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México, D.F. martes 27 de febrero de 2001
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Editorial
 
ORTIZ: AUTOCRITICA O AUTOCOMPLACENCIA 

SOL Ayer, al inaugurar los trabajos del Foro Económico Mundial en Cancún, Quintana Roo, el gobernador del Banco de México, Guillermo Ortiz Martínez, formuló un severo y alarmante balance del desastre social en que se encuentra gran parte de la población de América Latina: 40 por ciento de ella vive en la pobreza y los índices regionales de desigualdad, falta de educación, insalubridad y mortalidad infantil se encuentran entre los más insatisfactorios del planeta. El funcionario explicó en función de ese panorama lacerante las críticas que enfrentan "quienes defendemos entusiastamente los beneficios de la globalización" y abogó, no obstante, por la preservación del modelo neoliberal causante de la catástrofe descrita: políticas macroeconómicas estables, cambio estructural y fortalecimiento de las instituciones que constituyen la columna vertebral de la economía de mercado. Si la región sigue por ese camino, dijo Ortiz, "va a tardar 60 años en duplicar el ingreso per cápita de sus habitantes". La demora será atribuible, opinó, a los altos índices de crecimiento demográfico que se observan en la zona. 

La alocución del gobernador del Banco de México es un ejemplo difícilmente perfectible del espíritu tecnocrático que llegó al poder público en nuestro país y, salvo excepciones, en el resto de Latinoamérica, a partir de la década antepasada: para ese espíritu, la obsesión por la estabilidad de los indicadores macroeconómicos es tan rotunda como la insensibilidad política y social que ve en la pobreza y en la miseria condiciones inmutables y hasta naturales que más vale tolerar por otras seis décadas con tal de no apartarse de la receta ortodoxa: disciplina fiscal, privatización de lo público, desregulación indiscriminada, apertura comercial salvaje y entrega de toda la economía a las fuerzas del libre mercado salvo, por supuesto, los salarios: esos pueden resultar "inflacionarios" y es conveniente contener su incremento. 

Lo dicho ayer por Ortiz es expresivo e ilustrativo, pues, de un pensamiento económico disociado, depredador y, a fin de cuentas, profundamente inmoral. Es muestra de los razonamientos globalifílicos (el término lo acuñó, por antonimia, su ex jefe Ernesto Zedillo) que ven la economía no como un instrumento para procurar mejores condiciones de vida a las sociedades y sus individuos sino como una competencia casi deportiva entre grupos en el poder que buscan, en los índices macroeconómicos, la estética del equilibrio. 

La alocución referida resume y desenmascara las actitudes de los tres últimos gobiernos priístas, en los cuales el orador hizo carrera y en los que se desempeñó como estratega económico. No fue, pues, un discurso autocrítico, sino un canto de autocomplacencia.

 

 

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