El lago de los cisnes introduce al espectador en el gusto por la danza
Veinticinco años de dejar huella
Había una vez un lago, unos 40 cisnes, una naciente compañía de danza y un cuento con final feliz. Sucedió hace 25 primaveras, cuando nadie sospechaba que El lago de los cisnes se iba a convertir en un acto iniciático del cual más de la mitad de los 50 mil asistentes anuales devendrían espectadores asiduos del ballet e incluso, algunos de ellos, bailarines. Todo empezó como un sencillo acto de fe en la monarquía del sueño de castillos para llenarlos con ilusiones simples
RENATO RAVELO
Cuentan que cuando Piotr Ilich Tchaikovski presentó
por primera vez El lago de los cisnes, en 1877, por encargo de la
opera de Kiev, fue un fracaso; se deprimió, pues la frágil
autoestima del compositor ruso se adjudicó la culpa, en lugar de
responsabilizar ?como lo hizo la historia? al amateur coreógrafo.
Tchaikovski no vería la versión definitiva que, casi 20 años
después, harían Marius Petipa y Lev Ivanov, la misma que
convertiría a El lago... en un clásico, al lado de
La Bella Durmiente y El Cascanueces. A dos décadas
y media de presentarse en el lago de Chapultepec, la pieza, puede decirse,
es el punto de partida de la danza clásica en nuestro país.
Dicen que el cisne es tan fino en sus movimientos que
no deja huella; sin embargo, una tarde de 1976, mientras caminaba por Chapultepec,
como parte de su recorrido a la escuela de danza, de la que era director,
el ingeniero Salvador Vázquez Araujo se detuvo frente al lago, desde
donde se apreciaba imponente el castillo. Por qué no, se preguntó,
montar ahí un ballet que acercara al público a la danza clásica.
Era un momento, relata Vázquez Araujo, "en el que estaba en formación la Compañía Nacional de Danza y el ballet era poco popular. Había que lograr que el público común se acercara; le comenté la idea a Felipe Segura, quien se encargaría de seleccionar las partes coreográficas, ya que no podíamos presentar la obra completa, que dura como cuatro horas. El redujo los cuatro actos a una hora".
Felipe Segura, a su vez, señala en su versión de la historia de El lago de los cisnes: "significó mucha pérdida de tiempo las intromisiones, como las de la señora Alicia Alonso, empeñada en hacer sugerencias que nos costaron dinero y no funcionaron. Una fue tener otra Odette en la plataforma de El Hechicero; otra, tener otro Hechicero en el escenario negro. Y como anécdota extra, tal y cual era nuestra versión y con la misma grabación de música y texto, se montó en el Parque Lenin de La Habana. No funcionó, porque los voraces mosquitos cubanos devoraron al público y al elenco''.
De acuerdo con la historia de El lago de los cisnes, luego de la coreografía de Petipa e Ivanov, la transformación más radical que esta pieza sufriría ?en contra, incluso, de las intenciones del propio Tchaikovski? vendría en 1937, cuando Assaf Messerer, del Ballet Kirov, propone un final optimista a la coreografía.
Justamente sería la directora de Ballet Nacional de Cuba, Alicia Alonso, quien haría la versión equilibrada, en la que, sin descartar el final feliz para Sigfrido y Odette, aprovechó las versiones anteriores, con intervenciones importantes tanto de El Hechicero como del Bufón.
Vázquez Araujo, menos radical que Segura, descarta que Alonso tuviera que ver en el montaje de El lago de los cisnes en el lago de Chapultepec: "los únicos responsables somos Segura, Nellie Happee y su servidor. Recuerdo que en aquel entonces el principal obstáculo era hacer un espectáculo de ese tamaño sin tener previsto ningún recurso. Se tuvo que pedir el apoyo del gobierno de la ciudad de México, a Desarrollo Social, al licenciado Salvador Robles Quintero. Dijo que sí sin saber lo que iba a costar; cuando se enteró, se molestó conmigo, pero ya estaba hecho. ¡Imagínese pilotear todo el lago! El trabajo estuvo tan bien hecho que aun sirve".
