Ť Con Brecht, aquí y ahora recorre el continente europeo
Hanna Schygulla despierta conciencias con los párpados
Ť El recital de la actriz-cantante incluye además piezas de Eisler y Weill Ť Con su belleza aboga por las mejores causas
PABLO ESPINOSA ENVIADO
Paris. El mundo cae sobre sus párpados sin quitarnos su mirada que nos clava a la butaca que es mullida. ¿Qué es un hombre? Canta en sensualísimo alemán y entrecierra más los ojos. ¿Es acaso peligroso? Hace ahora un guiño con el párpado derecho, mientras su voz se torna insinuación, gesta, gemido. Un hombre es un hombre, recita y entorna aún más la mirada, que nos ata a la penumbra, a la parte oscura de sus ojos claros.
A sus 57 años, Hanna Schygulla es una de las mujeres más bellas del planeta. Que nos desmientan, a coro, Helmut Newton, Rainer Werner Fassbinder y las damas y los caballeros que abarrotan esta noche las butacas de la Salle Gémier del Théatre National de Chaillot, a unos cuantos pasos de la Tour Eiffel, cuyas luces esplenden a lo alto pero, hélas, son opacadas sin remedio por esta pira humana que contiene la belleza y el arte superior de la señora Schygulla, de pie frente a nosotros, más majestuosa aún que la torre emblema de la ciudad luz, temblando su carne que es firme, brillante su voz que pone chino el cuero.
Su piel tan blanca está enfundada en cuero negro, y en este instante la sensualidad es arrebato, porque con pasión indescriptible ronronea las erres de su primera lengua de adopción:
Von Wolfen geliebt, die Bruste liebkosen
Die dirch ersticken, wie sie dich nahren
Mit ihren Dornen zurlich wie Rosen
Dier nie, mimmermehr Freiheit gewahren
(Lamida por lobos/ acaricias los senos/ de quienes te
amamantan/ y te asfixian/ Y las espinas te parecen tan tiernas como las
mismas rosas/ te hacen dependiente de ellas/ pero no te dan tu libertad.)
La señora Hanna Schygulla está parada enmedio
del proscenio. Ingrima y sola. Su vestuario ahora muestra las espléndidas
llanuras de su espalda entera, la tonsura rotunda de sus blondas piernas
y un escote que válgame Dios. Sus suaves cabellos de trigo se detienen,
en seco, en una lluvia homérica que no llega empero a la caricia
que esperan sus redondos hombros, sus omóplatos tan pálidos,
porque hace unos instantes que el mundo ha quedado quieto, que el dios
Kronos ha quedado reducido al tiempo detenido, porque ella, Hanna Schygulla,
está cantando a Brecht y luego cantará a Fassbinder y nos
despedirá, a nosotros, su público, y a su pianista, Matthieu
Gonnet, con un Merci bien, bonne nuit, luego de reunir en una sola
voz y a todísima tensión y a capella, a Marlene Dietrich,
a Bertolt Brecht y al mismísimo Fassbinder:
Wenn sich die spaten Nebel drehn
Werd ich bei der Lanterne stehn
Wie einst, Lili Marleen
Wie einst, Lili Marleen
(Cuando la primera niebla caiga/ estaré de pie junto al farol/ igual como lo hacía Lili Marleen.)
Esta noche es el aquí y ahora. La actriz emblemática del cine de Fassbinder ha tomado un respiro del séptimo arte y lo ha multiplicado por ocho, hasta sumar 56 más uno, porque a su edad, reflexiona en escena, las palabras dejan de serlo para convertirlo todo en hechos.
Ante la falta de guiones y propuestas para cine que le satisfagan, ha tomado uno de los senderos que la bifurcan: la de actriz-cantante, como suele presentar los recitales de los cuales el tercero tenemos la fortuna de presenciar esta noche, en vivo y completamente de a de veras, porque si un hombre es un hombre, como decía Bertolt Brecht, una mujer es la condensación de todas las fuerzas naturales, la más alta expresión del ser humano. Eso es lo que demuestra a cada instante la señora Hanna Schygulla.
Luego de sus dos últimos filmes con su entrañable Reiner Werner Fassbinder (El matrimonio de Maria Braun, en 1979, y la multiaclamada Lili Marleen, al año siguiente), la señora Schygulla ha espaciado sus apariciones en la pantalla grande y ha consagrado sus talentos gigantescos a uno de los artes más nobles y difíciles: el teatro.
Para el efecto, se aposentó, lectora desde la pubertad, en las inmediaciones de la Place des Vosges, es decir, en su casa en París, donde mora y ahora tiene su tercera lengua materna, el francés, luego de nacer polaca y crecer alemana, y ha eslabonado una serie de recitales, el primero de ellos con poemas de Neruda, Rilke y Borges. El segundo lo podemos conservar en disco compacto: Hanna Schygulla Chantesingt (Erato Disques, París, 1997, distribuido en el resto del mundo por Warner), en el cual conjunta canciones de Fassbinder, de ella misma y de Jean-Claude Carriere.
El tercero de estos recitales es el que tiene en trance, viaje, encantamiento a una multitud que abarrota el teatro principal de Trocadero. Brecht, ici et maintenant (Brecht, aquí y ahora) se titula el espectáculo que durante hora y media nos hace contener respiración, suspiro y nos extrae desde el fondo del aurículo izquierdo la capacidad de asombro, igual que la capacidad de indignación.
Porque no sólo la belleza sirve para marear a los humanos. La señora Schygulla es militante valerosa y sus causas son las mejores. Las mujeres, los desposeídos, la justicia, la felicidad.
Porque el amor es más frío que la muerte y más dulce que las amargas lágrimas de Petra von Kant. Porque estamos en marzo de 2001 y el mundo se ha convertido en coro estúpido, en multitudes apendejadas por merolicos, el planeta se ha convertido en supermercado y los países son gobernados por gerentes mientras la gente finge ser feliz.
¿Y la justicia social, los anhelos que nos hacían seres humanos?
Aquí está, y ahora, la señora Hanna Schygulla para cantarnos al oído, enternecernos, entornar los ojos y gritar: "¡Basta ya! ¡Nunca más un mundo dividido entre los que lo tienen todo y los que no tienen nada!" Y ese grito tenaz lo entrecrusa con canciones de Hans Eisler, de Kurt Weill y Bertolt Brecht y largos, íntimos recitativi y convicciones que nos lanza poniendo lo claro de sus ojos en los nuestros, oscuros, que estamos flotando en la butaca:
"Tal parece que la palabra comunismo se reduce a démodé y pocos, cada vez menos personas, se atreven a recordar que alguna vez hubo una lucha que nos unificó alrededor de las mejores causas. Pero tal parece que ahora todos tratan de olvidar, hacerse cómplices de quienes hacen todo hoy para que los ricos sean cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres".
Y canta la señora Schygulla ahora una canción en alemán. De París, su recital Brecht ici et maintenant la llevará de gira por Europa, cosechando la solidaridad, despertando las conciencias, que parecen estar adormecidas.
¿Quién dice que los que pensamos chueco, es decir, hacia la izquierda, estamos derrotados? ¿Ha triunfado el materialismo del dinero, el pensamiento gerencial sobre la utopía, los ideales, el anhelo de un mundo mejor? La lucha sigue. Ahí está la señora Hanna Schygulla, con toda su belleza y su arte progresista, para demostrarlo.
Porque todo se ha jodido, menos la belleza.