viernes Ť 9 Ť marzo Ť 2001
Gilberto López y Rivas
El general Gallardo: prueba de fuego para Fox
El general Francisco Javier Gallardo aún es víctima de uno de los sistemas normativos más injustos y obsoletos que existen en el país: el sistema de justicia militar. También lo es de la venganza de quienes en la elite castrense se inclinan por vivir en el pasado.
A pesar de haber sido declarado "preso de conciencia" por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que recomendó la inmediata liberación del general, Vicente Fox no se ha logrado imponer ante los sectores más conservadores del Ejército. Este hecho resulta sumamente peligroso en el contexto de una presunta distensión militar ante el conflicto chiapaneco, marcado a su vez por la llegada de los zapatistas a la capital del país.
La manera como se resuelva la situación del general Gallardo y los tiempos de la resolución serán una buena pauta para medir la correlación de fuerzas entre el comandante en jefe y los sectores duros del Ejército.
Entre los cambios políticos que se viven resulta de vital importancia que las relaciones entre el Presidente de la República y las fuerzas armadas estén regidas por la solidez de las instituciones del Estado y no por la complicidad, el compadrazgo y la corrupción que tanto han demeritado la imagen de los militares. Si algo dejó huella de los gobiernos de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo fue este tipo de vínculo patriarcal, que condujo a que el Ejército se adaptara a sus compromisos con el gran capital y a sus cartas de intención con el Banco Mundial y el FMI que, entre otras cosas, provocó un enfrentamiento fratricida en el estado de Chiapas y la virtual entrega de la riqueza nacional al capital financiero.
Es cierto que una de las principales facultades de la institución armada es velar por la soberanía nacional, pero ésta de ninguna manera se encarna en los compromisos personales, la subordinación frente al exterior o los afanes represivos del presidente en turno, sino justamente en todo lo contrario: el resguardo y la defensa incondicional de la integridad del territorio nacional, de sus recursos naturales y humanos, en la aplicación estricta de la Constitución en la definición de sus misiones, en la modernización de sus viejas estructuras y en la defensa de la dignidad y los derechos humanos de los propios militares. Así entiende el general Gallardo las funciones de la institución a la que pertenece y por eso lo mantienen preso. Fue suficiente levantar la voz con el valor cívico y el verdadero honor militar que ello implica, sobre las irregularidades judiciales del Ejército y las inconsistencias políticas y éticas de dicha institución para que voces del crimen organizado y del cáncer de la corrupción defendieran a toda costa sus intereses espurios con la misma racionalidad que investía a los monarcas de antaño, cuando confiaban ciegamente en el poder eterno de su investidura.
Los cambios políticos que atraviesa el país nos deben conducir a revisar escrupulosamente la situación de nuestras instituciones para depurar cuanto antes todos aquellos vicios que venían arrastrando los gobiernos del antiguo régimen. El nuevo régimen político de nuestro país está por construirse. Si Fox decide sumarse a las transformaciones necesarias para establecer una genuina república democrática, lo constataremos en los hechos: con la actitud que asuma frente a las demandas del EZLN y los pueblos indios; frente a los saldos pendientes de Tlatelolco, Aguas Blancas, El Charco, Acteal, Taniperlas, Colosio y cardenal Posadas, crímenes todos ellos cuyos autores intelectuales aún no son descubiertos y castigados.
Si Fox pretende construir relaciones distintas con el Ejército, defender una aplicación cabal de la justicia y el respeto a los derechos humanos, debe comenzar por resolver un caso tan inobjetable en la persecución de la justicia como es el del general Gallardo.
Vicente Fox ha empeñado su palabra de liberación inmediata. No obstante, ya han pasado más de tres meses desde su toma de posesión y continúa preso inexplicablemente tras las rejas que detentan los últimos resquicios de un régimen contra el cual la gente se insurreccionó pacíficamente el pasado 2 de julio.Ya no se trata de esperar, sino exigir la pronta liberación de todos aquellos que se encuentran encarcelados por el único delito de ser luchadores sociales, objetores de conciencia, pensadores y activistas.
Señor Fox: cumpla sus promesas y libere al general Gallardo.