Ť Reconocer a la autora de La piel del cielo, ''lo mejor del premio Alfaguara 2001''
Elena Poniatowska, escritora comprometida y ''sonrisa de México'', difunde El País
Ť Denunciante sistemática de las injusticias en el continente americano, destaca el Clarín
Ť ''Jamás tuve la certeza de si lo que escribo es malo o es bueno; soy una mujer insegura''
MONICA MATEOS-VEGA
Los periódicos españoles difundieron este miércoles que ''lo mejor" del premio Alfaguara de Novela 2001, que se falló ayer, ''fue su ganadora, la escritora mexicana Elena Poniatowska", quien recibirá el galardón que consta de 175 mil dólares el próximo 25 de abril, 25 días antes de su cumpleaños 69.
En Argentina, a su vez el diario Clarín consideró que ''la flamante ganadora" es ''una de las intelectuales latinoamericanas más prestigiosas, alguien que no deja de denunciar sistemáticamente la injusticia de la marginación en el continente, a la vez que una notable defensora de los derechos humanos".
La novela es una aventura arriesgada
Los matutinos españoles ABC y El País narraron la anécdota que Poniatowska contó a los periodistas que ayer le llamaron para conocer sus primeras impresiones acerca de su triunfo: ''Nunca pensé que ganaría el premio, porque le dejé hace unas semanas la novela a un amigo y hace unos días me dijo que iba sólo por el capítulo tres. Ya estaba tristísima, pensando que la novela debía ser lo menos interesante del mundo. No sé qué decir: tengo las manos heladas y estoy fuera de órbita".
La autora de Las siete cabritas agregó a la prensa internacional que la novela ganadora, La piel del cielo, ''habla del desencanto de la izquierda, de la corrupción del PRI, de la fuga de cerebros en un país en el que la ciencia no interesa a nadie".
Y abundó: ''La práctica del periodismo ha sido toda una escuela para mí y tuve la suerte de entrevistar a Alfonso Reyes, Octavio Paz, Juan Rulfo, Luis Buñuel, del que me hice amiga y con quien acudía a menudo a visitar la cárcel. Pero literatura y periodismo necesitan de instrumentos distintos, porque la novela es una aventura arriesgada y solitaria en la que una se enfrenta con los folios en blanco''.
El jurado del premio Alfaguara, presidido por Antonio Muñoz Molina y formado por Rosa Regás, que actuó como secretaria, Germán Castro Caycedo, Omar Prego Gadea, Adriana Ozores, Gonzalo Celorio y Juan Cruz, señaló que la obra ganadora ''es una hermosa novela que ha sido elegida limpiamente hasta el final".
El nombre de Poniatowska fue secreto y no se supo que había ganado el premio hasta después de una última reunión del jurado.
El País señaló que Poniatowska ''es considerada la sonrisa de México y una de las autoras del país más comprometidas con su entorno, pues ha denunciado con su escritura las injusticias del México contemporáneo".
Por medio de una teleconferencia que enlazó las sedes de la editorial Alfaguara en Colombia, Argentina, Chile, El Salvador, Bolivia, Miami y Madrid, Poniatowska respondió a sus colegas periodistas ''con su voz dulce y el acento y la actitud chilanga, irónica, simpática y entre bromas. Contó que se hizo periodista 'por chiripa, de la noche a la mañana, en 1953. Yo tenía 20 años, y no sé cómo, pero me tocó hacer una entrevista diaria durante 365 días seguidos. Así conocí a gente como Octavio Paz, Alfonso Reyes, Juan Rulfo, Luis Buñuel, Diego Rivera. Todo lo que decían me impresionaba mucho'".
Especialista en ''romper silencios''
Para la prensa española, Elena Poniatowska es una especialista ''en romper silencios cómplices y en denunciar corrupciones, como hizo en Fuerte es el silencio (1980) o La noche de Tlatelolco (1970), un libro mítico, con forma de reportaje, donde denunció la masacre de estudiantes sucedida en la noche del 2 de octubre de 1968. Según contó Gonzalo Celorio, el libro recibió el Premio Villaurrutia y la autora lo rechazó sin ambages: 'No quería un premio de un Gobierno que tenía las manos manchadas de sangre'.
