LA REACCION, CONTRA LA PAZ
El rechazo de la comandancia zapatista al estrecho formato
de negociación que pretendieron imponer los coordinadores de las
bancadas panista y priísta en el Senado, Diego Fernández
de Cevallos y Enrique Jackson --los cuales torpedearon la propuesta inicial
de la Cocopa, que preveía encuentros más amplios de los representantes
rebeldes con legisladores de tres comisiones-- constituye un llamado de
alerta al conjunto de senadores y diputados para que no se conviertan en
rehenes de los sectores contrarios a la negociación y a la paz.
Es, también, un exhorto a la sociedad civil para que no ceje en
sus movilizaciones de respaldo a las demandas indígenas y a los
acuerdos de San Andrés en la versión redactada por la Cocopa
y enviada por Vicente Fox al Senado, como iniciativa propia, en acto inaugural
de su gobierno.
El mensaje impuesto por los dos líderes parlamentarios
mencionados, rechazado por los dirigentes zapatistas por considerarlo humillante,
indigno y ridículo, y que ciertamente buscaba minimizar a los rebeldes
como interlocutores, ha de agregarse que, tanto Fernández de Cevallos
como Jackson, expresaron ayer su determinación de introducir alteraciones
de fondo a la iniciativa de reformas legales, en lo que significaría
un evidente rechazo a una de las condiciones planteadas por el EZLN para
retomar el diálogo, implicaría regresar el proceso de pacificación
al empantanamiento en que lo dejó el gobierno de Ernesto Zedillo
y se traduciría en un sabotaje a los esfuerzos de distensión
emprendidos por los propios rebeldes, por la sociedad civil y, desde el
primer día de su mandato, por el presidente Vicente Fox.
Los alegatos de esos y otros legisladores "duros" pasan
por la supuesta necesidad de preservar la integridad territorial o evitar
una presunta balcanización del país --o el "desmontaje del
Estado", según la expresión alarmista del diputado tricolor
Eduardo Andrade-- así como por una pretendida contraposición
entre los derechos humanos universales y los usos y costumbres de las comunidades.
Tomados en conjunto, parecen calcados de los pretextos que esgrimió
Zedillo a fines de 1996 para deslindarse de los acuerdos que sus propios
representantes firmaron en San Andrés Larráinzar ese año.
Ayer, el secretario de Gobernación, Santiago Creel,
dio una respuesta genérica y contundente a los detractores de la
llamada Ley Cocopa --que no es sino una fiel conversión de esos
acuerdos en iniciativa de reformas legales-- al señalar que las
críticas a ella reflejan "visiones muy cortas" y "claramente conservadoras"
de quienes no han comprendido "la dimensión de la Ley Cocopa y
el derecho que les asiste a los pueblos indígenas".
Más allá de sus argumentos, la cerrazón
ante las demandas indígenas de justicia y dignidad --actitud que
ocupa, por desgracia, importantes posiciones de poder en el Legislativo
y en el propio Ejecutivo-- expresa intereses económicos y políticos
concretos, así como visiones del mundo, que deben ser señalados
con precisión.
Por una parte, la circunstancia actual y ancestral de
marginación, opresión, indefensión y miseria de las
comunidades indígenas representa, para muchos empresarios, grandes
oportunidades de negocio: desde los taladores de la Tarahumara hasta los
desarrolladores industriales, urbanizadores o turísticos que, en
distintos puntos del país, invaden con impunidad tierras comunales,
pasando por los tristemente célebres ganaderos chiapanecos.
Otro sector amenazado por la perspectiva de una aprobación
de la Ley Cocopa tal y como fue presentada es el de los caciques municipales
y estatales, en la medida en que el nuevo marco legal daría a las
comunidades instrumentos para combatirlos y desarticularlos.
Adicionalmente, la cerrazón referida tiene el componente
ideológico de una reacción encomendera que añora el
predominio criollo del periodo colonial, percibe a los indígenas
como sujetos de tutela y explotación y se opone, en consecuencia,
y por principio, a cualquier intento de dignificación y reconocimiento
legal para este sector de la población.
La suma de intereses de explotadores, caciques y nostálgicos
novohispanos, enquistados en las bancadas del PAN y del PRI, así
como en puestos clave de la administración pública, conforma,
hoy, una reacción decidida a contrarrestar los esfuerzos empeñados
por los zapatistas, por el Presidente y por la sociedad civil, en favor
de la paz y la justicia. La ciudadanía debe desenmascararlos, aislarlos
y movilizarse para garantizar el reencuentro entre la nación y sus
indígenas. |