jueves Ť 8 Ť marzo Ť 2001
Adolfo Sánchez Rebolledo
El miedo a la revuelta
Juan Sánchez Navarro es por derecho propio un genuino representante intelectual del empresariado. Hombre de derecha, firme defensor de sus convicciones y negociador a la vez, supo cruzar la cuesta del siglo XX siempre cerca del poder presidencial, aplicando con inteligencia la máxima reyesheroliana del que resiste apoya. Sus palabras, bien dichas y generalmente bien pensadas, suelen ser recibidas con aprecio en los más altos círculos del país. Ahora, como no podía ser de otro modo, Sánchez Navarro reflexiona sobre la marcha del EZLN y lo hace con claridad, sin abandonar su peculiar mirador personal e ideológico.
Vertidas en una magnífica entrevista de David Zúñiga, publicada en estas páginas el lunes pasado, sus opiniones confirman que el frente foxista también tiene fisuras, divergencias que podrían ampliarse si en el escenario principal del debate constitucional no se asegura el camino al diálogo.
Desafiando la voz del gobierno, Sánchez Navarro pone en la picota la oportunidad de la intervención presidencial para enfrentar el conflicto y deja entrever el desasosiego, cuando no el franco malestar de algunos grupos ante la inminente presencia de los zapatistas en la capital de México. "Yo hubiera tenido un tratamiento distinto. El EZLN ya estaba rodeado por el ejército, y los elementos de la izquierda mundial que los apoyaban ya se habían separado; lo que en el mundo se conocía como zapatismo apenas pintaba, y ahora ya ve cuántos extranjeros han venido". Dicho de otro modo: sin la inoportuna acción del Ejecutivo para revivirlo, el zapatismo hubiera muerto por inanición o aburrimiento bajo el cerco permanente del ejército. Este tardío homenaje a la estrategia del presidente Zedillo subraya, de nuevo, la incomprensión mayúscula con que los ideólogos de la derecha enfrentan el desafío planteado con la marcha y la llamada cuestión indígena.
Mientras Fox se esfuerza por decir un día sí y otro también que la paz está a un paso de firmarse, aunque los zapatistas lo nieguen en todos los tonos, Sánchez Navarro, en cambio, deja entrever el pesimismo que priva en las alturas de la sociedad. "No sé en qué pueda parar esto, dice a La Jornada. El fenómeno de Marcos y los zapatistas es verdaderamente impresionante, y en su gira puede venir acompañado de un verdadero torrente de gente". El suyo quiere ser el reconocimiento frío de un riesgo surgido de la realidad, no como fruto de una ensoñación derechista, pero el efecto de sus palabras redobla viejos clichés y prejuicios clasistas. Por una parte reconoce sin ambages que "el subcomandante Marcos y los zapatistas expresan el deseo de esta gente de salir de la miseria. El zapatismo prospera, y lo vemos en esta manifestación, porque hay unas diferencias económicas terribles entre fortunas inmensas, algunas no muy bien habidas, y la pobreza, sobre todo en el sur del país". Por la otra, advierte sobre el peligro que su presencia acarrea para el "orden público" "si Marcos no controla a la gente".
Sánchez Navarro es fiel a su visión del mundo. El peligro no viene de las amenazas de quienes se oponen desde la sombra a la marcha, sino de ella misma "si Marcos no controla a la gente". El riesgo no está en los provocadores, entre los diputados rijosos que lanzan amenazas o, incluso, en algún gobernador de horca y cuchillo que no desea la paz con los "traidores a la patria", sino del "torrente de gente" que sigue a los encapuchados y viene con ellos. En el fondo de los temores de la derecha está, guardadas las proporciones, la misma clase de temor que en otros momentos históricos estremeció real o imaginariamente al orden establecido: el fantasma de las masas miserables volcándose sobre la hacienda de los ricos, la visión de los pobres asolando las ciudades, el miedo a la revuelta. La irritación de la antes llamada burguesía no se debe al celo legalista en defensa del estado de derecho; tampoco remite a la voluntad pacifista concretada en el rechazo a la reivindicación de las armas del 94, hoy por hoy soterrada bajo el peso social de la causa indígena y el clamor nacional por una salida pacífica y negociada al conflicto. Menos preocupan las banderas enarboladas para tal desplazamiento masivo, pues lo que verdaderamente se percibe como un riesgo potencial en el fondo de todas las críticas de la derecha está la marcha misma, el avance sobre la ciudad de un contingente, que hoy puede ser pequeño y débil (de hecho un breve ejército sin importancia militar y desarmado) que, no obstante su tangible fragilidad actual, podría transformarse de la noche a la mañana en la incontenible rebelión de millones. A don Juan Sánchez Navarro le conmueve, sin duda, la llegada a la capital de la caravana zapatista, pero seguramente le preocupa mucho más que ésta haga camino al andar, y al día siguiente otros viandantes salgan a conquistar los derechos que les son negados en el oscuro mundo marginal donde habitan. Una inteligencia auténtica sabe reconocer que ésa sí es una verdadera señal de alarma, más que todos los fusiles zapatistas juntos. El miedo reedita la discriminación, siempre tan a flor de piel de antiguos y modernos liberales y conservadores. Se reconoce que la pobreza es una desgracia humana y social, pero antes se le estigmatiza y se le trata como violencia potencial. Zúñiga traslada a la letra esa preocupación que no es sólo del entrevistado. Con la marcha, escribe, "se va a descargar la gente humilde que está en el límite de la miseria y eso, dice Sánchez Navarro, 'es un problema de orden público que quién sabe en qué pueda parar' ". Pronto veremos. Ť