''Poniatowska sabe bien que literatura y periodismo no son la misma cosa: 'La literatura necesita tener las manos muy quietas; no se puede escribir en una redacción o dando saltos por ahí, corriendo por el rastro y preguntando a los demás lo que tienes que poner. El tiempo es distinto, y el riesgo interior, también. Pero yo jamás tuve la certeza de si lo que escribo es malo o es bueno, porque soy una mujer muy insegura. Quizá por eso me pasé la vida entera preguntando a los demás'".
Durante la teleconferencia alguien sugirió que Poniatowska, de ascendencia polaca, es una europea trasplantada a México. Se refería al hecho de que la escritora nació en París en 1932 y llegó a México 10 años después. Pero ella negó ser europea: ''De trasplantada, nada. Mi madre es mexicana, y se llama Paula Amor. Lo que sucedió es que su familia se tuvo que ir a París porque la Revolución les requisó las haciendas. A mí me gustaría haberme llamado Elena Amor, pero mi tía Guadalupe Amor, que era poeta, me prohibió firmar así diciéndome: 'Tú eres una pinche periodista y yo soy una diosa'".
La piel del cielo
Ofrecemos a nuestros lectores, con autorización
de Editorial Alfaguara, un fragmento hasta ahora inédito de la obra
con la que la escritora y periodista mexicana Elena Poniatowska resultó
galardonada con el Premio Internacional de Novela Alfaguara 2001.
Lo único que a Lorenzo le oscurecía los días era la visita de su padre. A la inmediata simpatía que producía la presencia de su madre, la de su progenitor inhibía a sus hijos. Descendía con los guantes puestos de un automóvil de alquiler. Hasta sus palabras traían guantes y su mirada azul, muy extranjera, se posaba con displicencia sobre la tierra apisonada de la casa.
-Niños, vengan a saludar a su papá.
Florencia sacaba una silla al patio; imposible que él hiciera el menor esfuerzo por ayudarla.
Don Joaquín de Tena venía a verlos directamente de la tintorería, lo que contrastaba con la ropa de su mujer y de sus hijos, pantalones de ayer, suéteres gastados, zapatos enlodados. Al tomar asiento, don Joaquín jalaba su pantalón para que la raya no fuera a perderse. Y Florencia lo miraba con los mismos ojos de La Blanquita, húmedos y dulces, a veces implorantes. Nada de eso le gustaba a Lorenzo, nada de ese señor tieso con su bastón de empuñadura de plata o su paraguas negro, según el clima.
-Cuéntenle a su papá lo que han hecho.
Emilia se lanzaba graciosa, comunicativa, los más pequeños intervenían sin acercarse a él para no ensuciarlo, Lorenzo no abría la boca. Don Joaquín de Tena apenas los veía con su mirada deslavada, como si sus ojos muy hundidos en las cuencas no hubieran alcanzado color. ''Ojos de pescado muerto" pensaba Lorenzo. A él no podía importarle que su hijo mayor no le dirigiera la palabra porque ni lo tomaba en cuenta. Veía a sus hijos como a un racimo, sin distinguirlos.
-Despídanse de su papá.
Cuando los mandaba a dormir, Lorenzo ignoraba si su padre se iba. Sabía sí, que en el ropero había ropa suya. ''Las camisas de tu papá" decía Florencia que las planchaba con esmero con sus callosas manos de campesina.
Don Joaquín de Tena vivía en la colonia Roma con su hermana y los domingos por la tarde viajaba a Coyoacán en coche de alquiler desde ''la ciudad". Ese viaje era una inmensa diferencia.
Para él, para su hermana Cayetana de Tena, para la sociedad mexicana, Joaquín era soltero. La clase a la que pertenecía invalidaba su unión y por lo tanto, los hijos no existían.
Elena Poniatowska