miercoles Ť 28 Ť febrero Ť 2001

José Steinsleger

Viaje a la esperanza

Enero de 1994. El bochito avanza firme y decidido. Donde puedo, sorteo el peaje. No es por el ahorro, pues sé que más tarde la suspensión del coche me pasará la factura. A cambio, iré sumergiéndome en los mundos de Traven y de Lowry, de Bonfil Batalla y de Rosario Castellanos.

A la altura de Orizaba, las narices de uno, dos, siete, once camiones de Pemex desfilan resignadamente hacia al norte. Cae la noche en Ciudad Alemán. En lugar de seguir rumbo a Acayucan, tomo por un camino semiasfaltado hasta empalmar con la carretera que atraviesa el istmo de Tehuantepec. A la una de la madrugada, el empleado de la gasolinera de Matías Romero me dice incrédulo: ƑTomó esa ruta solo, y de noche?

Desde la loma de la última montaña, diviso la tórrida costa del Pacífico oaxaqueño. En La Ventosa, el bochito amaga con perder la estabilidad. A partir de aquí, los riñones resentirán la ingeniería vial del "único modelo viable". Como diría el sup: "...la crisis misma hecha teoría y doctrina".

Repaso los datos básicos: hace veinte años, un grupo de aventajados estudiantes mexicanos obtenía sus doctorados en universidades de Estados Unidos y otro grupo de jóvenes optaba por irse a vivir con los indígenas en el rincón más apartado y paupérrimo del estado de Chiapas.

El primer grupo impugnó los mitos de la Revolución Mexicana; el segundo revisó los de la guerra fría. Los unos apostaron a la cábala financiera; los otros se comprometieron con los indios del sureste. Aquéllos creyeron en las siete llaves del nuevo camino: modernización, eficiencia, crecimiento, desregulación, privatización, globalización y libre mercado. Estos hablaron de las "siete vergüenzas capitales" del Popol-Vuh: orgullo, ambición, envidia, crimen, ingratitud, intolerancia y mentira.

Ya estoy en los parajes "donde los dioses son más viejos que los astros". Así se llama un poema de Juan Bañuelos. En San Cristóbal, visito la oficina-hogar de Conchita Villafuerte y Amado Avendaño, que son directores editoriales, editores, jefes de redacción, investigadores, cronistas, articulistas, entrevistadores, correctores, mensajeros y vendedores del periódico El Tiempo.

Pacientes y obsequiosos, Conchita y Amado no tienen un quinto partido al medio, pero sirven café y galletitas a los extraviados corresponsales del primer mundo que preguntan si hay otro mundo posible. Amado responde acariciando la linotipo Intertipe de prensa plana, fabricada en 1897, donde se publicó la primicia del alzamiento zapatista el día en que México entró al Tratado de Libre Comercio por la puerta de la cocina.

Reencuentro con el poeta Bañuelos. Han pasado 15 años. Lo veo rejuvenecido y espigado. Como si en el tiempo transcurrido hubiese vivido amotinado. Juan se pone serio y con esos ojos que antes de mirar fijo dan una vuelta completa, susurra: Ƒsabías que me casé con una china?

En víspera del diálogo, en la iglesia de Santo Domingo, los músicos de la Orquesta Sinfónica del Estado de México ejecutan Canto de los volcanes: Himno de la Esperanza, de Federico Alvarez del Toro. El concierto suena en el sitio exacto donde 450 años atrás fray Bartolomé de Las Casas condenó, por un solo día, la iniquidad contra los indios de las Américas.

El domingo 20 de febrero de 1994, el pueblo de San Cristóbal amanece más temprano, se viste de fiesta y ocupa las calles del centro. Hacia el mediodía, cuando la Policía Federal de Caminos abre el paso a los jefes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, el griterío se confunde con el ulular de las sirenas.

Los guerrilleros saludan y desaparecen en la Catedral. Es hora de almorzar. Apurando el paso, una mamá regaña a su hija: "Estás cansadita. Ya viste al comandante Marcos. Mañana venimos otra vez".

("Memorial de Chiapas. Pedacitos de historia". Testimonio del autor. La Jornada Ediciones, 1997)