Lunes en la Ciencia, 12 de marzo del 2001
Prioridades del Conacyt Gustavo Viniegra González La nueva administración del Conacyt tiene como tarea importante revisar, y en su caso, modificar el método de asignación de las prioridades de investigación y de formación de recursos humanos. En este artículo expondré algunas reflexiones nacidas de la experiencia de casi 30 años de investigador, evaluador y consultor de proyectos, para que sean compartidas o quizás discutidas por las partes interesadas en este tema. Aquí se sugiere que las prioridades del Conacyt son heterogéneas y por ello necesitan criterios con metas diferenciadas por categorías de metas y actividades de la ciencia y la tecnología (CyT). La ciencia es en sí muy diversa. Los métodos de las matemáticas difieren de los métodos de las ciencias sociales y éstos de los métodos de las ciencias naturales. Pero el desarrollo cultural de un pueblo requiere de la ciencia y de las humanidades para enriquecer la calidad de la educación de sus nuevas generaciones. Un pueblo sin identidad, sin historia y sin conciencia de sí mismo está destinado a una enfermedad llamada "anomia" (falta de nombre), que es un factor seguro de enajenación y de autodestrucción. Esta idea fue formulada originalmente por Durkheim, promovida por Parsons y en el caso de México discutida por Sergio Zermeño. La historia nos muestra que los pueblos con clara identidad han sobrevivido persecuciones y desastres mejor que los que la perdieron. Parecería superfluo insistir en ello, pero hay una gran tentación entre ciertos administradores de la industria y los servicios en pensar que el progreso sólo se mide por el ingreso per cápita y el nivel de consumo. Olvidando que la calidad de la vida depende del disfrute de la salud, la justicia y la belleza. Por eso el UNDP, Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas, por sus siglas en inglés, ha elaborado el índice de desarrollo humano que pondera criterios de salud, educación y cultura, junto con el ingreso per cápita. George Soros, especulador impenitente de las monedas, predica los valores sociales en el desarrollo, para evitar las crisis debidas a la especulación sin medida. Y Carlos Slim, exitoso especulador mexicano, se preocupa por dar fianza a los presos indígenas acusados por delitos menores. Todo lo anterior apoya el fomento de las ciencias básicas y sociales cuyo fin es mejorar nuestro conocimiento de la naturaleza y de nuestra sociedad, en temas poco lucrativos como: la lucha contra las enfermedades, incluyendo la tuberculosis y las parasitosis, que afectan a los más pobres. O el análisis de las causas y alcances de la pobreza. O incluso, los estudios básicos de astronomía y astrofísica que amplían nuestra conciencia del universo. Sus resultados no se medirán en pesos y centavos, sino en la calidad del conocimiento generado y su efecto no será la acumulación del capital financiero, sino el enriquecimiento cultural y el beneficio social. En el otro extremo, está la tecnología de aplicación a la industria y a los servicios. Es un campo más rezagado en México que la ciencia y es causa del desequilibrio de la balanza comercial. Exportamos 150 mil millones de dólares pero importamos mucho más por nuestro atraso tecnológico. Aquí la prioridad sí es lucrativa y el criterio debe ser comercial y de estrategia económica. Es donde le duele más al Conacyt, porque, desde la época en que el ingeniero Jaime Parada trabajaba en Desarrollo Tecnológico, no hemos logrado aumentar la participación industrial a más de 20 por ciento del gasto en CyT. Pues, según lo indicó hace poco el doctor Ernesto Derbez, titular de la Secretaría de Economía, sólo retenemos 5 por ciento del valor agregado de lo que exportamos y sabemos que las empresas invierten mucho menos de 1 por ciento de sus ventas en CyT. La experiencia del ingeniero Parada puede ser clave, porque ha vivido éxitos y fracasos en este campo. Y la participación de los empresarios es vital en la asignación de metas y prioridades. Necesitamos, por lo tanto, un sistema mixto que asigne al César lo que es del César y no más. Seamos, pues, sensatos y pongámonos a trabajar. El autor es profesor-investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana, plantel Iztapalapa |