Lunes en la Ciencia, 12 de marzo del 2001
Selección realizada por la autora especialmente para los lectores de Lunes en la Ciencia La piel del cielo (fragmento) Elena Poniatowska "A partir del momento que empezó a observar, Lorenzo se dio cuenta que el cosmos lo convertía en otro hombre. Claro, viviría entre los demás, caminaría con ellos, los escucharía, comería, sonreiría, pero él tenía un mundo propio mucho más real que el de la vida diaria. Aguantaba la cotidianidad por la sola esperanza de volver al telescopio. La vida de las estrellas le resultaba más auténtica que la de los hombre a quienes escuchaba con extrañeza y sin curiosidad. A ellos no podía observarlos en el microscopio como a sus placas para predecir su conducta burda en comparación con la de los objetos en el cielo. Al igual que los hombres, las estrellas nacían, crecían y morían; tenían una vida propia fascinante. Para su sorpresa, las estrellas más grandes eran las que brillaban durante menos tiempo y las pequeñitas como las enanas blancas, muy, muy densas, duraban mucho. Algún día quizá, dentro de cien mil millones de años, el sol se contraería hasta convertirse en una enana blanca. ƑO habrían nacido las estrellas antes que el propio universo? A Lorenzo le obsesionaba la muerte de las estrellas. Luis Enrique Erro le dijo que algunas tenían muertes espectaculares. Así también se apagan los hombres, pensó Lorenzo. Seguro Florencia agotó su combustible antes de tiempo, de ahí su extinción, pero ahora andaba fusionando helio e hidrógeno y de vez en cuando parpadeaba para que él la reconociera. Al igual que los hombres, el tiempo y el estilo de vida de una estrella lo determinaba su masa inicial. Desde pequeños, algunos prometían ser hombres de fuerza, otros se desgastaban; quemaban su fuego interior y morían antes de tiempo. Así le sucedería a él, porque exploraría el cielo hasta agotarse, seguiría tomando medidas entre una estrella y otra, calcularía sus ángulos, cotejaría sus tablas, de seguro ya necesitaba anteojos, se convertiría en un detector de objetos estelares y aunque tuviera que anotar millones de cifras no desfallecería; indicaría posiciones y movimientos de más de cien mil estrellas. Erro le aseguró que eran más las estrellas en el cielo que los hombres sobre la tierra. Lorenzo adquirió la costumbre de pensar durante el día en el problema de la noche anterior y darle vueltas mientras convivía con los demás. El joven Braulio Hiriarte, sobrino del benefactor del observatorio, lo saludaba: "ƑY cómo está hoy mi sabio distraído?" Seguía su camino sin verlo siquiera."
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