LUNES Ť 12 Ť MARZO Ť 2001
Ť Desairada, la corrida a beneficio de los matadores

Roba la Oreja de Oro a Alfredo Lomelí el juez Jesús Dávila

Ť Desiguales los de Celia Barbabosa Ť Una faena, una estocada, detalles y tres avisos

LEONARDO PAEZ

En épocas no muy lejanas, lo que antaño se conoció y hoy se conoce como corrida de la Oreja de Oro llegó a denominarse del Estoque de Oro, precisamente porque los matadores de toros tenían la obligación profesional y moral de saber matar a los toros como lo mandan los cánones, es decir, con estocadas bien ejecutadas y de efectos inmediatos.

lomeli-torosCon el tiempo, el enrarecimiento del espíritu de la época y la decadencia de la suerte suprema movieron a rebautizar al trofeo en disputa como Oreja de Oro, festejo que tradicionalmente organiza la Asociación de Matadores para allegar fondos a sus siempre mermadas arcas.

Fueron épocas en que los empresarios, el público y la crítica sabían mandar, y ganaderos y toreros obedecer, en términos del rendimiento de productos animales y humanos que levantaban la pasión y atestaban los tendidos.

Y desde luego también sabían obedecer los toreros visitantes, que no ponían ningún reparo a participar gratuitamente en la corrida a beneficio del gremio que tan hospitalario se comporta con ellos.

Con frecuencia, los diestros mexicanos superaban a los españoles, y el pueblo enloquecido los convertía en héroes o en ídolos, y el espectáculo taurino tenía un sentido, un lugar y un respeto.

Hoy, cuando la autoridad ya no manda, sino los empresarios adinerados pero sin sensibilidad, la función taurina va en picada, pues si el que paga no sabe si va o viene, los que cobran, menos, a excepción de los amigos de la empresa ?ganaduros y los que figuran?, que cada temporada se embolsan su buen dinero a cambio de detalles y de algunos novillotes dóciles.

Pero esta fiesta es de conocimientos, de sentimientos y de dignidad. Si falta alguno de los ingredientes, el público se abstiene de ir a las plazas.

Así que ni por tratarse de fines benéficos acudió ayer la gente a la desprestigiada plazota, donde apenas habría unos seis mil espectadores, incluidos familiares y paisanos de los alternantes. Y porque, además, ninguno de los ases españoles que tan bien paga la empresa tuvo libre la fecha para participar y corresponder a tantas zalamerías, besamanos y entreguismo.

Merecido se lo tiene este sindicato tradicionalmente blanco de los toreros mexicanos, hace mucho a merced de los que pagan, no de su vocación ni del público, y permitiendo que los extranjeros hagan y deshagan, mientras nuestra fiesta brava se queda sin toros, sin toreros y sin público.

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Ni Andy Cartagena, ni Hermoso de Mendoza ?que todavía anda por acá matando novillos en las plazas más modestas? tuvieron libre la fecha. Ni menos El Juli o Ponce. Vaya, ni Cavazos, El Zotoluco, Ortega o Garibay.

Sin embargo, la directiva de los matadores prefiere seguir llevando la fiesta en paz, convencida de que su misión conserva fuentes de trabajo, por más raquíticas que éstas sean, no sin antes agradecer al empresario su gentileza de ceder la plaza y justificar las involuntarias ausencias de sus colegas afamados. De no creerse.

Ah, sí. Partieron plaza Rodrigo Santos, a caballo, y Alfredo Lomelí, Oscar San Román, Alfredo Ríos El Conde, Alfredo Gutiérrez y Jerónimo, a pie, para lidiar un encierro de doña Celia Barbabosa, bastante bien presentado pero de juego desigual, ya que salvo los tres primeros ?que debieron irse por lo menos sin una oreja? los restantes acusaron debilidad y mansedumbre.

No estuvo mal Santos con rejones, quiebros y banderillas a dos manos, prescindiendo de la peonería, pero entregó demasiado a su cabalgadura en el rejón de muerte y aquella recibió fuerte golpe. Como le pitara un sector del público, el jinete se enojó, mal desmontó y cuando iba a estoquear a pie, el astado dobló. Tuvo división de opiniones cuando, de haber acertado, debió llevarse un apéndice.

Lo más torero de la tarde corrió a cargo del tapatío Alfredo Lomelí, que con el bravo y fuerte Mosaico, de 492 kilos, realizó un bello trasteo por ambos lados, a base de quietud, temple, mando y expresión. Cobró una estocada hasta la empuñadura en todo lo alto, y en dramática escena el encastado burel, con la espada adentro, a punto estuvo de coger a Lomelí.

A pesar de la petición mayoritaria de la oreja, el otrora dadivoso Chocho Dádivas ?sobre todo con las figuritas? ayer se instaló en rigorista y ni a Lomelí le concedió el apéndice ni para los despojos del toro ordenó arrastre lento. Ah que la autoridá.

Lo demás fue lo de menos, salvo el cuarteo espectacular del subalterno Pablo Miramontes al que cerró plaza, y por el que fue llamado al tercio.