Eduardo Galeano
La tortura
La palabra mártir viene del griego, y significa: el que da testimonio. En los años de la dictadura militar brasileña, fray Tito dio testimonio de indignación entre los indignos, y fue por ellos encarcelado y atormentado una vez y dos y muchas veces.
Después, marchó al exilio.
Se fue, pero se quedó. Estaba libre en Francia, pero seguía preso en Brasil. Nada sabían de geografía los sacerdotes y los amigos que le decían y repetían que el país de sus verdugos quedaba lejos, al otro lado del océano. El era el país donde sus verdugos vivían.
Durante más de tres años, no le dieron tregua. En los conventos de París y de Lyon y en los campos del sur de Francia, sus verdugos le pegaban patadas en el vientre y culatazos en la cabeza, le apagaban cigarrillos en el cuerpo desnudo, le metían picana eléctrica en los oídos y en la boca.
Y no se callaban nunca. Fray Tito había perdido el silencio. En vano deambulaba buscando algún lugar, algún rincón del templo o de la tierra, donde no resonaran los truenos de esas voces atroces que no lo dejaban dormir, ni lo dejaban rezar las oraciones que antes habían sido su imán de Dios.
Una noche, escribió: Es mejor morir que perder la vida. Lo encontraron colgado de la copa de un álamo.