La familia posa para la cámara
del fotógrafo, los mayores cubren
su cara con paliacates, el padre
con pasamontañas de lana negra
es el único que trae zapatos,
su mujer y sus niños descalzos frente
a su choza de palo y techo de lámina
miran al fotógrafo con sus fervorosos
ojos zapatistas.
El "Ya basta" comienza en los brazos maternos. El "Ya
basta se prolonga
en la respiración de mis hijos",
parece decir el padre de familia,
el maestro, el guerrillero.
En la escuela Unidad Educativa Emiliano Zapata, los niños
de muy distintas edades, algunos con pasamontañas y otros con
paliacates, algunos con zapatos y otros
con botas de hule, unos con camisa
y otros panzoncitos con el ombligo
de fuera ya no esperan, viven porque
el maestro les ha dicho que a eso
se viene a la tierra, a vivir, carajo.
Aunque no oigo su risa, sé que algunas mujeres
sonríen por el simple hecho
de traer a su hijo en brazos. Saben que su criatura es
hermosa y fuerte y que su gorro de olanes la protege de los malos espíritus
y de las corrientes de aire.
El padre llevará al hijo al río a que conozca
el agua. Lo hará escuchar la
música, la del bosque, la del violín y
la del guitarrón y el bello rumor que proviene
de los hombres.
Todos los árboles de Chiapas saben del zapatismo.
¡Cuánta dulzura la de las
mujeres! ¡Qué ancho su regazo y sus manos
que son el pan de cada día! Las mujeres
son pétalos, rosas de satén, les crecen
flores en la cabeza en espera del abrazo definitivo, ése que vendrá
tras del paliacate rojo.
La niña compensa la desnudez de sus pies con un
cinturón de mariposa
que bien podría echarla a volar
si los aires son propicios.
Mientras tanto espera como lo hacemos todas las mujeres y cuando crezca se verá más vieja que su pareja porque en el campo así es, las mujeres siempre se ven mayores que los hombres porque trabajan más.
Aquí están juntos, sobre sus fuertes
piernas de caminante, los sembradores de semillas, bien
plantados el uno al lado
del otro, la pareja de la dignidad que pronto será
multitud.
Los zapatistas llevan su corazón vivo
en el pecho y saben que son únicos
e irremplazables porque nada sucede dos veces. De la
firmeza de sus manos de selva y sol surgen las plantas y la nueva vida.
¡Cuánto orgullo! ¡Qué alto el
cielo de Chiapas! ¡Cuánta firmeza en esas patitas
encueradas! El fotógrafo vio la altivez del portero
del EZLN y su esperanza de meter un gol que traspase la portería
sin red, el llano de horizontes lejanos, y llegue directo a la selección
nacional.
El Che Guevara sigue, sigue, sigue.
¿Qué hay detrás del pasamontañas?, preguntan vez tras vez mil y una voces. Detrás del pasamontañas hay un espejo, responden ocasión tras ocasión los zapatistas.
¿Quién está detrás de la cámara que tomó estas instantáneas? ¿Quién es el autor de estos retratos?, interrogará el lector. La respuesta es nadie: la contestación es todos.
Es que luego resulta que es cierto eso de que detrás de nosotros estamos todos ustedes.