GAS DOMESTICO: SIGNO DE LA DISTORSION
Las injustificables alzas en el precio del gas doméstico,
así como los masivos descontentos y movilizaciones generadas en
reacción a ese incremento, hacen pertinente reflexionar sobre una
de las más irritantes distorsiones de la economía nacional:
la combinación de tarifas inmoderadas de bienes y servicios públicos,
por una parte, y los niveles de ingreso insatisfactorios, por la otra.
La inserción a rajatabla del país en las
reglas de la globalidad, emprendida y consumada por los tres anteriores
gobiernos, colocó buena parte de las tarifas de los bienes y servicios
públicos en niveles equivalentes a los que imperan en naciones desarrolladas;
el ciclo de eliminación de subsidios, desregulación, privatizaciones
y rescates de los sectores económicos que fracasaron bajo la administración
privada se tradujo incluso en costos que están por encima de los
equivalentes en Estados Unidos. Ejemplos de esta situación aberrante
son los peajes carreteros, la telefonía, el transporte aéreo,
los servicios financieros --sujetos, estos últimos, a tasas desmedidas
de intermediación bancaria-- y, el colmo, la gasolina, que en ciertos
momentos y en ciertas zonas de la frontera común ha llegado a ser
más cara del lado mexicano.
La liberalización salvaje de la economía,
que se inició en tiempos de Miguel de la Madrid y que en el sexenio
de Ernesto Zedillo fue llevada a grados exasperantes de dogmatismo e ineficiencia,
no se tradujo, en cambio, en una homologación del ingreso de la
mayor parte de la población con la capacidad adquisitiva que ostentan
los habitantes de nuestros socios comerciales. Por el contrario, las torpezas
económicas aunadas al manejo demagógico de las cifras durante
el salinismo, desencadenaron una crisis que significó, a su vez,
una regresión de décadas en percepciones y salarios. La herencia
de los sexenios neoliberales y globalifílicos puede traducirse en
un país que logró su ingreso al club de ricos --la Organización
para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, OCDE--, pero
que tiene a más de la mitad de su población sumida en la
pobreza y la miseria.
En estas circunstancias, los incrementos a las tarifas
de bienes básicos y de servicios públicos --tanto los que
aún administra el Estado como los que han sido transferidos a manos
privadas-- constituyen un factor social conflictivo, por no decir explosivo.
En la medida en que no se establezcan para tales tarifas mecanismos de
regulación y control, y se sigan dejando a los vaivenes de los mercados
--nacional e internacional--, serán una fuente de descontento, inestabilidad
y precariedad institucional. La actual administración tiene, en
ese terreno, la oportunidad y el deber de deslindarse de los últimos
gobiernos priístas, y convertir en hechos las palabras pronunciadas
por el presidente Vicente Fox en su toma de posesión en el sentido
de que "la justicia social es parte de una economía eficiente, no
su adversaria" y sobre la necesidad de reemplazar, en el poder público,
"la lógica tecnocrática que dejó todo al mercado",
emitidas el pasado 5 de febrero. |