VIERNES Ť 9 Ť MARZO Ť 2001
Ť No me preocupan las definiciones ni las críticas, señala en exclusiva a La Jornada
Hermanar a las artes es una manera de lograr la libertad: Bob Wilson
Ť ''El maleficio de los jacintos, de Soyinka, es un texto personal, doloroso y oscuro''
Ť Sacrilegio, no transmitir nada desde el espíritu hacia la escena, sostiene el artista
PABLO ESPINOSA
Bob Wilson (Waco, Texas), el hombre que revolucionó el arte del teatro, en entrevista con La Jornada: ''Yo hago lo que hago, no me preocupan ni las definiciones ni las críticas, en todo caso me interesa la polémica. Lo que en realidad me resulta relevante de trabajar en cuestiones artísticas es que puedo reunir todas las artes sobre un espacio escénico, hermanarlas, conjuntarlas. Esa es una manera de lograr la libertad, que es un anhelo humano".
Mira fuerte y fracciones de segundo después su mirada se ha tornado suavecita, como de niño y fracciones de segundo después vuelve a ser fiero, durísimo, un par de hilos de luz láser los dos fanales que emanan fuego de sus ojos y fracciones de segundo después sus labios dibujan una sonrisa que parece de ángel y en cuanto su interlocutor responde el gesto, la sonrisa de quien tiene enfrente Wilson parece mueca tirada a mitad del desierto que rodea a Waco, Texas, porque el maestro ya tiene otra vez el gesto duro. Hierático.
Dicen que los genios tienen siempre un dejo escénico en su vida cotidiana. Bob Wilson lo despliega con un reflejo de conciencia lúdica.
Silencio escrutador
Temprano, el sol brilla. A la fresca de la mañana Bob Wilson recuerda al protagonista de la película La mosca, cuando cada despertar aquel personaje abre el clóset y elige entre siete atuendos negros de pies a cabeza idénticos para cada día de la semana, pues anoche apenas Wilson era el centro de la admiración, en impecable -clon de sí mismo- atuendo oscuro y su trabajo mostrado en público, entre la selecta muchedumbre del coctel inaugural de la versión 17 del Festival del Centro Histórico.
En aquel acto Wilson ocupaba la escena y su papel era ser inaccesible. Convénzame de que ''tengo'' que darle la entrevista, dice su silencio escrutador. La elegancia, don de gente, bonhomía de Bob Wilson, en una exclusiva de La Jornada:
-De acuerdo con sus convicciones, lo que importa en el hecho teatral es la experiencia en sí misma, no la interpretación, pero tuvo que haber un impacto inicial en usted cuando conoció el texto original de El maleficio de los jacintos, de Wole Soyinka, Ƒpuede describir esa experiencia personal?
-Es un texto ciertamente muy personal, doloroso y muy oscuro. Para llevarlo a escena me propuse corresponder en el mismo espíritu, bajoo el siguiente procedimiento (toma Wilson su pequeño portafolios, negro, y lo unta aleatoriamente a diversas partes de su atuendo), mira: si pongo este objeto aquí, aquí y aquí, tenemos negro sobre negro, pero si ahora añado esta hoja en blanco, tenemos una composición donde lo negro se vuelve negrísimo y lo blanco es sumamente blanco.
Nadar rumbo a lo profundo
Es evidente entonces que las tinieblas se vuelven más profundas cuando aproximamos una breve luz. Llegamos, para efectos de El maleficio de los jacintos, que es nuestro tema en cuestión, a una aproximación filosófica y abarcamos sus extremos: podremos entonces transmitir al público ese dolor, esa angustia, esa ausencia de cielo y podemos evitar entonces la manera superficial a la que nos han querido acostumbrar en el teatro y en la ópera tradicionales. Hace poco presencié un Parsifal y no hice sino confirmar lo que acabo de decir. Porque resulta por lo menos ridículo, sacrílego ese mero merodeo de coros y personajes principales y secundarios alrededor del Santo Grial. Porque no es otra cosa que sacrilegio no transmitir nada hacia el espíritu desde la escena.
Durante la preparación de El maleficio de los jacintos increpaba a los cantantes: no te creo lo que estás cantando, les decía. Estamos frente a cuestiones que son todo menos asuntos superficiales, intentemos nadar hacia lo profundo, expresemos emociones, sentimientos, pero con un compromiso de por medio. Así, por ejemplo, el papel que canta Bonita (Hyman, mezzosoprano) debía alcanzar la más profunda de las emociones que vertimos en escena: el enojo, la protesta política.
-Así que asume usted la relevancia política del texto, Ƒhasta qué punto?
-En realidad no me interesa mucho la política, porque divide a los hombres. Prefiero concentrarme en los problemas sociales, con la esperanza de que resolviendo algunos de ellos podamos abatir la parte negativa de la política.
