MIERCOLES Ť 28 Ť FEBRERO Ť 2001
 

Ť Vehículos extraños a la caravana del EZLN irrumpen entre el convoy motorizado

Inesperada bienvenida en Orizaba; decenas de miles reciben a zapatistas

Ť Ajena a las consignas políticas tradicionales, gente común se volcó en las calles

JAIME AVILES ENVIADO

De oaxaca, oax., a puebla, pue., 27 de febrero. A las tres de la tarde Orizaba es la apoteosis: decenas de miles se aglomeran en el parque Castillo, frente a la catedral, para gritar: "¡Marcos! ¡Marcos! Marcos! ¡Marcos!". Donde menos era esperada, ha saltado la liebre. A las ocho de la noche, cinco jóvenes trepan a la cima de la fuente de San Miguel, colocada en 1790, en el centro del zócalo de Puebla y no les importa empaparse con tal de ver a los rebeldes por encima de las 15 mil personas que llenan la plaza y gritan de nuevo: "¡Marcos! ¡Marcos! ¡Marcos!".
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A las nueve de la mañana, 2 mil almas se benefician de la sombra de los árboles en torno del templete que cierra una esquina del jardín cívico de Tehuacán. Y sobre la carretera de Orizaba a Puebla, encaramados en los puentes y a los lados del camino, miles y miles más aplauden, echan porras, muestran cartulinas, brincan, se ponen histéricos en los casos más extremos, como si ésta fuese la versión laica de una visita papal. Y de pronto 30 mil ciudadanos comunes y corrientes provocaran la apoteosis de hoy en Orizaba, esto sí, con perdón, es fantástico.

El fenómeno que experimentó la cálida ciudad veracruzana es a la marcha zapatista lo que a la primera campaña electoral de Cuauhtémoc Cárdenas fue, en febrero de 1988, el mitin de San Pedro de las Colonias, en Coahuila: el detonante. Adolfo Gilly, que mucho sabe de eso, podrá explicarlo mejor, pero la bola de nieve que hoy comenzó a rodar, crecerá y crecerá a partir de ahora, a medida que el convoy de los comandantes viaje en círculo (como esta noche dijo Marcos) alrededor del Distrito Federal.

En vísperas de la histórica visita, los medios de Orizaba estuvieron machacando el siguiente mensaje: "Recibamos con alegría a nuestros hermanos indígenas de Chiapas y expresemos nuestro apoyo para que al fin consigan la paz que todo México anhela. Digamos sí a la paz", repetían sin descanso los spots del gobierno. Por eso esta mañana vimos cientos de cartulinas que reiteraban: "Sí a la paz", y en muchas azoteas había banderas blancas y otras manifestaciones de esa índole.

En los hechos la cantaleta oficial sufrió modificaciones como estas: "Sí a la paz. Bienvenidos EZLN", "Sí a la paz, contigo Marcos", "Sí a la paz, ¡viva Marcos!", "¡Sí a la paz, Orizaba con los zapatistas", "Sí a la paz, viva EZLN", "Sí a la paz, Marcos amigo", etcétera. Sólo una señora parecía haber interpretado correctamente la consigna de la propaganda gubernamental; su solitario cartelito editorializaba: "Sí a la paz. Apoyo a indígenas. No al sistema de Marcos. Dialoguen".

 

Una jornada extenuante

Fue, además, un día extenuante. La salida a Tehuacán fue en punto de las cinco. Bajo las últimas tinieblas de la noche, la columna de autobuses, camionetas y coches, contenida, seccionada, por las patrullas de la Policía Federal Preventiva, se estiró sobre la carretera como una serie de foquitos de Navidad, que seguían parpadeando a lo largo de cuatro kilómetros incluso después de la amanecida.

A las seis de la mañana, vía teléfono celular, todavía en Oaxaca, Federico Mariani, presidente de la Asociación Ya Basta de Italia, se comunicó para informar que los siete autobuses contratados por ellos y por la Coordinadora Europea de Solidaridad con el EZLN habían desaparecido al igual que los siete choferes. Y a las seis y media, hasta la Casa Diocesana de Pastoral de Oaxaca, donde habían pernoctado los otrora llamados "turistas revolucionarios", llegaron siete autobuses  enviados, con demasiada presteza, por el gobernador José Murat, quien al parecer estaba listo para subsanar contratiempos.

