jueves Ť 15 Ť marzo Ť 2001
Adolfo Sánchez Rebolledo
Los indios: notas al legislador
šEl éxito de la marcha zapatista a México confirma el nacimiento de los pueblos indios como un sujeto real de la vida mexicana. El tema indígena, siempre subsidiario de otros asuntos, ocupa hoy un espacio privilegiado en el debate nacional a la espera de que el Congreso se ubique a la altura de los tiempos. Por extraño que parezca, sigue sin saberse si los legisladores aceptarán en este punto realizar una auténtica reforma del Estado con todas sus implicaciones jurídicas y políticas, o buscarán excusas para no hacerlo, tratando de promediar las dudas y las objeciones que ya se han expuesto. Ese es el primer dilema que debe resolverse positivamente a favor de los derechos de los pueblos indios. Si respetando los acuerdos de San Andrés, cabe mejorar las iniciativas presentadas, lo cual resulta lógico y racional en cualquier proceso legislativo, un acuerdo satisfactorio en los detalles jurídicos será menos problemático si desde el principio el Congreso se pone de acuerdo en las motivaciones profundas de la reforma que, ciertamente, supone una revisión puntual del entramado constitucional en su conjunto, no un retoque superficial a la Carta Magna, como tantos otros. Más que la reivindicación de autonomía, está en juego lo que ésta significa: asegurar que el Estado asuma positivamente a los pueblos originarios como parte integral de la nación. En otras palabras, suscribir un pacto incluyente que fije las relaciones entre las etnias y el Estado nacional. En ese sentido, la ley de Derechos de los Pueblos y Comunidades Indígenas del Estado de Oaxaca comprueba de qué manera pueden abordarse los puntos más delicados y controversiales surgidos en el debate sobre los derechos indígenas. En la ley oaxaqueña se reconoce a los pueblos como los sujetos de la autonomía que las comunidades ejercen en el nivel municipal. La definición de pueblo no queda en el aire, pues en la ley éstos se reconocen y enumeran de manera taxativa, sin lugar a ninguna confusión.
2) El nacionalismo histórico en todas sus versiones insiste en el mestizaje como suma que anula o minimiza diferencias. Pero al integrar excluye, margina al que se resiste. Por eso ahora, el desmoronamiento del nacionalismo ideológico, con sus afanes de homogeneización universal, permite que florezcan la diversidad y el pluralismo que son la fuente de la democracia. La democracia, por definición, es el reino de la diferencia bajo el cielo de la legalidad. La causa de los pueblos indios no conspira contra la democracia, más bien es un fruto que madura bajo los grandes cambios ocurridos en la sociedad mexicana. La experiencia oaxaqueña comprueba, con las dificultades y problemas del caso, que es posible superar la oposición entre ciudadanía y comunidad como dos principios necesariamente excluyentes. En Oaxaca son complementarios, ya que la ley protege "las tradiciones y prácticas democráticas de las comunidades indígenas, que hasta ahora han utilizado para la elección de sus ayuntamientos", pero al mismo tiempo ese reconocimiento del derecho consuetudinario como una expresión diferencial legítima no anula al sistema democrático fundado en los partidos. Justamente, son las mismas comunidades, en ejercicio de su autonomía, las que deciden bajo cuál de los dos sistemas prefieren elegir sus ayuntamientos. El resultado es que ahora tras la reforma es cuando verdaderamente los indios comienzan a ejercer el derecho a votar y elegir libremente a sus gobernantes. En otras palabras: comienzan a ser ciudadanos completos, con los mismos deberes y derechos que los demás mexicanos.
Tampoco cambia con ello la organización del gobierno, pues la ley oaxaqueña establece que el Estado "adopta para su régimen interior la forma de gobierno republicano, representativo y popular, teniendo como base de su organización política y administrativa, el municipio libre", si bien admite que los municipios pueden "asociarse libremente tomando en consideración su filiación étnica e histórica para formar corporaciones de desarrollo regional". Se asegura, además, la educación integral que incluye "los valores tradicionales de cada región étnica". "En las comunidades indígenas bilingües la enseñanza tenderá a conservar el idioma español y las lenguas indígenas de la región".
3) Algunos críticos de la reforma constitucional, para desnaturalizarla se han inventado un indigenismo utópico y autocomplaciente, estrechamente culturalista, en ocasiones pueril, a la manera de un sueño autárquico que se regodea en el atraso secular del buen salvaje. Esa visión idílica, si de veras existe en alguna parte, es por completo ajena a la realidad y a las verdaderas exigencias planteadas por los pueblos indios hoy y a lo largo de toda la historia. Las comunidades indígenas están muy lejos de ser pequeñas arcadias al margen del avance general, y si ahora reivindican la autonomía constitucional no es para encerrarse en sí mismas al margen del progreso, sino para hallar un lugar propio en la sociedad que les ha negado de hecho los derechos más elementales, siempre en nombre del desarrollo nacional. Desde luego, la comunidad indígena está lejos de ser una entidad sin fisuras, exenta de contradicciones e incambiable, pero tampoco la tradición es un hecho terminal, cerrado, ahistórico o incapaz de evolucionar, como a veces se piensa. No es, pues, una esencia inmutable. Los usos y costumbres se adaptan a los cambios y aunque algunos perecen no por ello desaparece la identidad de los pueblos. El reconocimiento de los códigos normativos indígenas no tiene por qué contraponerse al estado de derecho. La reforma constitucional debe contribuir a esa convergencia promoviendo el respeto irrestricto a los derechos humanos y las garantías individuales allí donde el derecho consuetudinario es omiso o no los garantiza, pero no puede desconocerlo.
4) Es un error típico de ciertas mentalidades conservadoras con pretensiones de modernidad suponer que el progreso en todas sus formas siempre tiene una acción liberadora, aunque sea fatalmente etnocida al quebrantar tradiciones milenarias contrapuestas a la modernidad. Pero ése es también un prejuicio clasista, digno del mejor y más arcaico profesor liberal. Miles de indios sometidos a la globalización del mundo saben en carne propia cuál es el significado de la modernidad viajando a California y Nueva York sin pasar por el Distrito Federal. Los mixtecos que viven en Manhattan o los tzeltales que comercian con el café en Amsterdam y otras plazas europeas, no pierden por ello su identidad, más bien la refuerzan, muy a pesar de los historiadores que la daban por muerta.