VIERNES Ť 2 Ť MARZO Ť 2001

Ť Es el heredero organizativo de los diálogos de San Andrés, afirman sus líderes

Pretende el CNI ser un espacio plural para la reconstitución integral de los pueblos indígenas

Ť Servir y no servirse; representar y no suplantar; construir y no destruir; obedecer y no mandar; proponer y no imponer, y convencer y no vencer, algunos de sus criterios

LUIS HERNANDEZ NAVARRO

San Andrés y la organización indígena

El 12 de octubre de 1996 se fundó en la ciudad de México el Congreso Nacional Indígena (CNI). Desde entonces, se ha convertido en la organización indígena nacional más amplia y representativa del país, y en una de las fuerzas sociales más dinámicas de su espectro político.

Se trata, sin embargo, de una organización muy peculiar, diferente a los consejos indígenas promovidos durante el sexenio de Luis Echeverría, y las centrales y coordinadoras campesinas tradicionales de la década de los setenta. Sus dirigentes acostumbran decir que es la ''casa de los indígenas mexicanos''.

Durante la primera Asamblea Nacional, efectuada en Milpa Alta, el 20 de noviembre de 1996, se acordó que el CNI ''es un espacio construido por todos para que se encuentren nuestros pueblos, se hablen nuestros corazones, se crezca nuestra palabra y se encauce nuestra lucha''.

Seis meses después, en su primer Taller de Reflexión para la Planeación Estratégica, realizado en Santa Isabel Tola, en mayo de 1997, se dio a sí mismo la misión de ''ser un espacio plural de encuentro, reflexión y propuesta para la reconstitución integral de los pueblos'', además de ''ser una fuerza transformadora de la sociedad mexicana''.

Los siete criterios que ha establecido para normar su acción -servir y no servirse; representar y no suplantar; construir y no destruir; obedecer y no mandar; proponer y no imponer; convencer y no vencer, y mandar y no subir- lo diferencian de otras fuerzas sociales y movimientos políticos.

Arcoiris organizativo

El CNI es un verdadero arcoiris organizativo. Está formado por una amplia variedad de comunidades, pueblos y organizaciones indígenas. El tamaño, representatividad y fuerza de cada una de ellas es diferente. Quienes se dicen nacionales, lo hacen más por tener presencia regional en dos o tres estados, que por ser una fuerza representativa de los pueblos indios en todo el territorio nacional. El conocimiento y compromiso que sus integrantes tienen con el CNI es variable. Las posiciones políticas de sus integrantes van desde el infrarrojo hasta el ultravioleta.

Algunas organizaciones miembros del congreso, como la UCEZ, los comuneros de Milpa Alta y la CNPI, han participado anteriormente en proyectos de coordinación nacional campesinos. Otras, como la Unión de Comunidades Indígenas Huicholas, los nahuas de la sierra de Manantlán y las autoridades y organizaciones mixes, casi no tienen experiencia previa en la participación de convergencias nacionales.

Unas provienen de la lucha agraria, otras de la movilización etno-política y, otras más, de la reivindicación económico-productiva. Su ámbito principal de acción es el regional. Tienen en común su independencia del Estado y de los partidos políticos. Algunos tienen una larga tradición de participación en la lucha por los municipios, mientras que otros no participan en procesos electorales.

Este encuentro de liderazgos, donde se mezclan distintos niveles y tipos de representación política, que van de la comunidad a la región, y de representantes con cargo municipal a mediadores políticos de corte tradicional (usualmente profesores y profesionistas indígenas), le da al congreso una implantación y una representatividad muy significativa. Sin embargo, simultáneamente, proporcionan una diversidad de culturas organizativas que tienen que aprender a coexistir, y que dificultan la necesaria cohesión interna que se requiere en una organización de esta naturaleza.

El CNI y Larráinzar

El Congreso Nacional Indígena es el heredero organizativo de los diálogos de San Andrés sobre derechos y cultura indígenas. Surge de la convocatoria hecha por el EZLN a dirigentes indígenas para participar como sus asesores e invitados en el proceso; del Foro Nacional Indígena, de enero de 1996, organizado por los zapatistas y la Cocopa, y de las reuniones de seguimiento de este foro que se efectuaron después de firmados los acuerdos con el gobierno federal, el 16 de febrero de ese mismo año. Nace al calor del debate nacional sobre la cuestión indígena propiciado por la suspensión de las negociaciones, en septiembre de 1996, y de la salida de la comandanta Ramona hacia la ciudad de México, como delegada del EZLN en la fundación del congreso.

Esta profunda imbricación es palpable en los documentos oficiales del CNI. En la declaración Nunca más un México sin nosotros, surgida de su reunión fundacional, se exige ''el cumplimiento inmediato y completo de los acuerdos''. Desde entonces, en todos sus encuentros esta organización ha refrendado este reclamo, y, a partir de su segunda Asamblea Nacional, efectuada en septiembre de 1997, en el centro ceremonial de Cuicuilco, lo ha hecho extensivo también a la iniciativa de la Cocopa.

