DOMINGO Ť 4 Ť MARZO Ť 2001
Hugo Gutiérrez Vega
Confusión, utopía, universidad...Ť
Los universitarios tenemos la obligación cotidiana de reflexionar sobre el presente, el pasado, el porvenir y la misión de la universidad. Si no lo hacemos así, si nos mostramos desatentos o abúlicos y nos encerramos en la cárcel de lo individual, serán otros los que, sin reflexionar y sin los conocimientos necesarios, se dediquen a elaborar teorías instantáneas y, desde perspectivas extra-académicas, hagan la crítica de la universidad pública y tomen medidas dañinas, no sólo para las escuelas profesionales sino para las sociedades en las que están enclavadas, y de las cuales son un reflejo no mecánico sino dialéctico. Esto significa que reciben la influencia del medio social, pero también pueden influir en él con los únicos objetivos de mejorar la inteligencia y de proponer formas de convivir más justas y libres. Uno de los grandes humanistas jesuitas del siglo XVIII, el padre Clavijero, pedía a los gobernantes que inspiraran sus actos en la bondad, el diálogo y la negociación. Nunca en el miedo, la amenaza o el ejercicio de la horrenda violencia institucional.
La paráfrasis del padre Clavijero me lleva de una manera natural a rendir homenaje a nuestros antepasados académicos, los humanistas e ilustrados jesuitas del siglo XVIII: Alegre, Clavijero, Landívar, Castro, Abad... Historiadores geómetras, matemáticos, juristas, físicos, especialistas en hidráulica, química y otras disciplinas científicas, poetas, traductores, latinistas, todos ellos son, y deben ser, ejemplo a seguir por las comunidades universitarias, muy especialmente la nuestra, pues el padre Diego José Abad fue rector del Colegio de San Javier de Querétaro, ilustre antecesor de esta universidad que cumple mucho más de 50 años.
A unas cuantas cuadras de este recinto, podemos ver las piedras vivas de las escuelas, profesionales que, salvo por unos años, durante los cuales fueron dedicadas a otras tareas, siempre albergaron los esfuerzos académicos de la comunidad integrada por profesores, investigadores y estudiantes. Por esta razón, en 1966, el prodigioso patio barroco volvió a cumplir la misión señalada por sus fundadores.
Diego José Abad es el paradigma de esa vocación humanística, del amor por las letras y las ciencias y de la curiosidad abierta a todos los aspectos del espíritu y la materia, de la forma y el contenido. La retórica, la filosofía, el derecho, la geografía hidráulica, el álgebra, la crítica de arte, especialmente de la arquitectura, y la traducción de textos latinos, fueron algunas de las especialidades de quien es, sobre todas las cosas, un poeta excepcional "a lo divino" y un enciclopedista fascinado ante la naturaleza y la humanidad.
En 1767 era rector del Colegio de Querétaro cuando los jesuitas fueron expulsados de los territorios de la corona española. Esta medida mostró un carácter altamente contradictorio, pues la tomó el más ilustrado de los borbones, Carlos III, con la asesoría de sus ministros modernizadores: Aranda y Floridablanca. Abad, enfermo y cansado, se refugió en Ferrara y murió en Bolonia en 1779.
De su hermoso y extenso poema Carmen Deo Nostro, cántico a nuestro Dios, quisiera recordar unos versos que concentran todo su pensamiento humanístico y su amor por el filosofar: Tu mihi ades, cuius tota est Sapientia: mitte de solio ipse tuo radios, lucemque benignus menti da: et mecum fac sit, mecumque laboret. (Tú, de quien es la sapiencia toda, asísteme: envía tú mismo de tu solio los rayos y benigno la luz da a mi mente: y haz que conmigo esté y conmigo trabaje.)
