ORTIZ: AUTOCRITICA O AUTOCOMPLACENCIA
Ayer, al inaugurar los trabajos del Foro Económico
Mundial en Cancún, Quintana Roo, el gobernador del Banco de México,
Guillermo Ortiz Martínez, formuló un severo y alarmante balance
del desastre social en que se encuentra gran parte de la población
de América Latina: 40 por ciento de ella vive en la pobreza y los
índices regionales de desigualdad, falta de educación, insalubridad
y mortalidad infantil se encuentran entre los más insatisfactorios
del planeta. El funcionario explicó en función de ese panorama
lacerante las críticas que enfrentan "quienes defendemos entusiastamente
los beneficios de la globalización" y abogó, no obstante,
por la preservación del modelo neoliberal causante de la catástrofe
descrita: políticas macroeconómicas estables, cambio estructural
y fortalecimiento de las instituciones que constituyen la columna vertebral
de la economía de mercado. Si la región sigue por ese camino,
dijo Ortiz, "va a tardar 60 años en duplicar el ingreso per cápita
de sus habitantes". La demora será atribuible, opinó, a los
altos índices de crecimiento demográfico que se observan
en la zona.
La alocución del gobernador del Banco de México
es un ejemplo difícilmente perfectible del espíritu tecnocrático
que llegó al poder público en nuestro país y, salvo
excepciones, en el resto de Latinoamérica, a partir de la década
antepasada: para ese espíritu, la obsesión por la estabilidad
de los indicadores macroeconómicos es tan rotunda como la insensibilidad
política y social que ve en la pobreza y en la miseria condiciones
inmutables y hasta naturales que más vale tolerar por otras seis
décadas con tal de no apartarse de la receta ortodoxa: disciplina
fiscal, privatización de lo público, desregulación
indiscriminada, apertura comercial salvaje y entrega de toda la economía
a las fuerzas del libre mercado salvo, por supuesto, los salarios: esos
pueden resultar "inflacionarios" y es conveniente contener su incremento.
Lo dicho ayer por Ortiz es expresivo e ilustrativo, pues,
de un pensamiento económico disociado, depredador y, a fin de cuentas,
profundamente inmoral. Es muestra de los razonamientos globalifílicos
(el término lo acuñó, por antonimia, su ex jefe Ernesto
Zedillo) que ven la economía no como un instrumento para procurar
mejores condiciones de vida a las sociedades y sus individuos sino como
una competencia casi deportiva entre grupos en el poder que buscan, en
los índices macroeconómicos, la estética del equilibrio.
La alocución referida resume y desenmascara las
actitudes de los tres últimos gobiernos priístas, en los
cuales el orador hizo carrera y en los que se desempeñó como
estratega económico. No fue, pues, un discurso autocrítico,
sino un canto de autocomplacencia. |