miércoles Ť 7 Ť marzo Ť 2001

Luis Linares Zapata

El momento del PRI

Quizá nada marque mejor la actualidad del PRI que su ausencia del escenario donde ésta discurre y el sinnúmero de tropiezos de sus dirigentes al enfrentar los acontecimientos que la van definiendo. La lista de torpezas y cálculos en discordia con la realidad crece con los días y la poca imaginación que han demostrado a lo largo del periodo que va del 2 de julio al presente. Lo anterior queda, para ser generoso y por ahora, en suspenso.

En este periodo destacan los desplantes de su líder, Dulce María Sauri, para atestiguar, una vez más, la impertinencia de tales posturas al celebrar su 72 aniversario como partido. Un caudal de pronunciamientos negativos con los que pretende insertarse en el gobierno como partido mayor, pero que, en efecto, lo desconectan con el electorado que, sin mayores contemplaciones, lo va abandonando a su suerte.

Los priístas se han afiliado, con denuedo poco común, a las prácticas de apoyo incondicional que en el pasado autoritario ya les daban menguantes resultados. El respaldo a los dislates de Madrazo en Tabasco, con sus modificaciones a la Constitución local al vapor para proteger su retaguardia, no fue suficiente y reincidieron, de inmediato, en el vecino Yucatán. El bastión priísta del sureste y desde donde pensaban algunos rehacerse, se tambalea y cae por erosión de los cacicazgos y el cambio de la sociedad. Tuvo que intervenir el Tribunal Electoral del Poder Judicial Federal (TEPJF) para anularles la fraudulenta elección del Edén e insacular un Consejo Electoral distinto al que los priístas amotinados en Mérida quisieron designar en solitario trasteo. Y, al reaccionar a tales decisiones, por demás inapelables, los priístas comenzaron su viaje a la paranoica suposición de las persecuciones y las conjuras en su contra para darles finiquito. El cómodo enemigo fuera de sus filas como sustituto de la crítica a su vida orgánica, su pasado y actores internos.

Pero la inercia les ha ido acentuando sus ya conocidas incapacidades de diagnóstico, y éstas han hecho aflorar sus fallas organizativas, programáticas y de prospección. Atribuyeron la pérdida de la Presidencia de la República a la feroz lucha por la candidatura interna que, argumentan, debilitó a su candidato y resquebrajó la unión partidaria. Pretenden, como una consecuencia lógica si tal fenómeno fuera cierto, alejarse del voto masivo para seleccionar a sus dirigentes y candidatos para refugiarse en los acuerdos cupulares sin que haya, siquiera, la indisputable argamasa de su llamado líder nato de tiempos idos: el Presidente en turno. Inútiles fueron los reclamos de Bartlett para poner el acento en el error de haber montado un proceso electoral de partido, dirigido desde la punta de la pirámide, aceptado y ejecutado por los cuadros de mando intermedio y difundido con entusiasmo por sus aliados para, a partir de ese hecho, rehacerse como instituto que aspira a la práctica moderna y ardua de la democracia. Semioculta quedó la mediana aportación, definitoria en muchos aspectos, de la poco atractiva figura del candidato mismo, del desgastado equipo que lo acompañó como un pesado fardo de pequeñas y grandes famas de complicidades y la actitud triunfal que descansó sobre la imperturbable conciencia de un triunfo final asegurado de antemano por el sistema. Los descalabros económicos que le infligieron al país a partir del sexenio de Echeverría y contabilizados en los 80 mmdd de deuda externa, el más de un billón de pesos de deuda interna (IPAB incluido) y los pasivos ocultos derivados de los arbitrarios cambios al régimen de seguridad social, pasan desapercibidos hasta que Fox se los recuerda en Oaxaca.

Pero no han parado ahí los priístas. Hoy quieren erigirse en valladar a las anunciadas e indispensables reformas que piensa impulsar el gobierno de Fox. Los aumentos de impuestos (IVA) no pasarán y, con ello, trastocarán, dicen, la reforma fiscal. Tampoco se llevará a término, por desavenencias básicas, argumentan, la del Estado. Cambiarán la propuesta de la Cocopa. Movilizarán a sus bases para modificar las atribuciones del TEPJF, que tantos males les ha causado. Y no cejarán hasta ver publicada la ley que legaliza los autos chocolates. Sauri levantó un señuelo reaccionario a modo para distanciarse del enemigo y contra él dirigió sus anatemas, con tanta diligencia como defendía, a capa y espada, la política económica y de privatizaciones de Salinas y Zedillo.

Ahora que tres personajes dominan la escena pública (Marcos, Fox y Obrador), ningún priísta aparece en lontananza ya sea para participar en la disputa por los espacios difusivos o para presentar, ante el electorado, las visiones y propuestas con las que pueda dar la pelea por las voluntades y los votos. Votos que tanto habrán de necesitar durante este año crucial para sostenerse en la lucha por el poder público. Todo parece indicar, por lo demás, que sus posibilidades de conservar las gubernaturas de Yucatán, Tabasco y Michoacán, así como rescatar la Baja California, a pesar de las mediocres gestiones panistas de ese estado fronterizo, son pocas y sus chances de reconstrucción, al menos rápida, disminuyen con sus desvaríos.