Siempre es conveniente buscar en el pasado las raíces de las acciones humanas y de la cultura entendida como el entorno histórico genético que rodea nuestras vidas. De esos sueños humanísticos viene la actual Universidad Autónoma de Querétaro y, por esta razón, su rectora piensa que debe ser considerada como una parte fundamental del patrimonio histórico y cultural de nuestro estado. De esta manera nos convoca para que apoyemos y defendamos a la universidad pública, la cual, de acuerdo con los rasgos esenciales de nuestro tiempo histórico, debe ser laica y dar cabida a todas las corrientes del pensamiento. Vivimos momentos de confusión y de pragmatismo, y ante estas escuálidas realidades debemos afirmar los valores de la fantasía y la utopía. Ahora más que nunca tiene razón Marcuse cuando afirma, al recordar a Sigmund Freud: "Su contribución original yace en el intento de mostrar la génesis del pensamiento utópico y sus conexiones esenciales con el principio del placer." El placer entendido como una afirmación de los valores de la vida, pero también y sobre todo como una defensa constante de la dignidad humana, como la exaltación de la tolerancia, de las libertades esenciales y de la instauración de la justicia social. Esto incluye, por supuesto, el respeto a las diversidades, pues es claro que el Estado-nación debe ser revisado para que las memorias étnicas sean reconocidas. A todos los grupos y etnias debe llegar el progreso general, y al mismo tiempo debemos respetar los usos y costumbres, para, entre otras cosas esenciales, preservar la variedad del mundo.
En estos aspectos básicos para la construcción del porvenir, las universidades tienen un papel fundamental pues, como afirmaba Gramsci: "Hay que llamar la atención sobre las demás partes de la historia de la filosofía, sobre las concepciones del mundo de las grandes masas, de los grupos dirigentes más restringidos que son los intelectuales y, por último, sobre los vínculos entre esos varios complejos culturales y la filosofía de los filósofos."
En esta tarea son las universidades el lugar en el cual confluyen las instancias participantes en dicho proceso cultural y socio político. Por eso es necesario fortalecerlas, protegerlas del elitismo y de la demagogia y dotarlas de los medios necesarios para que cumplan su elevada función social. En este sentido, la definición de Ortega y Gasset conserva una notable actualidad: "La universidad es la directora del pensamiento colectivo y la maestra de la vida social."
"Es el hombre el que salva al hombre", decía Marx, estableciendo así las bases de otro pensamiento utópico, de un humanismo basado en la dialéctica y la historia. De esta afirmación podemos partir para hablar del humanismo greco latino, del cristiano, del renacentista, del democrático nacido en el seno violento de la revolución francesa, basado en las ideas de libertad, igualdad y fraternidad y en la creación de la figura del ciudadano como centro y base de
la república, y del marxista que aspiraba a la formación del hombre nuevo. La esclavitud, el imperialismo, el racismo, la intolerancia, la hoguera, la guillotina, la corrupción, el capitalismo salvaje, los fundamentalismos y el gulag, mancharon, pero no nulificaron el pensamiento utópico que sigue teniendo su refugio en las universidades públicas.
Hace 34 años, en este mismo recinto, me vi obligado a despedirme de la comunidad universitaria de Querétaro, y lo hice con las palabras dirigidas por el bueno de Sancho Panza a los habitantes de la Insula Barataria: "Si no pude haceros bien, tampoco quise haceros mal. Nadie murmure de mí, que fui rector y salgo con las manos limpias. Desnudo nací, desnudo me hallo. Ni pierdo ni gano".
Yo sí gané mucho, pues pude acercarme a una comunidad entrañable y llena de amor por las humanidades y las ciencias y el destino me deparó la cercanía y la amistad de un grupo notable de académicos, artistas y trabajadores que fueron el motor principal del proyecto de consolidación de una universidad moderna que, por exceso de entusiasmo y errores de cálculo, entró en conflicto con los grupos de presión de una sociedad reacia al cambio y a los riesgos del pensamiento libre.
Así, llevando sobre nuestras espaldas el hermoso peso de la tradición secular y la experiencia de los 50 años de vida moderna, los universitarios de Querétaro debemos ver con esperanza el porvenir de nuestra casa y cumplir el rito ancestral de la vida universitaria contenido en las dos palabras iniciales de un himno que celebra la unión entre los profesores, los estudiantes, los trabajadores y las autoridades académicas. Esas palabras son Gaudeamus igitur. Este es, para todos, un día de regocijo, un día de confianza en los valores que iluminan una parte del rostro de la condición humana. Di Jamädi, en la lengua de la nación ñahño, muchas gracias. Gaudeamos igitur.
ŤTexto leído por el autor al recibir el
doctorado honoris causa por la
Universidad de Querétaro