LUNES Ť 5 Ť MARZO Ť 2001

EL ECO Y LA SOMBRA

Ricardo Yáñez

 

Lucidez del oscuro


RECIENTEMENTE APARECIO LA primera novela del solvente polígrafo Sergio Cordero. Hermano Abel se llama la obra que por ahora evitamos comentar y que nos da pretexto o pie para hablar de otro libro, impreso hace cinco años, por marzo para más señas, cuando el autor andaba por los 35 de su edad. Oscura lucidez es un volumen breve que en cuatro partes reúne 35 poemas y en una quinta agrega el 36, epílogo que concluye, quizá aludiendo a otro poemario suyo, Vivir al margen: "Fuimos elegidos/ para vivir en el mundo/ sin tocarlo."

BIEN QUE TARDIAMENTE me ocupo de ese libro porque siento que en su momento (se trata de un sentir, no de un saber) pasó, me permito así expresarlo, públicamente desapercibido. Lo circunstancial de que Cordero viva en Monterrey y el libro haya salido en Saltillo bien pudiera tener algo que ver en esa aparente invisibilidad, pero no constituye, sin duda, razón suficiente. Pienso que la acidez característica del autor, su muy escasa condescendencia social, mas sobre todo la primera parte del poemario, denominada, tan radicalmente, La farsa intelectual, su mucho influyeron en la que yo percibo, no sé si injustamente, como elusión de un decir relevante en el que nombraremos concierto de voces líricas del país.

Y RESULTA CURIOSO -hasta parecerá que me contradigo-, la propuesta de Cordero no tiene gran cosa de lírica. Su imaginería, más bien seca, en el buen sentido (con acaso alguna que otra caída) patética, poco o nada pretende endulzar los oídos del lector. Irónico, sarcástico, violento, discursivo, lúcidamente oscuro, cual cabría esperar, en cierto modo el libro es un rechinar de dientes en el que lo mismo cuentan la ira que el horror ante un mundo en el que pasa todo y nada pasa o, si se quiere, guiñándole un ojo a Machado, nada queda; ante "...el confortable infierno/ de las repeticiones cotidianas."

UNO DE SUS mejores textos, Mira a sus compañeros de generación, que me hubiera gustado citar completo, da noticia de un desencanto tan duro como, al final, muy vagamente iluminado por una especie (para Cordero nada convincente) de ternura: "...lo que me desconcierta/ no es su indiferencia,/ su irritación o su desasosiego/ cuando me ven,/ sino la piedad,/ la tristeza invencible que me inspiran.// Cómo salvar esa parte de ellos/ que yo admiraba;/ cómo salvar esa parte de mí/ que irresponsablemente les dejé/ como un voto, una ofrenda."

EN HABLA (O suscinta muestra de hablas) horra de ornatos, cuasimonótona, magra, ascética (70 págs.), Cordero despliega el drama del poeta y más en general del ser sensible que no sabe doblarse ni acomodarse ni arribar. "No servíamos sino para quejarnos/ de una vida cuya brutalidad/ todos aceptaban en silencio/ mientras bebían café frente a la hoguera;/ para lanzar preguntas/ que los demás oían/ con displicencia no libre de temor./ Intuían, quizás, que habíamos descubierto/ una grieta en el muro/ que con tanto sigilo edificaron."