JUEVES Ť 15 Ť MARZO Ť 2001
Margo Glantz
Las gentes comunes y corrientes
Leo con atención las noticias cotidianas en revistas y periódicos estadunidenses. Una de las más recientes -información reiterada- anuncia que John Schardt, de 17 años, ha dado muerte a dos jóvenes y herido a 13 más en la secundaria de Santana, California. Después de cometer los crímenes con un arma que encontró en su casa, filmó a los caídos con una cámara de video, especialmente preparada para ello. Cuando llegaron los fotógrafos y entrevistadores de la televisión, les avisó, orgulloso, que les había ahorrado parte del trabajo. Ya en prisión declaró: ''Durante tres días fui un personaje famoso, hoy ya sólo me llamaron dos veces de la televisión, me decepciona; aunque no acepté contestar, me siento importante cuando me llaman. Me estoy convirtiendo de nuevo en alguien del montón, en una persona común y corriente''.
En Florida, un adolescente negro, Lionel Tate, ha sido sentenciado a prisión perpetua por haber cometido, a los 12 años, un asesinato que el juez define como cruel, cínico y premeditado. La niña Tiffany Eunick, de 6 años, le había sido confiada a la madre del muchacho, y mientras ésta dormía, Lionel, imitando a sus luchadores preferidos de la television, golpeó a la pequeña hasta matarla. El juez Lazarus previene a quienes hablan de buscar otras instancias para modificar la sentencia del joven que ya cumplió 14 años: ''Solicitar una audiencia con el gobernador y buscar una reducción de la sentencia sería muy dañino para esta corte, no sólo arroja una luz ambigua sobre las funciones del sistema criminal de justicia, sino que, cuando el fallo es desfavorable para el acusado, el procedimiento mismo corre el riesgo de convertirse en un juego, si se acude a una instancia más alta para revocar la resolución del juez''.
La reacción de los políticos y de los encargados de hacer justicia ante los crímenes es, para no usar otra palabra, por lo menos curiosa (o tautológica). Aunque es del dominio común, muy pocos se refieren a la violencia cotidiana, intensificada por los medios y el cine; al derecho constitucional que permite portar armas, y a la existencia ilimitada de esos artefactos en cualquier casa estadunidense, etcétera. Afirman que todos (incluso los menores de edad) son responsables de sus actos en una sociedad democrática, por tanto, la responsabilidad recae sobre los jóvenes asesinos, aunque hay quienes sugieren la necesidad de responsabilizar también a los padres. El procurador general John Ashcroft nos tranquiliza: el Congreso está a punto de aprobar una ley para que todas las armas de fuego estén equipadas con un gatillo de seguridad.
Por su parte, un editorialista de The New York Times, Daniel R. Weinberger, preocupado por la recurrencia con que se cometen estos delitos, ha descubierto otra razón que explica las conductas criminales de los jóvenes: ''Los asesinatos cometidos esta semana en la escuela secundaria de Santana han tratado de entenderse recurriendo a causas que pueden dar cuenta de la conducta desviada de los jóvenes, por ejemplo, la violencia de los medios o la disolución de las familias. Son hechos innegables, sin embargo, debería buscarse otra explicación para entender estas tragedias colectivas, la biología del cerebro juvenil. Muchos factores pueden disminuir la capacidad de la corteza prefrontal para ejercer plenamente la función que nos permite controlar los impulsos. Por ejemplo, las enfermedades neurológicas que matan a las células de esa zona del cerebro; las heridas en la cabeza que dañan asimismo a las células; el alcohol y la drogas que entorpecen su función y, finalmente, la inmadurez biológica''.
Suena conocido, Ƒla Roca Tarpeya?, Ƒla limpieza de sangre?, Ƒla detección de criminales natos?, Ƒlas teorías médicas que permitan eliminar a los enfermos mentales y proteger a la raza superior?
Elijo finalmente otra noticia para aterrizar, la transcribo:
''Un residente de Brooklyn amaneció muerto en una esquina de ese barrio, había caído desde el decimosexto piso de un edificio: se le encontró una pistola calibre 38 en el cuerpo. El oficial de policía que lleva el caso aclaró que el señor Jones había amenazado muchas veces a la señora Mapp con castigarla si osaba separarse de él: 'Te lo advertí, puedo hacerlo perfectamente, soy como Batman o como el Hombre Araña; me subiré a la azotea, bajaré por las paredes y entraré por tu ventana.''