De costos y cifras de aquella época Vázquez Araujo evade hablar, con el argumento de que no recuerda. Se nota que lo suyo era juntar agua y ballet cuando rememora su paso por el sector cultura de Guanajuato; ahí montó un espectáculo en la Presa de la Olla. Pero ciertamente también el lago de Chapultepec tuvo sus antecedentes artísticos, como en la primavera de 1950, cuando Antonio Haro Oliva contrató al ballet Chapultepec para que presentará La Sílfides y El lago de los cisnes en las fiestas de ese año. La cita que enlazaría el escenario, con versión corta del ballet, de manera que parece indisoluble, ocurriría hasta la primavera de 1977, cuando se estrenó con un vestuario prestado por el ballet Giselle.
Actualmente, se sabe, el espectáculo cuesta alrededor de un millón de pesos, invertidos principalmente por el Instituto Nacional de Bellas Artes, el gobierno de la ciudad de México y el propio Bosque de Chapultepec.
Un cuento
La mirada de Blanca se abre inmensa. A sus ocho años es perfecto lo que registran sus ojos: caballos montados por príncipes, señoras con vestidos medievales, fuego, música, baile, ocupación grácil del espacio. Así quisiera verse, sugiere el brillo de su mirada.
Ella vino con su mamá y su prima Claudia ?a quien el frío arrastró al baño?, por segunda ocasión, para presenciar lo que hace un año se convirtió en su obsesión, a punto de ser tardía. La vida del bailarín inicia pronto, termina rápido. En la Compañía Nacional de Danza, entre la categoría más baja y la principal, los sueldos oscilan entre 7 y 15 mil pesos mensuales. Pero el brillo que se genera al atrapar la atención de los demás no se cotiza.
A Blanca le son indiferentes los 70 pesos que costó el boleto de admisión, así como el aniversario que celebra la CND para la obra que, en palabras de una de sus bailarinas pioneras, Sylvie Reynaud, "marcó una pauta muy importante, porque permitió que la gente conociera a la compañía. Mucha de las personas se iniciaban con El lago... y luego nos seguían a Bellas Artes".
Según Blanca, la imagen que al fondo proyecta el joven a caballo, que desciende entre un séquito que se ve que lo admira, envuelto en la festiva música, es suficiente para sentirse parte del cuento. El narrador habla de un torneo, los bufones destacan por sus movimientos acrobáticos.
Ella no sabe que esa es una de las últimas modificaciones, como comenta Carlos López, actual regiseur y coordinador del espectáculo: "hace como ocho años se hizo la última modificación significativa, que consistió en alargar el espectáculo; antes teníamos solamente un bufón y ahora son cuatro, la coreografía cambió y se introdujo más música".
Carlos López, por cierto, bailó el rol principal de 1978 a 1981, "con seis diferentes bailarinas, entre ellas la principal era Laura Urdapilleta, que es la bailarina más legendaria de la historia de la danza en México". En aquel entonces se empezó con seis funciones, que se fueron incrementando a 16 y luego a 23, hasta llegar a las alrededor de 36 actuales.
La cifra de funciones difícilmente puede ser exacta, porque al tratarse de un espectáculo al aire libre, depende de las condiciones climatológicas. Hace 25 años se consultó al servicio meteorológico para consultar las fechas de menos probabilidad de lluvia, aunque siempre la locura de marzo sorprende.
Blanca levanta la vista. La luna en cuarto creciente que
brilla el último día de febrero, del primer año del
siglo XXI. Visible, como pocas veces en el reino de su majestad ozono,
se refleja tímida en el lago, mientras la barca traslada al escenario
principal al príncipe Sigfrido. De su visita anterior recuerda que
ese es el preámbulo al segundo acto, el único que se baila
completo.
El hombre que dirige la balsa forma parte del centenar que permite la realización de El lago... De estos, ochenta son bailarines y el resto son pajes, coheteros, remeros. Tres grupos integran el cuerpo de baile: alrededor de 30 de la Compañía Nacional de Danza Folclórica, otros 19 de la Compañía de Danza Clásica y Contemporánea, y otra treintena de la CND.