La estrecha relación que se ha construido entre el CNI y el zapatismo ha sido ratificada permanentemente. Tres grandes reuniones nacionales de esta organización se han realizado en el marco de movilizaciones nacionales del EZLN hacia la ciudad de México, y han contado con su presencia. Estas acciones le han servido al congreso para sumar fuerzas y ganar presencia en los medios de comunicación. La indudable capacidad de convocatoria y de medios de los zapatistas se ha puesto regularmente al servicio de la organización indígena nacional.

La naturaleza de esta relación fue explicada por el dirigente purépecha Juan Chávez, uno de los organizadores del encuentro en Nurío, Michoacán, en el discurso inaugural de la segunda asamblea del Congreso Nacional Indígena: ''El EZLN y el CNI -dijo- somos ya una sola fuerza nacional. La palabra armada, que se hace escuchar desde enero de 94, es por nosotros aceptada, defendida y respetada en razón histórica del supremo derecho de los pueblos a la rebeldía. El Ejército Zapatista de Liberación Nacional enarbola hoy las demandas que por siglos nuestros pueblos han visto negadas por los gobiernos. El CNI hace suyas estas demandas...''

Obviamente, subsisten diferencias importantes entre las organizaciones que integran el congreso y entre muchas de ellas y el zapatismo. Estas tienen que ver con visiones distintas sobre la cuestión étnica y sobre formas de lucha y acción, pero que no impiden la unidad de acción ni cuestionan con severidad el papel del zapatismo en el movimiento indígena. Las voces críticas al zapatismo -que las hay- son muy localizadas y se concentran en algunos dirigentes que desempeñaron un papel relevante nacional e internacional en las jornadas de 1992, pero que, a raíz del levantamiento de 1994, perdieron visibilidad e interlocución.

Los funerales del indigenismo

En San Andrés murió el indigenismo como política gubernamental. El Estado mexicano tuvo que reconocer su orfandad teórica sobre la cuestión indígena y el fracaso de sus políticas. En su lugar se ha gestado un pensamiento nuevo, vigoroso y profundo, que está transformando la cultura y la política nacionales. Un pensamiento surgido de años y años de resistencia y reflexiones sobre lo propio y lo ajeno. Resultado de la gestación de una nueva intelectualidad indígena educada y con arraigo en las comunidades, de la formación de cientos de organizaciones locales y regionales con liderazgos auténticos y del conocimiento de las luchas indígenas en América Latina. Ese pensamiento, esos intelectuales y dirigentes, ese proceso organizativo, fueron los que tuvieron en San Andrés un punto de encuentro y convergencia.

El Congreso Nacional Indígena ha pasado por varias etapas a lo largo de su vida. En un primer momento, que va de su fundación -alrededor de la consigna Nunca más un México sin nosotros- a febrero de 1997, cumplió un importante papel en el análisis y difusión de la iniciativa de reformas constitucionales de la Cocopa, así como en el debate nacional para defenderla. Posteriormente, ante la cercanía de elecciones federales, replegó su acción al ámbito regional y señaló que éstas se efectuaron con escasa participación de los pueblos indios. A raíz de la marcha de los mil 111 zapatistas a la ciudad de México, desplegó distintas acciones junto con el EZLN, y realizó dos asambleas nacionales.

Entre finales de 1997 y principios de 1998 vivió un complejo proceso de reorganización de sus corrientes internas, de lucha en contra de la iniciativa presidencial de reformas constitucionales sobre derechos y cultura indígenas y de reflujo nacional. Simultáneamente, muchos de sus integrantes protagonizaron significativas luchas regionales. Irrumpieron entonces contradicciones entre un incipiente aparato nacional y las regiones en torno a quién y cómo se deben de tomar las decisiones dentro del congreso.

La consulta sobre derechos indígenas y en contra de la guerra de exterminio, convocada por el EZLN y realizada el 21 de marzo de 1999, permitió que el CNI desplegara sus fuerzas nacionalmente. La participación indígena en la organización del evento fue notable. La visita de 5 mil zapatistas a los municipios del país permitió, en el caso de los ayuntamientos indígenas, amarrar relaciones sólidas por abajo.

En un nuevo quiebre del acordeón organizativo, los comicios federales de 2000 encogieron al movimiento indígena nacional, al punto de que su problemática no fue un asunto central en las campañas electorales. El reposicionamiento zapatista en el plano nacional a partir de la toma de posesión de Vicente Fox y la realización de la caravana, lanzaron nuevamente al Congreso Nacional Indígena al centro del tablero político nacional.

El CNI se ha ido consolidando como espacio abierto de encuentro y expresión, en el que todos los indígenas tienen un lugar y, a través de él, han ido configurando su rostro. No es una organización de estructura cerrada o formal. Ha ganado ya el reconocimiento de la mayoría del movimiento indígena, que ve en él su ''su casa, y de la opinión pública, que acepta lo genuino de su causa.

La legitimidad conquistada ha abierto un espacio para la lucha de otros sectores populares en el país. Lejos de ser una reliquia histórica, el movimiento indígena se ha convertido en un factor de transformación de la política nacional.