Jornada Semanal, 11 de marzo del 2001 


Asalto

Elsa Cross

Para el subcomandante Marcos

1
Por tus pies
y sus desgarraduras
bajo el agua que los limpia
de lodo y hojas machacadas;
por tus talones
y el punto vulnerable
           –paso que se resbala
                       y precipita–
           ah solitario,
           tanto silencio
           te agolpa en el pensamiento
                         el deseo de llegar–;
por tus pasos detenidos en cautela
                      -y el miedo como termita
              masticando por dentro tu costado–;
por tus pasos en vilo,
tanteando las hojas que crujen
              –y una parvada de loros asustadizos
                                           te delata
               y desata sobre tus hombros
                                    la parvada del miedo,
               y oyes a contrafuego otros pasos de dolo;
por tus piernas
y el músculo que tensan
al bajar las cañadas,
al sostener el salto y la carrera,
por tus brazos
               y el arma que sostienen,
por tu pecho
               pasan
                     las voces en enjambre.

Y a la noche no descansas
cuando el pajuil no descansa tampoco.
Un pensamiento
asedia la hamaca donde duermes,
                      el mismo pensamiento
que vuelve a comenzar y desemboca
en los rumbos sin camino
                       –cruz sin respuesta.
Sueños heridos,
y a cambio de tus sueños
recibes
       picaduras abiertas,
el zumbar de un veneno en la sangre.
 

2
Bajo la luna,
redes delgadísimas de savia.

La noche se vuelve filamentos.

Entre el grito del búho
y el silencio tendido hacia los sueños,
                             se oye el alcaraván,
rompiendo las membranas
                      que detienen su vuelo.

Por un hilo de luna desciendes.
La placidez asoma
a tus labios como moras.

Y otro grito te jala desde el sueño,
                             hacia el salto en alerta.

3
En la sombra del mercado,
entre pirámides de frutas,
salta de pronto
              el pensamiento,
rompe sus líneas,
              como líneas de fuego;
se vuelve muchos,
se estira,
extiende las puntas de los dedos,
                              el ojo de la antena.

Salta
y no hay suelo en que caer,
hasta que plantas con una estaca
                                     la certeza.

Allí,
entero tu pensamiento,
                            tu fuerza entera
       se erizan
como una piel amenazada,
como una piel que desea,
como una piel que alcanza,
                      y alza hasta su cresta
el rápido secreteo de sus poros.

Brillan tus ojos:
       relámpago en el lago.

10 de marzo de 1994