DOMINGO Ť 11 Ť MARZO Ť 2001

José Antonio Rojas Nieto

Núcleo duro núcleo vivo

Nada seríamos sin los pueblos indios. Somos mestizos; también venimos de ellos. Y nada seremos en el futuro también sin ellos. Si lo pensamos bien, no podemos menos que aceptarlo. Incluso enorgullecernos de ello y vivirlo con emoción. Muchos acontecimientos nos lo dicen. Todos los días. De múltiples formas. Lo hemos reconocido en nuestra historia. No hacerlo sería negarnos a nosotros mismos. Por eso nuestras tradiciones. Por eso nuestros mitos. Por eso nuestros ritos. Cierto, no sólo vivimos de tradiciones, de mitos y de ritos. No. Pero nuestra tradición, nuestros mitos y nuestros ritos, nos mantienen vivos, luchando y esperando... luchando y esperando... luchando y esperando. A veces contra toda esperanza.

Esto lo hemos aprendido de nuestros ancestros; lejanos y próximos; indios y españoles, hoy fundidos en este orgulloso mestizaje que a muchos -por desgracia- avergüenza. Esos que aprovechan la globalización subordinante no sólo para negar sus orígenes, sino las bases de sus orígenes. Los que la utilizan como coartada para eliminar a la nación, sus fundamentos y sus objetivos, so pretexto del bienestar de todos y todas. Mentiras. Somos una nación que no se puede negar. Ni negar sus orígenes, ni ignorar su destino: caminar hacia el ejercicio pleno de la libertad y la dignidad. Lo señala con nitidez el artículo 25 de la Constitución. Como también señalan no sólo con claridad, sino aun con vehemencia los artículos 4 y 27 -por lo demás profundamente vinculados-, que los mexicanos nos reconocemos y nos sabemos con una composición pluricultural sustentada originariamente -sí, originariamente- en nuestros pueblos indígenas; y que la propiedad de las tierras y aguas comprendidas dentro de los límites del territorio nacional corresponden originariamente -sí, originariamente- a la nación. No hay engaño. No hay manipulación, A pesar de la regresión -la profunda regresión- con la introducción al mercado de las tierras ejidales.

Los acuerdos de San Andrés Larráinzar no hacen sino ratificar estos principios de nuestra nación. En ellos se ratifica que los pueblos indios tienen el derecho de "acceder de manera colectiva al uso y disfrute de los recursos naturales, salvo a aquellos cuyo dominio directo corresponde a la nación". Nada más próximo a la Constitución, que en el artículo 4 constitucional asegura que la ley "protegerá y promoverá el desarrollo de... los recursos (de los pueblos indígenas)...". Se trata del territorio, base material de la reproducción de comunidades y pueblos indios. Sin territorio, sin esa base material de su reproducción como pueblo, expresión de la unidad indisoluble hombre-tierra-naturaleza, la autodeterminación indígena queda en letra muerta, acaso sólo sometida al beneplácito del poder y sus vaivenes, como queda en letra muerta la autodeterminación y la soberanía nacionales también sin esa base.

Se trata de una enseñanza recogida con valor por el Constituyente de 1917 y formulada como base para la identificación y edificación de nuestra nación. Sin la propiedad originaria de los recursos naturales, la nación se debilita y no pude constituirse, ni alcanzar su beneficio. No se trata sólo de una hipótesis, sino de una reflexión doliente de la historia, luego de observar la permanente infamia y la continua corrupción de los poderosos. Los que so pretexto de la colonización quisieron adueñarse de nuestro territorio que hoy, so pretexto de la globalización, pretenden adueñarse de tierras, aguas, minerales, piedras preciosas, petróleo, gas, y por extensión, de nuestras industrias estratégicas, electricidad sin duda. Por eso quieren borrar -así sea poco a poco- el núcleo duro de nuestras leyes, por su propia naturaleza el núcleo vivo de nuestra identidad y de nuestra nación.

El EZLN lo ha entendido muy bien. Su marcha no sólo es la identificación y defensa de los derechos de choles, mames, tojolabales, tzeltales, tzotziles y zoques. Ni siquiera sólo de coras, huicholes, mayas, nahuas, mayos, mazahuas, mixtecos, otomíes, purépechas, tepehuanes, yaquis zapotecos y muchos pueblos indios más. Ni tan sólo la identificación y defensa de los derechos de todos y todas los y las mexicanos y mexicanas, como gustan decir hoy. Ni siquiera eso. Es la identificación y defensa de los derechos esenciales de la nación. Por esos estamos hoy todos ahí, en el Zócalo de la ciudad de México, en el corazón de la República. No sólo con ellos y con otros, sino con nosotros mismos. Sí, con nosotros mismos.