DOMINGO Ť 4 Ť MARZO Ť 2001

MAR DE HISTORIAS

Novela de espionaje

Ť Cristina Pacheco Ť

El viernes resultó un día infernal. Se fue desmoronando hasta caernos encima, como una vieja pared humedecida. Ninguna dijo nada, pero estoy segura de que también mis compañeras se sintieron presas bajo los escombros de lo que había sido, hasta apenas 24 horas antes, una convivencia agradable. Ha habido épocas difíciles. Las rebasamos. ƑPodremos hacerlo en esta nueva etapa, que tiene el nombre y el estilo de Paola Vergara?

El jefe de personal nos dijo que el gerente nos esperaba a las doce para presentarnos con la doctora Paola Vergara. "ƑQuién es Paola Vergara?", nos preguntamos en el Departamento de Promociones un minuto después. "ƑDoctora en qué?" "Será en medicina", respondió Isaura Colmenares. Mireya Valdés la rebatió: "ƑY que tendría que hacer aquí, donde sólo hay moldes, plásticos, empaques, colorantes?" Janet Alcántara expresó sus temores: "En la empresa en que trabaja mi hermana les están haciendo exámenes de no embarazo a todas sus compañeras. ƑQuién nos dice que esta doctorcita no viene para una cosa así?"

Nos pasamos el resto de la mañana en conjeturas acerca de la recién llegada y bromeando en torno a las inquietudes de Janet. Debimos de haber tenido un aspecto raro, pues cuando Poncho llegó con la correspondencia la dejó en el escritorio de Silvina, junto a la puerta: "no sé de qué hablarán, pero les advierto que dan miedo".

Faltaban unos minutos para la reunión. Pregunté: "ƑCómo se imaginan a la doctora?" "Es es lo de menos -respondió Janet-. Lo que me preocupa es que venga a hacer otro recorte. Me quitan el trabajo, Ƒy qué hago sola y con dos hijos chicos?" Silvina se llevó la mano al pecho: "ƑY yo, con mi mamá enferma? Me corren y me tiro al metro". Su tono lúgubre contagió a Isaura, nuestra jefa de sección: "Si echan a alguien será a mí, que ya ando por los cincuenta".

Mireya Torres quiso tranquilizarla: "Con la experiencia que tienes, veo difícil que alguien pueda ocupar tu puesto. En cambio yo..." No dijo más pero todas recordamos que por dar el aval a un marido que después la abandonó había estado en un centro de readaptación social. "Si a esas vamos -dije, y me miré el zapato ortopédico-. De otros trabajos me han despedido porque, según los jefes, doy mal aspecto a las empresas". Janet abandonó su restirador: "Oigan, Ƒpor qué mejor no esperamos a ver de qué se trata?" En ese momento reapareció Poncho: "Ya casi son las doce, apúrense".

II

Entramos en fila a la gerencia. Ninguna se aventuró más allá de la puerta. "No se queden allí, pasen. Amelia, por favor, siéntese -me dijo el señor Garcés, mirándome discretamente-, nadie se la va a comer." Sonriendo se volvió hacia la doctora Vergara: "Aquí tiene usted al Departamento de Promociones. Reducido y muy eficaz. Preséntese, por favor". Los labios de la doctora se adelgazaron aun más cuando sonrió. Mientras pronunciábamos nuestros nombres ella nos observaba con sus ojos desnudos, implacables, brillantes. Cuando terminamos tomó la palabra: "Sé lo que están pensando". Se meció de un lado a otro y miró al techo: "ƑQué tiene que hacer una doctora aquí?" Sonrió y sus labios fueron de nuevo una línea roja, una cicatriz en su rostro pálido. Todas reímos.

"šAdiviné!", declaró satisfecha mirando al gerente. El también sonrió y se fue al otro extremo de la oficina para dejarle libertad de acción. La doctora se frotó las manos y nos miró de frente: "El señor Garcés, con una confianza que agradezco, me ha informado de la manera en que funciona esta empresa. ƑPara qué estoy aquí? Para que marche mejor. Lo vamos a conseguir porque contamos con el principal recurso: ustedes. Reconocemos su profesionalismo, sus capacidades y su experiencia".

