Novísimos de Nuevo León
En Nuevo León, sostiene Margarito Cuéllar, la poesía sigue siendo ese mal mayor que ha hecho sucumbir a tantos neoleoneses: Reyes, Coronado, Alardín, Zaid... lista que se engrosa con esta generación del internet, cuyos miembros comparten, además de su juventud, la tentación de apostar por un oficio de tinieblas que no deja dinero ni prestigio social. Nuestros lectores darán fe de las razones que tienen estos novísimos neoleoneses para embellecer poéticamente a una ciudad que asumen con la dignidad del guerrero y la prisa del peatón.
La muestra que hoy se publica, cuyos registros poéticos pudiéramos denominar como la generación del internet, es representativa de las más recientes promociones de poetas nacidos entre 1972 y 1979; todos ellos han publicado en los años noventa sus primeros libros, tienen menos de treinta años y han realizado estudios universitarios.
Gerardo Ortega estudió letras en la UANL y es autor del cuaderno De lunes a diciembre. Margarita Ríos Farjat estudió derecho en la uanl, ha publicado sus textos en revistas como El Periódico de Poesía y Tierra Adentro. Premio de Literatura Joven Universitaria en 1994 y premio Alfredo Gracia Vicente en 1997. Ha sido becaria del Centro de Escritores de Nuevo León y autora del libro Si las horas llegaran para quedarse. Elías Carlo Salazar obtuvo el premio de Literatura Joven Universitaria en 1995 y 1997. Mariana Pérez-Duarte ha publicado en las revistas Tierra Adentro, Papeles de la Mancuspia y Armas y Letras. Obtuvo el primer lugar en el Certamen de Poesía Alfredo Gracia Vicente en 1998 y es autora del poemario Barcos. César Alejandro Uribe ha publicado en libros colectivos y en revistas de carácter regional. En 1995 publicó Lluvia vespertina. Katia Irina Ibarra ha obtenido en dos ocasiones (1996 y 1998) el Premio de Literatura Joven Universitaria convocado por la Secretaría de Extensión y Cultura de la UANL.
La poesía en Nuevo León sigue siendo un oficio extraño, una especie de maldición bienhechora, una deformación de las profesiones modernas, un mal mayor que nos hace sucumbir a la tentación de apostar por un oficio de tinieblas que no deja dinero ni prestigio social, pero que nos permite invertir en la casa de bolsa de los sueños y ser militantes activos de una ciudad que asumimos con la dignidad del guerrero y la prisa del peatón.
Margarito Cuéllar
Sárdica
Gerardo Ortega
(1972)
¿Cuánto
falta para llegar al infierno?
Sofía Valdivia
De qué hablar si en tus pasos
no hay nada que se bese,
ni un puerto dónde vestir
adioses, ni nadie
que ame tus
álamos.
Desde lo alto tu rostro se pierde
en la neblina,
pareces condenada al infierno,
ya nadie te camina,
tus jardines
llovidos
cantan
sin
mí.
Margarita Ríos Farjat
(1973)
Dejo que me lleve
la lluvia de tu voz de agua
tu voz de acuarela que escurre al aire
y tu imagen fuga de cantos perdidos
y noches disueltas
Música líquida al
eco de marzo
Se quiebra el instante
y me uno a ti en el canto de ti mismo
me uno a ti
como al naufragio
donde yo me quiebro tras tu paso
Soy ahora
el oleaje de viento que te nombra
soy el agua de tus ojos y tu voz de agua
Yo soy el canto
Que se rompe como un cejo
y se extiende
en la playa transparente de tu imagen
La telaraña
Elías Carlo Salazar García
(1975)
Aullante de antorchas
Hierve en alfileres
Se arranca la corteza
En el centro mismo del firmamento
En voz helicoidal sesga la materia
Aquí
Vivimos como encerrados en sus
brotes
El desdichado
(Variación de un poema de Gérard de Nerval)
César Alejandro Uribe
(1976)
En el funeral televisivo, tú
me pagaste las cheves,
el cerro de la Silla y las aguas
negras mándame en postal,
el smog que carbonizaba mis pulmones,
la Macroplaza donde las parejas
cachondeaban.
¿Soy solista o grupero? ¿Norteño
o texano?
El beso de Selena herró
mi frente;
he soñado con "Sea World"
donde nada Shamú.
Crucé de mojado el río
Bravo dos veces
y el acordeón de Ayala he
robado
con el grito de "ranger" y el llanto
del fanático.
Lámpara
Mariana Pérez-Duarte
(1976)
A media luz las cortinas respiran,
el sol se está metiendo
y aún no enciendo el foco.
Me tomé tu receta de plantas
sin conseguir olvidarte;
sólo me ha puesto a llorar
los ojos.
Mi pierna se mece golpeando
el sillón, el aire, el sillón,
el aire.
Sopla (mira las cortinas).
Soy de cera, me derrito sobre el
sillón.
Pienso
dónde estás,
en qué se ocuparán
tus manos.
Con los ojos cerrados,
el té en la cara,
un brazo cuelga del respaldo,
el otro del cojín.
No es una posición cómoda.
Me repliego,
me acuesto boca abajo,
sillón de olor suave,
brazos, pecho, espalda.
Ya es hora,
afuera encendieron las luces.
Un espejo
Katia Irina Ibarra
(1976)