MARTES Ť 27 Ť FEBRERO Ť 2001
Ť Sesenta producciones operísticas, promedio anual de la Opernhaus zuriquense
Desde Zurich y hacia diversos puntos del orbe, homenajes a los centenarios Verdi y Giacometti
Ť Ensayo de Falstaff, con la máxima batuta verdiana, Nello Santi, en el podio
Ť A partir de junio, Bob Wilson montará Las Valquirias, luego de su paso por México
PABLO ESPINOSA ENVIADO
Zurich, Suiza. En el foso, empuñando una vara de marfil inversamente proporcional al volumen de su robustez de escultura de Botero, o bien Balzac esculpido por Rodin, está el maestro Nello Santi, una de las batutas más respetadas, admiradas, por muchos idolotradas en ese ámbito mágico y maravilloso que es el mundo de la ópera. Y ese mundo tiene su ombligo aquí, en la Opernhaus de Zurich, cintura del planeta.
Los lugares comunes se llaman Scala de Milán, Metropolitan Opera House, Covent Garden y Opera de París, entre otras Mecas varias con ovarios, pero el gineceo magnífico, la proliferación y exuberancia de las voces, el encanto seductor de las puestas en escena, el cultivo tenaz de un arte que siempre quema incienso al eterno femenino, la ópera, tiene también sus casas chicas que en realidad son grandes, porque así como a cada santo le llega su capillita y cada monaguillo tiene su librillo, las casas de ópera que no están en bocas de todos suelen ser tanto o más importantes que las más famosas.
La importancia de la Opera de Zurich es de envergadura tal que las mensuraciones tienen que ser otras, diferentes del glamur, el oropel, la inercia mediática a que mueven los lugares comunes. Rigor profesional, amplios presupuestos, criterios artísticos de particular exquisitez y un profundo amor por el arte lírico caracterizan la vida de la Opernhaus (Casa de Opera) de esta ciudad cuyos habitantes hablan alemán y son considerados unos arrogantes por sus paisanos suizos que hablan francés y cuando llegan a estas latitudes son tratados con el látigo del desprecio cultural, que es siempre soterrado, nadie o pocos aceptarían tal rivalidad secreta y de raigambre ancestral, de estar en territorio comanche. No pasa lo mismo en Ginebra, donde su vocación cosmopolita, además, les permite a los ciudadanos ginebrinos cierta tolerancia y es bienvenida cualquier lengua.
Exuberante vida artística
En la diversidad cultural de Suiza, con cuatro idiomas oficiales, su vida artística florece de manera exuberante y sin tantas alharacas. Es el caso del Grand Theatre de Ginebra, cuatro de cuyas producciones mayores podremos ver en México en breve y es el caso también de la Casa de Opera de Zurich, cuya puesta al día se complementa con una tradición de siglos. Baste decir que es posible ver una noche aquí una superproducción que en el mismísimo Metropolitan Opera de House de Nueva York envidiarían, y a la noche siguiente presenciar otra puesta en escena de similar calibre y a la noche siguiente otra más, tan intensa y plena como las anteriores inmediatas. Tres seguidas y sin que suene la Marcha de Zacatecas.
Es el caso de esta noche, cuando la primerísima soprano, la guapérrima y sensual Cecilia Bartoli, ejemplo raro de belleza física y vocal al mismo tiempo en el mundillo de la ópera, encabeza un elenco formidable con la puesta en escena de La Cenerentola (La Cenicienta), del genial gordito Rossini, mientras, durante la misma jornada el maestro Nello Santi, también voluminoso e italiano cual Rossini en su propio aggiornamiento, ensaya Falstaff, también en italiano, en un elenco que encabeza otra primera dama: Eva Mei.
Tal velocidad y profusión abultan numeralia. Mencionemos al menos que 60 es el promedio del número de producciones operísticas al año en esta casa de ópera.
El Falstaff que ensaya el maestro Nello Santi se estrenará hasta julio y apenas termina febrero. Lujo. Tal acontecimiento engalanará a su vez otro: el Zurcher Festpiele (Festival zuriqués, o Festival de Zurich) que iniciará el 22 de junio en la Opernhaus con un acontecimiento en sí mismo: la puesta en escena de Bob Wilson a Las Valquirias, ópera monumental de Richard Wagner, con el joven maravilla Franz Welser-Most a la batuta.
Del maestro Bob Wilson el público mexicano tendrá a su vez un privilegio: presenciar su puesta en escena de El maleficio de los jacintos, partitura de Tania León, texto del premio Nobel Wole Soyinka, en el Palacio de Bellas Artes en tres funciones, 6, 7 y 8 de marzo. La participación suiza, a través del Grand Theatre de Geneve, en el Festival del Centro Histórico fue el motivo del viaje a Suiza de algunos mortales mexicanos, periodistas de cultura.
Programación inagotable
El susodicho montaje de Falstaff, en tanto, desgrana las celebraciones, pues también de tal manera festeja la Opera de Zurich lo que todas las casas, las grandotas y las chiquitas, conmemoran este 2001, cuando se ha cumplido el centenario de que Verdi es ido y para marzo seguirán los ensayos en función de que en julio comiencen las funciones verdianas de a deveras, porque lo que presenciamos hoy es un ensayo, de las óperas de Verdi que te quiero Verdi: el buticitado Falstaff, y después Ernani, también bajo la dirección de Nello Santi, apreciado por cierto como la batuta más verdiana de hoy en día. Verdiana y muy madura.
Sucederá a Nello Santi en la batuta y el foso de la Opernhaus de Zurich para dirigir otras óperas de Verdi el joven maestro Franz Welser-Most. Este jovenazo es representante óptimo de la nueva generación de grandes directores de orquesta y que en México, cuando ha dirigido orquestas, ha dejado bocas abiertas, la duela mojada en baba y a algunos directores mexicanos como queriendo aprender la lección: eso es dirigir, no pedazos.
Welser-Most se encargará de la batuta desde el foso de Macbeth y de Don Carlo, dos de los grandes retratos en ópera que dibujó, invisible en el aire, visible cuando entra con contacto con el oído, el verdiano Verdi luego del verismo y del bel canto y en pleno uso de sus facultades operarias y operáticas.
La programación operística de la Opernhaus de Zurich es inagotable. Citemos, para que nos den envidia de la buena los suizos, algunos pocos ejemplos de lo que han programado para las semanas que se vienen. Además de un recital Schubert a cargo del pianista Zoltan Kocsis, que en el nombre lleva la penitencia, se pondrán en escena las óperas Beatrice di Tenda, de Bellini; Il Barbiere di Siviglia, de Rossini, con su clon Nello Santi a la batuta; Der Fliegende Hollander (El holandés errante), de Wagner, con Ralf Weikert en el podio. Y ya para qué decimos que el pasado 2 de febrero el mismísimo Ricardo Mutti, director de la mejor orquesta del mundo, la Filarmónica de Berlín, ofreció aquí una conferencia sobre Verdi, precisamente.
Por último, pero no por ello menos importante (last but not least), en Zurich se alberga la mayor parte de la producción de otro de los genios suizos, Alberto Giacometti, de quien se festeja también el centenario, en este caso de su nacimiento. Desde esta ciudad, Zurich, partieron, están partiendo y partirán diferentes exposiciones con destino a los museos más importantes del mundo para rendir homenaje a Giacometti. De aquí le seguimos la huella, por lo pronto, a Giacometti, hacia París.
Porque París era una fiesta.