En alguna ocasión, comenta Carlos López, "tuvimos caballos del Ejército, con los que tuvimos muchísimos problemas, porque eran, como decían sus caballerangos, "enteros". Parece ser que a los caballos en el Ejército les hacen un proceso de castración para que sean mansos, pero esos caballos mensos no nos funcionaron".
Desde hace por lo menos 15 años, los ocho caballos que participan en la representación los alquila Vicente Juan Rosas, agricultor que los fines de semana renta sus animales en el bosque de Nativitas. Su hijo Rafael monta cada función uno de ellos para hacer el papel del príncipe a caballo.
Eso sí lo nota Blanca: hay más de un príncipe y no en sentido metafórico. El que viaja en la balsa no es el mismo del caballo, ni será el mismo que baile después con el cisne negro.
Algún tiempo llegaron a ser 40 los cisnes en el lago. Con el apoyo de un veterinario, se les modificaron los horarios de comida, de tal forma que la hora de la función coincidiera con sus alimentos y así nadaran cerca del escenario; separados cisnes blancos de negros, por la agresividad de estos últimos.
Por el año de 1983 la directora del zoológico, María Elena Hoyos, canceló el préstamo de cisnes, lo que obligó, recuerda el ingeniero Vázquez Araujo, "a traer cisnes alquilados desde Canadá, que incluso salían muy baratos, no recuerdo cuánto, pero las aerolíneas pagaban el flete".
En una de esas ocasiones, cuenta Carlos López, uno de ellos murió; "el escándalo que hace la que podríamos decir es la esposa del cisne, constituye una auténtica y espantosa tragedia".
El cisne no deja huella
Dos cisnes solitarios, prestados por la actual administración del zoológico, se mueven sigilosos en la oscuridad. Huyen de las luces y el sonido, que rodean los 5 escenarios, por medio de 200 reflectores y 10 módulos de bocinas, alimentados por tres plantas de energía. El equilibrio que se mantiene con la naturaleza, sin embargo, es meticuloso, casi religioso. De hecho, tiene años que las ramas de los árboles ocultan la vista original que tuviera hacia el Castillo de Chapultepec, que constituía uno de los atractivos del espectáculo. No se tienen planes de podarlas.
El espectáculo es el equilibrio fugaz que se da entre el bosque, el público, la escenografía, la música y el ballet, coinciden el encargado de producción, Víctor Flores, y Darius Blajer, quien fue uno de los cisnes y ahora es maestro.
Difícilmente, comenta por su parte Susana Benavides, encargada de los solistas, "El lago de los cisnes como se presenta en Chapultepec admitiría alguna modificación. Es un cuento que en su estructura actual, duración y escenografía es redondo. Si se toca no tendría el mismo impacto".
El gerente de producción lo confirma, cuando se le pregunta qué elemento escénico le agregaría de tener recursos: "cuando resolvimos el principal reto, que era conjugar electricidad con agua y que el montaje pareciera verosímil tanto en la calzada como en la corte, el Castillo y las isletas, se llegó a un equilibrio. Alguna vez se quiso utilizar un rayo láser para la aparición del brujo y simplemente no cuadró".
Para ser noche de estreno sorprende a Blanca que no se registre el lleno que vivió el año anterior. Se cuenta que camiones provenientes de Monterrey y del Bajío se estacionan en cada temporada con pasaje adicto a esta representación que no cambia. Las agencias de viajes de la ciudad de México, sin embargo, aseguran que no manejan esos tours, y acusan que existe una "mafia" para este tipo de espectáculos, así como para el Ballet Folclórico, que se maneja desde los grandes hoteles, donde al turista extranjero que lo solicita se le consigue el mejor lugar, previo incremento del precio. Aun así, hay extranjeros la noche del estreno.
Laura Morelos es el Cisne Blanco, su papel favorito de todo el repertorio de la compañía, porque tiene esa exigencia técnica y potencial dramático que la hacen crecerse en el escenario. Lleva 15 años en la CND y es primera bailarina desde 1991. Está casada con un bailarín, en esa endogamia tan común en el ambiente. Para ella, como ahora para Blanca, era una ilusión llegar a bailar el Cisne Blanco. Lo veía desde que era estudiante y participaba como paje.
