LUNES Ť 26 Ť FEBRERO Ť 2001

Hermann Bellinghausen

Plástico vencido

El plástico no dejaba de maravillar a Kenritsu cuando, en uno de los más compactos rincones del siglo XX, su laboratorio secreto en la ciudad de Nara, coronó sus elaborados experimentos con el grado ultrafino de la materia.

Plástico, el elemento más extraño que existe en la naturaleza (si a eso se le puede considerar parte de la naturaleza); aísla mejor la humedad y lo seco que lo frío y lo caliente, pero aísla lo que sea, se opone a la respiración, y no transmina ni le acontece el menor intento de intercambio electrolítico. Bueno para pudrir materia orgánica o conservarla congelada, el plástico es enemigo declarado de las membranas, y de tan proliferante sobre la faz de la Tierra, ha devenido nuevo imperativo categórico.

Hijo de la única nación que ha conocido la devastación absoluta, el cero profundo, el abismo de la antimateria gris, Kenritsu hacía experimentos en busca de la materia más elemental, el grado ínfimo de cosa, que aún sea algo (no luz, calor o ruido) y atraviese la barrera del plástico.

Los japonenes le han hallado más usos que nadie a la tecnología, hacen pequeño lo perfecto. No hay hogar sin despliegue de maquinitas como dioses lares. Todo lo filman o retratan, han multiplicado la función del ojo. Nadie como ellos sabe mejor cuan terrible puede ser la dispersión del átomo.

Como un doblarse de carrizos al viento, Kenritsu ha dirigido la imaginación de su ciencia en sentido contrario al de las corrientes dominantes, empeñadas en domar las complejidades del mapa humano, las epidemias, la vida en Marte, el diseño de plantas y animales contra natura, las leyes del mercado, la mecánica nerviosa de la percepción y la inteligencia, la mejor manera de transmitir y almacenar lo que llaman conocimiento pero es sólo información.

Kenritsu buscaba más allá del polvo, en el límite de la nada, para vencer el demonio de su fascinación, atravesar sin inquietarle su integridad al plástico, trastocar la condición enemiga del desecho más asqueroso e indestructible que flota en la Galaxia, según sus cálculos.

Esa noche, cuando fuera de los calendarios que se aferraban a octubre, noviembre, diciembre, todo era siglo próximo, Kentitsu penetró finalmente las murallas inviolables del enemigo.

Vació en su boca la tacilla de sake para celebrar el acontecimiento. Apagó el procesador de partículas, puso en "stand-by" el vibroscopio y cubrió con un velo de seda negra la pantalla con los resultados.

En una mano sustuvo, la bolsa transparente que acabada de exhalar una cadena de punto cero cero cero cosa, íntegra y victoriosa. La bautizó Gendai y la regaló a los frascos de vidrio.

Se demoró en trazar la caligrafía en la etiqueta de los frascos; nunca descuida sus detalles de artesano. Lo inundó una paz ferviente, el grado zen de la fascinación, más allá del plástico y de todas las barreras conocidas.