Mariani, luego de una rápida consulta, informó a los emisarios de Murat que no aceptarían su "desinteresada" ayuda, pues no permitirían que con ello se entrometieran las autoridades en una movilización independiente, organizada, entre otras cosas, "para que la sociedad civil muestre su autonomía en apoyo a las demandas de autonomía de los pueblos indios de México".

Por su parte, la empresa Tania, de Raúl Alcántara, dueña de los vehículos, dijo que había "roto unilateralmente el contrato" y que devolvería el dinero pagado por los italianos. En forma inexplicable, la Comisión Nacional de Derechos Humanos dio por buena esta versión, mientras los representantes de Tania guardaban un silencio que se prolongaría por el resto del día.

En la caravana, mientras tanto, hoy se hicieron visibles por segundo día consecutivo los tripulantes de una camioneta negra de aspecto siniestro, con placas de circulación CW 76466, del estado de Chiapas, cuya única función consiste en estorbar y provocar a los choferes de los automóviles de la prensa, con la aparente finalidad de causar accidentes en la carretera. Ese mismo propósito parecen cumplir los que viajan en el Golf modelo 2001, placas 246 LEY del DF, cuya matrícula, extraña sin duda, es semejante a la de un Jetta verde que el lunes intentó descarrilar a la fotógrafa Oriana Elicabe antes de estrellarse en el camino de Juchitán a Oaxaca. ¿Quién está enviando coches con placas cuya sigla, LEY, sugiere su ilícita procedencia y que no pretenden sino causar accidentes? Una buena pregunta para Adolfo Aguilar Zinser, comisionado de Seguridad, que al hacer de lado a la Cruz Roja Internacional dijo que "el Estado mexicano cuenta con los recursos suficientes para proteger la caravana".

Discursos indígenas en Tehuacán

El de Tehuacán fue un acto redondo sin duda. Después de recorrer las avenidas principales del viejo emporio del agua mineral, y de saludar a adultos y niños que exhibían cartelitos de apoyo, e incluso de "apollo" (como decía un cuaderno escolar) a la lucha de los rebeldes, éstos se instalaron en un templete junto al antiguo y majestuoso palacio municipal, recubierto en su fachada con cerámica de Talavera, similar a la de la Casa del Alfeñique, en Puebla, y escucharon discursos de indígenas popolocas, mixtecos y zapotecos, mientras brigadistas repartían platos de arroz y frijoles gratuitos, y sonoros cohetones rasgaban el aire y destrozaban los tímpanos.

Tres horas más tarde entrábamos en Orizaba. Desde las mojoneras de aquella cervecera ciudad había familias completas, parejas de novios, campesinos, turistas y un sinfín de personas más con pancartas, carteles y mantas a favor de los zapatistas. Mientras avanzaba el autobús de los rebeldes por la avenida Circunvalación, cientos de bicis y motos se pegaron a su extremo izquierdo y lo acompañaron vitoreando a Marcos, entre los aplausos, los saludos, los nuevos carteles, las nuevas mantas de un gentío cada vez más compacto, cada vez más eufórico, que al llegar a una callejuela donde el "ómnibus rumbo al sol" tenía que dar vuelta a la izquierda, comenzó a corear: "¡Que se bajen, que se bajen!", para que comandantes y subcomandantes finalizaran el recorrido a pie.

Era, ese de Orizaba, un público absolutamente nuevo. Ni una sola vez gritó aquello de "no están solos" o "Zapata vive, la lucha sigue". No estaban organizados, no militaban en colectivo, frente o secta alguna. No pertenecían a la cultura política forjada en estos años por el EZLN. Eran ciudadanos de a pie (y de moto y de bici), a quienes al fragor de la guerra publicitaria el gobierno les dio permiso de salir a festejar a los rebeldes, y si bien nadie gritaba mueras en contra de autoridad alguna, el respaldo a los insurrectos era frenético y unánime. Y ya en el parque Castillo, cuando Marcos terminó de hablar, hasta las campanas de la catedral se agregaron al paroxismo de una región que, desde la huelga de Río Blanco, a principios del siglo pasado, no se había manifestado tan fervorosamente a favor del cambio en México.