-En el uso peculiar que usted hace con el tiempo y el espacio en los fenómenos escénicos, Ƒencuentra o busca?
-Siempre encuentro. No sé qué significa exactamente buscar. Lo que me interesa al trabajar con las artes, y muy en especial con el arte del teatro, en primer lugar es la posibilidad de convocarlas a todas, reunirlas, poner juntas a la poesía con la filosofía, la literatura junto a la arquitectura y con ellas la pintura y la escultura, todas las artes reunidas en un escenario. Eso es la libertad.
Porque te vuelve poderoso lograr que el tiempo sea más largo, o que puedas comprimirlo. Hacerlo elástico. Mira, si nos ponemos a observar durante media hora a la gente que pasa frente a nosotros rumbo al front desk de este hotel, nos daremos cuenta enseguida que caminan con cierta ansia casi todos, pero si los ponemos en un escenario, los podremos dotar de todas las licencias para que se sientan y sean libres.
Un espacio escénico es una megaestructura donde podemos realizar nuestras capacidades e inclusive rebasarlas. Allí podemos escribir una partitura, pintar un cuadro, cantar, interpretar una sonata de Chopin y luego una de Beethoven. Lo podemos todo en un escenario. Allí somos poderosos, libres.
Una megaestructura básica es lo más sencillo, mira (gesticula Wilson): si muevo la mano izquierda de arriba hacia abajo, mientras deslizo la derecha de forma horizontal, tengo una megaestructura de espacio-tiempo.
Todo está listo para que empecemos a componer las diferencias producidas por las diferentes tensiones dramáticas que necesitamos para empezar a expresar sentimientos y emociones de manera profunda y eso lo lograremos con mayor o menor fortuna si, por ejemplo, cantamos de pie o bien lo hacemos balanceando los pies sobre el piso o si nos tendemos sobre el piso.
Igual como si pintáramos un cuadro: lograremos mayor o menor profundidad si acertamos en el tono y en la elección precisa: óleo, tinta, acuarela o un simple lápiz. Hay una megaestructura básica para todas las artes.''
Forjar megaestructuras
-ƑCon una pequeña ayuda de sus amigos? Hablo de Lou Reed, de Philip Glass, Bourroghs, los beat, los roqueros, los excéntricos, sus interlocutores...
-Es sencillo: si no sé escribir música ni textos literarios, lo que hago entonces son megaestructuras y con ellas puedo aspirar al resto de las artes. Es decir a la libertad. Funciono como un arquitecto que diseña un edificio de departamentos, atento a las necesidades que me plantee cada uno de los habitantes de esas moradas, de manera que tendremos diferentes apetencias estéticas, diferentes estilos artísticos, conviviendo en el mismo edificio.
Me gusta ser el constructor de megaestructuras de ese tipo, ordenar los elementos a placer, distribuir: este personaje desaparece de aquí, pero reaparece por acá (mueve las manos Wilson de la misma forma que un mago activa un perol sin hacer contacto físico) y luego hacemos que aparezca un segundo personaje más allá.
Por ejemplo, con Lou (Reed) tracé un punto de partida que era Edgar Allan Poe y una escala de anhelos en función de un triálogo entre Poe, una de sus esposas y una de sus novias, en una imaginería, o megaestructura, que puse a disposición de Lou, para que la habitara. Eso me gusta hacer con mis amigos, igual con Lou que con Philip Glass, con Heiner Muller, con William S. Burroughs: les entrego megaestructuras para que ellos las rellenen, las habiten, las completen.
Posmoderno o el abuso del adjetivo
-ƑNo le parece injusto que muchos lo sigan reduciendo con el referente casual del minimalismo?
-Ni siquiera sé en qué consiste exactamente el minimalismo. Lo que sí tengo claro es la definición de mi trabajo: es mi trabajo. Mira, te comparto una ironía: hay quienes siguen hablando tan contentos y sintiéndose sabihondos con el supuesto descubrimiento del posmodernismo. De repente, a todo le empezaron a poner el adjetivo de posmoderno. Mira, el año pasado estuve en un hotel de Texas donde las sábanas eran rosas, al igual que las cortinas, las toallas, las almohadas, el papel higiénico, el papel de las paredes. Le dije a la mucama: šes increíble, todo es rosa! Y ella me reprendió, muy seria y orgullosa: ''Se equivoca, no es rosa, es dusty rose".
Ríe el maestro Bob Wilson, sus carcajadas cristalinas asemejan soliloquio de ángel en contrapunto -diriáse armónico salido de la garganta de un monje zen- con un dejo diabólico escondido en el fondo de sus ojos, que destellan igualmente miradas arcangélicas.