MARTES Ť 27 Ť FEBRERO Ť 2001

Ugo Pipitone

Globaliagnósticos

Marshall Sahlins acaba de enriquecer el panorama con una frase que será famosa: en el largo plazo estaremos todos muertos, y todos estaremos equivocados. Y que la eternidad se la arregle sola: parecería ser el inevitable corolario.

La mayor ambición del género humano debería ser la de encarnar lo mejor de su propio contexto. Hubo tiempos (y persisten lugares) donde este testimonio requería el sacrificio de la propia vida. Lugares de verdades excluyentes. Para mencionar los actuales: Palestina, Irak, Argelia. Como antes Sudáfrica, Vietnam, la Segunda Guerra Mundial y un muy largo etcétera. Es de esperarse que esos tiempos pasen (como en parte pasaron) lo más de prisa posible para dejar el campo al diálogo y a formas civilizadas de confrontación democrática.

Pero, sabio recordatorio, todos estaremos (quien más quien menos) equivocados: el Che en Bolivia; Roosevelt que sostiene a Trujillo; Zapata que no reconoce lo nuevo que Madero es para el país; Los Científicos que querían modernizarlo a trancazos mientras, en passant, se llenaban los bolsillos; los tantos intelectuales al servicio del Zeus en turno hacedor de Historia.

El punto es reconocer el propio tiempo: sus posibilidades y sus límites. En 1921, Lenin lanza la NEP (nueva política económica) y reconoce dos cosas: 1. La revolución mundial no ocurrió, no obstante nuestro ejemplo; 2. Hay que asumir las circunstancias y abrir espacios de mercado en la sociedad y de debate en el Partido. La NEP será finalmente derrotada por el vanguardismo estaliniano del "socialismo en un solo país". Y la solidez del edificio así construido quedará en plena luz a fines del siglo XX.

El punto ahora es el contraste moral absoluto entre --sigamos los neologismos periodísticos-- globalifóbicos y globalifílicos. Dos ejércitos de reluciente armadura en lucha por las almas y los corazones del mundo. Y a uno le vienen ganas de aislarse en la cima del Everest frente a tanta virtud ideológica. Hagamos algo de historia. En los Foros Económicos Mundiales, las constantes han sido: favorecer contactos entre poderosos (lo sustantivo) y una infinita palabrería de buenas intenciones (el adorno). Del lado, la protesta contra los foros también tiene dos almas: el rechazo de las manifestaciones nefastas de la globalización y el espíritu "revolucionario" que quiere acelerar en seco los tiempos de la historia: una especie de estalinismo voluntarioso que a menudo, no por casualidad, reconoce en Fidel una especie de guía moral que merece honores y distinciones.

En el frente de los globalifílicos, una autocomplacencia verbosa que anestesia la ausencia de voluntad; en el de los globalifóbicos, una tentación de aislamiento virtuoso que viene desde los cátaros, las misiones jesuitas de Paraguay pasando por la heterodoxia chiíta y hasta Stalin, Fidel y Ceausescu. Los espacios para razonar podrían estrecharse. Hoy el dilema es el mismo que enfrentó Lenin en 1921: Ƒreconocer los tiempos y adaptar a ellos las demandas de justicia y de vida decente o acelerarlos con actos de voluntarismo revolucionario?

La globalización es una corriente de la historia y no el producto de una conspiración de las multinacionales. Estamos frente a una poderosa corriente cargada de riesgos y oportunidades. Los primeros son obvios: homologación cultural, menor atención a los equilibrios ecológicos, mercantilización creciente de la vida. Pero igualmente obvios deberían ser los beneficios: mayor movilidad de capitales que crean puestos de trabajo, circulación de las culturas, Internet, cooperación entre países cercanos (y la Unión Europea es aquí --voluntaria o involuntariamente-- un símbolo), acuerdos globales (o semiglobales) en exploración espacial o en proyectos como el del Genoma Humano, persecución mundial de delitos contra la humanidad, etcétera, etcétera.

Que prevalezca lo primero o lo segundo dependerá de la capacidad que se tendrá de introducir la política dentro de la globalización. Satanizarla servirá sólo a alimentar exclusiones nacionalistas y derrotas asumidas en nombre de alguna moralidad impoluta.