lunes Ť 5 Ť marzo Ť 2001
Elba Esther Gordillo
La responsabilidad del líder
Desde la más elemental forma de organización social, la tribu, hasta las más evolucionadas y complejas, el que cada uno de sus integrantes desempeñe la función que le ha sido asignada constituye la garantía de la preservación a partir de que se cumplan dos premisas: que los miembros de dicha organización compartan sus objetivos trascendentes, y que quien tiene le encomienda de ejercer el liderazgo sepa conducirla hacia su logro.
Las formas de elegir o aceptar los liderazgos han sido diversas, dependiendo del nivel de evolución de la organización social o de las dificultades que ella enfrenta, y han ido desde la tácita aceptación de la imposición hasta la participativa de la elección.
Escudriñar las entrañas, motivaciones, métodos de ejercicio de los liderazgos que la historia señala como los más significativos, nos permite no sólo entender las razones que mueven al líder, sino conocer los mecanismos a través de los cuales los seres humanos transfieren la más severa de todas las responsabilidades: tomar decisiones, que es la tarea esencial del líder; decidir a nombre de la colectividad y por lo cual será querido o despreciado.
Los liderazgos no siempre cumplen con la condición de la formalidad, los hay reconocidos desde el espacio de las instituciones como los hay también que surgen desde su opuesto e, incluso, los más profundos son aquéllos que carecen de cualquier recurso para ser impuestos y se sustentan sólo en las ideas, en las convicciones a toda prueba, en la capacidad para transmitir una forma de pensar, un proyecto de vida.
Más allá de toda discusión política, ideológica, incluso ética, debemos aceptar que el subcomandante Marcos es un líder; su habilidad para enfrentar la fuerza del Estado, el momento en que ello sucedió, su capacidad para transmitir sus ideas y hacerlas valer, legitimando incluso la vía elegida para llevarlo a cabo, el crear un lenguaje simbólico capaz de ser comprendido por integrantes de otras culturas evidentemente ajenas al proceso nacional, le ha dado una estatura política incuestionable.
Como todo liderazgo, el de Marcos se enfrenta cotidianamente al tremendo reto existencial y sistemático de decidir qué hacer con el capital que sin duda atesora; de actualizarlo, de recrearlo y de darle sentido y permanencia. Por razones, probablemente estratégicas, decidió salir del espacio acotado que le presentaba Chiapas y, como han probado los acontecimientos, recuperar mucho del sustento social que su movimiento tuvo en un principio y que se fue desgastando por el paso del tiempo y por el hastío que inexorablemente acompaña a todo proceso humano.
Independientemente de las reacciones positivas, de confrontación o de propagandismo que han ido asociadas a la caravana zapatista, y más que a ella al movimiento profundo que postula, al final del camino Marcos tendrá que responder a la pregunta central: Ƒqué sigue?
Cruzados los puentes, quemadas la naves, no hay vuelta para atrás y, contrario a lo que el dogmatismo postulaba, la condición esencial del verdadero líder es la de valorar las circunstancias en que se actúa y, así como entendió y capitalizó las de ese aciago 1994, el reto está en aprovechar las nuevas para seguir haciendo realidad lo que hasta antes de Chiapas era sólo una utopía. La responsabilidad del líder y el talento de Marcos están nuevamente a prueba.