Ť El escritor obsequió autógrafos y fue ovacionado entre vítores al EZLN
Saramago, zapatista de corazón y palabra, visitó la Feria del Libro de Minería
Ť ''Mi pequeña vanidad se confirma cuando convivo con los que me quieren'', señaló
Ť Con esa sencillez, ni parece un premio Nobel de Literatura, dijo una señora
MONICA MATEOS-VEGA
Como las manos de Cipriano Algor ?protagonista de La caverna?, las de José Saramago se tornan incansables ante la tarea de firmar decenas y decenas de sus libros pues cada rúbrica, en unos cuantos segundos, obsequia al admirador del escritor una anécdota, de esas que pasan de generación en generación y que podrían llevar como título ''el día que conocí a un premio Nobel". Esos momentos son los que confirman al novelista su ''pequeña vanidad": no convive con ''lectores", sino con ''personas que me quieren".
Durante su vista, el domingo, a la Feria del Libro del Palacio de Minería, el autor de El evangelio según Jesucristo provocó a su paso aplausos, besos lanzados al aire y vítores al EZLN, pues las personas lo identifican no sólo como el gran narrador que es sino como un zapatista de corazón y palabra.
Saramago se deja querer, pide que no lo cerquen tanto los improvisados guaruras en que se han convertido los muchachos de camiseta amarilla que se encargan de dar informes en la Feria pues, protesta el escritor, ''no soy una estrella de rock".
Don José, como lo llaman respetuosamente quienes se saben de memoria párrafos enteros de sus novelas, quiere mirar a los ojos, una por una, a las más de 300 personas que han hecho fila tres horas antes de su llegada. A Saramago le resulta ilógico que se hayan repartido fichas, unas 150, y que ese sea el límite. No, que pasen todos, dice. Por eso, su estancia en la feria se prolonga más de una hora, firme y firme novelas: El evangelio..., Ensayo sobre la ceguera, Viaje a Portugal, Todos los nombres y muchas agendas y papelitos de aquellos que se vieron sorprendidos por la presencia del escritor.
Apretón de cachete
Para que nadie se quede sin la rúbrica, el escritor advierte que no puede poner dedicatoria, sólo su nombre y la fecha, y acaso un apretón de manos, una palmadita en la mejilla, las más atrevidas reciben un beso y todos, de manera permanente, una sonrisa.
Muchos quieren conversar, decir más que ''gracias", pero algo tiene ese hombre que emociona hasta las lágrimas, dice un joven al salir del salón donde Saramago firma y firma. Una señora asevera: ''Ni parece premio Nobel, con esa sencillez".
Una joven madre, con bebé en brazos se detiene frente a la mesita donde el autor de Casi un objeto, con calma mira la fila que lo aguarda. Extiende su libro y mientras el narrador firma la madre le susurra algo al niño que observa con curiosidad al escritor. Es un instante que el bebé no recordará cuando crezca, pero la mujer se encargará de contarle, durante muchos años, a la menor oportunidad, que ''Saramago te apretó el cachete y te dijo noséqué".
Alguien le dice al escritor que ya pasaron todos. Pero afuera quedan como cinco personas que aceptan haber llegado tarde, sin embargo protestan porque les impiden el paso, ''si somos sólo cinco o seis, qué tanto es tantito". Pero no pasan, que ya se cansó, que está delicado de salud, mienten los guardianes. Entonces un joven abre la página 46 de La caverna y lee: ''Seguridad no podía vivir sin restregar su autoridad por la cara de las personas, incluso en un caso tan trivial como éste de ahora".
Saramago sale del salón. Nuevamente los aplausos, las porras: ''¡E-Z-L-N, E-Z-L-N!". El escritor visita la biblioteca del Palacio de Minería, y bromea ante un esqueleto de la colección de paleontología que ahora está caracterizado como la muerte de la película Macario, ''qué suerte que ha tenido este tipo, nunca imaginó que seguiría sus días aquí", dice el narrador.
Afuera dejó de llover y los que no alcanzaron firma se preparan para una nueva cita. Este miércoles, a las 17:00 horas, en el Sanborns de Perisur, Saramago tendrá otro encuentro, no con ''lectores'', sino con personas que lo leen, que lo quieren.