En el escenario el pas de deux ocurre con Jaime Vargas, espigado primer bailarín, quien admite, cuando se le pregunta sobre accidentes, que la primera vez que hizo al príncipe parecía robot. El no es egresado de Bellas Artes: "estudié en el Centro de Arte y Ballet, una academia que dirige en Tecamachalco Tita Ortega". Su desempeño ahora es fino y garboso. Tanto él como Laura, se notan, se crecen a la vista de todas las miradas, entre las que se pierde, intensa, la de Blanca.
El cuerpo de baile y los corifeos resaltan la labor de los bailarines principales. Sus movimientos simulan a los del cisne que, advierte el narrador, "no deja huella a su paso" de tan fino que se mueve. Sin embargo, el corifeo también es capaz de imprimirle otro sello, gracioso, a ese segundo acto de ballet en sentido puro.
Slauka Ladewig es solista. Hace como ocho años vio el espectáculo una vez que la CND lo llevó a Guadalajara, pero no le representó mayor ilusión. Lleva cinco años en la compañía, aunque después de la preparatoria jamás pensó entrar. Terminó la carrera de abogado, y aunque le gusta la languidez del cisne blanco, del cisne negro le atrae la pasión, el tour de force, como lo conocen en el medio.
La mirada de Blanca adquiere otro brillo cuando el bailarín Jorge Vega, huésped proveniente del Ballet Nacional de Cuba, imprime en el escenario la fuerza y la impecable técnica que caracteriza el semillero del que proviene. En Ballet Nacional, se entiende al ver a Vega, se reinventó de varias maneras el concepto de danza. De hecho, es la escuela en que se basa la enseñanza en nuestro país.
El cisne negro que baila con Vega lo pueden estar haciendo Sandra Bárcenas o Irma Morales. Así es el anonimato de El lago..., provocado por la distancia del escenario, lo que no pasa en Bellas Artes, en la Covarrubias o en el Teatro de la Danza. Es el precio del encanto. Paulina López Portillo, por ejemplo, fue parte del cuerpo de baile sin que se destacara su presencia. A veces, se cuenta, su padre, el presidente, se dejaba caer desde Los Pinos para ver los ensayos. Era la época en que se contaba con la tradición de una función para la Presidencia de la República. Al término de una de esas, por cierto, Paulina presentó en Los Pinos a un niño cantante, un tal Luis Miguel.
Cuauhtémoc Nájera, director de la Compañía Nacional de Danza, era pajecito cuando se presentó por primera vez El lago..., en 1977: "terminaron por corrernos, porque estábamos haciendo mucho relajo, no recuerdo otra cosa de la función, estábamos por echar a perder el espectáculo. Estudié en La Habana y de 1983 a 1995 participé como Sigfrido, aunque al principio no tenía la categoría de bailarín principal".
Desde el punto de vista artístico, comenta, "este espectáculo significa el primer encuentro para muchos bailarines de la compañía con una temporada grande; es una prueba física, de calidad, de entrenamiento. Al ser una temporada grande, nos da la oportunidad de abrir puertas a nuevas generaciones. Son tantas funciones que no es posible que cuatro o cinco bailarines hagan la temporada".
También es reconocido como el primer contacto del público no conocedor de la danza. Muchos de ellos se quedan con la versión corta y digerible, misma que la CND solamente presenta en el lago de Chapultepec. Otros regresan. Nájera calcula que de cada 10 personas que acuden a la función, al menos cuatro la van a ver posteriormente a la CND.
Blanca será parte de esa estadística, sin duda, si se toma en cuenta la manera casi frenética con que aplaude, cuando El Hechicero muere, rompiendo aquel maleficio que hacía que Odette fuera cisne durante el día y pudiera mostrarse bailarina sólo por la noche. Lo será. Bien se advierte en esa lágrima que la luz delata en su mejilla, en descenso suave, como cisne, pero con huella.