DOMINGO Ť 11 Ť MARZO Ť 2001
Bárbara Jacobs
Jugar el juego
Es difícil entender lo que es un juego porque no todos los juegos son juego. Tampoco se trata de entenderlo según las niñas; para ellas, Alicia o Andrea, ningún juego es otra cosa que la vida. La prueba es que el territorio que pisan, descalzas, es igual que el de los sueños en los que duermen. Un paraguas es el bastón de mando y, a falta de una bacía, un florero de cabeza es su corona. El resto lo proporciona la realidad que, juego de juego, llega.
ƑO qué sucedió la otra noche? Un grupo de adultos cenaba al calor del fuego de la chimenea mientras, en otro rincón del comedor, la niña Andrea jugaba a cenar con amigos de ficción. El dueño de casa recordó un juego que cuenta José Antonio Marina: Pedro debía a Alejandro un millón de pesos; Alejandro debía a Luis un millón de pesos, y, Luis, por su parte, debía a Pedro un millón de pesos. Entonces, acompañado de Alejandro, Pedro pedía prestado al banco por un minuto un millón de pesos y, con él en la mano, Pedro pagaba a Alejandro el millón de pesos que le debía; acto seguido, Alejandro pagaba a Luis el millón de pesos que él le debía, y Luis, a su vez, pagaba a Pedro el Millón de pesos que le debía él. De nuevo con el millón de pesos en la mano, Pedro devolvía al banco el millón de pesos que el banco acababa de prestarle. La pregunta era, ƑSe pagaron y se cobraron todas y cada una de las deudas?
Olvidados de que se trataba de un juego, los adultos se enfrascaron en una discusión formal. El planteamiento no está bien formulado; le faltan elementos; no hay banco que preste a nadie ni un centavo, ni siquiera por un minuto, sin papeleo de por medio; menos, sin intereses; además, Ƒacaso Pedro sabía que Alejandro conocía a Luis y que le debía un millón de pesos? Ridículo; no hay problema; todos pagaron y nadie cobró; o todos cobraron, sólo que imaginariamente; Ƒpor qué no se arreglan las cosas en la vida como se arreglaron en este juego? ƑImaginariamente?
Aquí, se impone recordar al Gato de Cheshire que, en su primera aparición ante Alicia, sonríe de oreja a oreja. Lewis Carroll jugaba a divertirse, o se divertía jugando con la seriedad de la lógica el juego del absurdo. Su gato advierte a la niña Alicia que, dondequiera que mire, o adondequiera que vaya, verá locos, porque, le asegura, todos estamos locos. Yo no; protesta Alicia. Yo, sí; sonríe el Gato. Pruébamelo, pide Alicia. "Los perros gruñen cuando se enfadan y mueven la cola cuando están contentos, Ƒno es asíš šPues yo gruño cuando estoy contento y muevo la cola cuando me enfado! šPrueba evidente de que estoy loco!" Alicia le señala que los gatos ronronean; no gruñen. Luego, le ruega que no aparezca y desaparezca tan de repente como suele porque la marea. De acuerdo con la petición, el Gato procede a desaparecer "muy lentamente, empezando por el extremo de la cola, y acabando por la sonrisa de su boca, que permaneció flotando en el aire después de que el resto del cuerpo había desaparecido". Atónita, Alicia exclama: "šUna cosa es un gato sin sonrisa pero otra, muy distinta, una sonrisa sin gato! šEs lo más raro que he visto en mi vida!".
Desde su cena imaginaria, la niña Andrea aprovecha una pausa en la polémica suscitada por el juego de los adultos para contar que, precisamente, ella le había pedido prestado un peso a una amiga el último día de clases, "Porque, explica, a mí no me alcanzaba para una paleta". ƑY pagaste tu deuda? "No, contestó; porque fue el último día de clases y, al volver a clases después de las vacaciones, mi amiga ya no regresó". ƑY qué vas a hacer? "šPagárselo en cuanto la vuelva a ver, si la vuelvo a ver!".
En los juegos, cada una de las proposiciones sigue con estricta precisión las leyes del absurdo, pero, dentro del juego, todas son lógicas. Un juego que desanuda la angustia es un juego; uno que no proporcione al jugador por lo menos el beneficio del placer también lo es, sólo que destructivo. ƑEn cuál de los dos habrá que colocar la vida, esto es, la que todos, niños o locos, vivimos?