del país: en muchos casos son más productivas 5 hectáreas en las zonas maiceras de humedad de Jalisco, Chiapas o estado de México, que 10 o 15 hectáreas temporaleras en el norte árido de la República. Además esta política denota una profunda ignorancia de la situación real del campo o una complicidad abierta de Sagarpa con los bancos privados.

La razón es la siguiente: el financiamiento a la agricultura campesina ha desaparecido casi totalmente, quedando Procampo como única opción de apoyo financiero a los productores pobres. Pero como Procampo se otorga hasta al final del ciclo agrícola y los campesinos necesitan urgentemente el "avío" para realizar las labores de preparación de la tierra, siembra, cultivo y cosecha, "endosan" las papeletas que les dan derecho al Procampo a favor de bancos privados. Estos promueven dichos endosos mediante extensionistas o empleados de la Sagarpa habilitados como comisionistas de los banqueros, con todo el apoyo del sindicato respectivo, y los campesinos reciben el Procampo adelantado por los bancos, previa deducción de los intereses anticipados que llegan a absorber hasta 30 por ciento del subsidio. Los bancos privados luego descontarán con Fira dichos préstamos a tasas muy atractivas, vistiéndose como grandes otorgadores de créditos al campo, cuando lo único que hacen es traficar con la necesidad de los productores más pobres y aprovecharse de los recursos del gobierno.

Por eso los campesinos de por acá se preguntan cuál es el sentido de tardar ocho o nueve meses en darles un dinero que ya está presupuestado. ƑPara darles a los bancos una oportunidad de que se recapitalicen a costa de ellos?

Hace unas semanas los hombres y las mujeres del campo chihuahuense tenían una doble esperanza: por el nuevo gobierno y por la humedad que han dejado en sus tierras las nevadas y las lluvias invernales. La primera esperanza ya casi se está secando.