JUEVES Ť 15 Ť MARZO Ť 2001
Olga Harmony
Las muchas lenguas del teatro
Los que pensaron que acudirían los fans idiotizados por los conciertos televisivos este domingo al Zócalo, para recibir al EZLN y otros representantes de los pueblos indios, se encontraron con que hubo un austero acto político. Tiene razón Luis de Tavira: si todo es teatro, nada es teatro. En cambio, las coreografías de Rossana Filomarino convirtieron en danza a mujeres extraídas de textos dramáticos, Ofelia, Lady Macbeth y una galería de difuntas inspirada en unas líneas de Heiner Müller.
En lo que se refiere a la palabra hablada en los escenarios, la Semana de Teatro Francés Contemporáneo culminó con un encuentro de dramaturgos de habla francesa con autores mexicanos. Los franceses están incluidos en la antología a la que ya me referí en nota muy anterior, publicada por Ediciones El Milagro y en la mesa del encuentro estuvieron Enzo Cormann, Cuy Foissy y Adel Hakim. La dramaturgia nacional estuvo representada por Emilio Carballido, Víctor Hugo Rascón Banda, David Olguín y Luis Mario Moncada. Cada uno hubo de responder por turno (aparte de la sección final en la que contestaron las preguntas, bastante tontas y plenas de afanes protagónicos, que hicieron algunos jóvenes asistentes), o por lo menos disertar acerca de tres rubros generales, según su propia experiencia: ''Teatro y política", ''Dramaturgo y director escénico" y ''Vanguardia", que les planteó el moderador de la mesa, Philippe Amand.
Con sus matices, las respuestas a las dos últimas cuestiones fueron muy semejantes (hay que tomar en cuenta que Adel Hakim es más director que dramaturgo y que David Olguín es también ambas cosas) y tuve la impresión de que la disputa entre el dramaturgo y el director escénico como dictador ya se convierte en cosa del pasado. En cuanto al vanguardismo, los dramaturgos presentes expresaron que consistía más en la libertad para estructurar sus textos que en la búsqueda preciosista de nuevas fórmulas.
El tema en que mayormente se detuvieron, y en el que incluso los franceses volvieron una y otra vez, fue en el de teatro y política, es decir, el tema. Me recordó mucho la vieja propuesta sartreana de literatura de compromiso y literatura de evasión, disyuntiva que en la década de los sesenta tiñó todas las reseñas literarias de nuestros críticos. Al acuerdo casi general de que todo teatro es político porque incluso el de mero divertimiento tiene la función de adormecer conciencias, lo que en sí mismo es un hecho que apoya al sistema, sólo se opuso Luis Mario Moncada como joven representante de esa generación desencantada que se refugia en la intimidad como rechazo a las falsas esperanzas que alguna vez se tuvieran.
Respeto la postura de Luis Mario porque es sincera. Pero me alegró mucho oír a los autores nuestros y sobre todo a los de un viejo mundo que ya debiera ser decadente y contemporizador -aunque los que hemos leído a estos dramaturgos sabemos que no es así- porque no tiene los ingentes problemas de un país como el nuestro, hablar fuerte contra la globalización, la injusticia y el teatro, en sus dos vertientes de ligero divertimento (digestivo, decía Luis Spota) y de meras búsquedas formales, que evade los grandes temas sociales.
Si se escribe drama para que permanezca o si es una respuesta inmediata al mundo en que se vive -lo que también se discutió- importa poco ante la vitalidad que estos autores demuestran. Porque si bien el teatro no transforma al mundo, sí puede abrir la conciencia de los espectadores ante lo que en ese mundo ocurre. Por lo menos, creo que ese es el sentido de lo que escuché en esa ocasión.