La doctora adivinó que sus palabras no disminuían nuestra inquietud y se volvió más enfática: "Sé que ustedes aman su trabajo. Ese amor puede convertirse en el gran activo si se administra. ƑQuién lo administrará en nuestra empresa? Todos. Las primeras en capacitarse serán ustedes. Después me acercaré a sus compañeras y compañeros de otros departamentos".

La doctora Vergara vio que el gerente hacía un gesto aprobatorio y continuó: "No quiero ser la única que hable. Si tienen dudas, adelante". Todas nos volvimos a Isaura, pero ella declinó moviendo la cabeza. Janet levantó la mano: "Quisiera saber cómo vamos a intervenir en la administración. Aquí hay un departamento..."

La doctora rió como una madre sorprendida por la ocurrencia de su hijo: "Por supuesto tiene que haber un buen departamento de administración. Sus funciones lo abarcan todo. Es una megavisión. Yo estoy hablando de una microvisión, algo mucho más directo e individual. Por ello esta misma tarde tendré reuniones privadas con cada una de ustedes".

El gerente volvió junto a su escritorio: "Disponga de mi oficina. Le prometo que para el lunes estará lista la suya". La doctora manifestó sus dudas con un gesto que intentó ser gracioso. El gerente se llevó la mano al pecho: "Lo juro". De nuevo todas reímos. "Creo que ya nos vamos entendiendo -dijo la doctora, y consultó su reloj-. ƑQué les parece si comenzamos esta misma tarde?" Citó a Isaura a las cuatro. A partir de ese momento las demás tendríamos entrevistas espaciadas de modo que no impidieran nuestra salida a las seis.

III

Isaura regresó al cuarto para las cinco: la rodeamos y la avasallamos con nuestras preguntas. En vez de respondernos se dirigió a Mireya: "Te está esperando, apúrate". No conseguimos que nos dijera lo que había hablado con la doctora Vergara, sólo supimos que continuaba en su puesto. Lo celebramos pero ella no parecía feliz.

"Silvina, te toca a ti", dijo Mireya de regreso y se fue directo a su restirador. "ƑQué pasó?", pregunté. "Habló de sus proyectos. Ojalá funcionen". Para impedir nuevas preguntas se puso a comparar los bocetos de una nueva campaña promocional. Silvina apareció minutos más tarde y en vez de relatarnos su entrevista corrió al teléfono: "Espero que a mi mamá no se le haya olvidado tomarse su medicina". Llegó mi turno. La perspectiva de verme a solas con aquella mujer de cara fúnebre y labios imperceptibles duplicó mi malestar.

La doctora Vergara me preguntó por qué usaba calzado ortopédico. Pareció muy interesada en mi explicación. Luego quiso saber si por ese motivo había tenido problemas para encontrar empleo. Le dije la verdad: "Sí. Muchas personas relacionan situaciones como la mía con incompetencia". La doctora protestó: "Es absurdo que se apliquen esos criterios. Son primitivos e inhumanos. Sólo se deben tomar en cuenta el profesionalismo, la destreza, la experiencia y la entrega con que una persona haga su trabajo. ƑCuánto tiempo lleva aquí?".

La pregunta salía sobrando: en su escritorio estaba mi expediente: "Cuatro años. Por eso veo a mis compañeras como si fueran mis hermanas". Hizo una anotación y guardó mi fólder. Creí que era todo, pero añadió: "A lo largo de los años los lazos de amistad generan pequeñas complicidades".

Sonreí desconcertada. La doctora me miró a los ojos: "Son cómodas, pero al final siempre resultan dañinas para la empresa. Y eso es lo que quiero impedir. ƑCómo voy a lograrlo? Con la ayuda de cada una de ustedes. ƑQué mejor vigilancia que la que puedan ejercer unas sobre otras?"

No oculté mi disgusto. La doctora se defendió: "No me malinterprete. No le pido que venga a decirme lo que hacen sus compañeras, sólo quiero que me informe de lo que dejan de hacer. Necesitamos que todas mantengan un ritmo constante y ascendente. No sería justo que usted, a quien le importa tanto conservar este trabajo, lo perdiera. ƑComprende?" La doctora Vergara había logrado optimizar nuestro rendimiento: ya no seremos compañeras de trabajo, sino espías y delatoras unas y otras.