viernes Ť 16 Ť marzo Ť 2001

Jorge Camil

La casa de Pedro

Los cambios de régimen suelen impulsar el péndulo de la política hacia el extremo opuesto. Esto obliga a los nuevos gobernantes a marchar con pies de plomo, para no correr cuando se avanza por terreno desconocido y el camino pudiese estar sobre un campo minado. Pero al mismo tiempo es necesario actuar con energía, dar un golpe en la mesa para tranquilizar a los electores y confirmar el cambio de régimen: he ahí el predicamento de los gobernantes en una transición. El secreto, como siempre, está en el justo medio, y el objetivo es no desilusionar a los electores que propiciaron el cambio, y evitar que la oposición dispare, antes de tiempo, el consabido "se los dije". Pero, a medida que avanza cualquier cambio de régimen, la indecisión fomenta la tentación de concluir que todo tiempo pasado fue mejor, y hace que los electores, sacudiendo la cabeza con resignación, concluyan (con la lógica cantinflesca del filósofo popular) que "estábamos mejor cuando estábamos peor". Por eso todo cambio de régimen es visto con recelo, y el fracaso de las expectativas populares nos proyecta automáticamente al pasado: las odiosas comparaciones se hacen inevitables.

En México estamos acostumbrados a los liderazgos fuertes, a los presidentes que imponen su voluntad, porque hemos sido incapaces de crear instituciones que sirvan de contrapeso efectivo a la figura presidencial. Esta es una realidad innegable de nuestra idiosincrasia que no va a cambiar en el futuro inmediato, a pesar de los resultados electorales del 2 de julio, no obstante la apertura de los medios de comunicación, y por encima de la creciente sofisticación política de la sociedad civil.

La desmitificación del presidencialismo mexicano comenzó con Ernesto Zedillo y continuó aceleradamente en los primeros meses del nuevo gobierno. A ello ha contribuido el "estilo personal de gobernar" de Vicente Fox, que no coincide con el de la corbata de lazo del discreto Adolfo Ruiz Cortines ni se parece al de la elocuente oratoria del dandy Adolfo López Mateos. No obstante, la sociedad lo percibió como un hombre que gobernaría cerca del pueblo, ciertamente con sentido del humor y talante despreocupado, pero, también, con mano firme: con mano de presidente. La sociedad civil quería erradicar el triunfalismo presidencial y la retórica envenenada de poder, pero no deseaba atar la mano presidencial: la necesitaba más que nunca para echar a los mercaderes del templo e instaurar finalmente el imperio de la ley.

A los 100 días de gobierno el resultado es desalentador: se negoció en Tabasco, se ha fracasado en Yucatán, no se ha solucionado el horario de verano y existe un debate de bajo nivel con el jefe del Gobierno del Distrito Federal; continúa el conflicto en la UNAM, la inseguridad se ha convertido en una guerra de cifras comparativas y proliferan los ajustes de cuentas. Finalmente, la solución de Chiapas ha adquirido características de pasarela entre Fox y el subcomandante Marcos, mientras el tema de fondo, los derechos de los pueblos indios, se diluye entre dimes y diretes que están polarizando a la sociedad civil. (No debemos olvidar que entre la miseria de las comunidades indígenas y la riqueza del gran capital se encuentra el México de todos, el que finalmente puede servirnos de plataforma hacia el bienestar económico y la modernidad.) ƑQué sigue?

El Presidente afirma que él y Marcos "van ganando" (y que la primera pregunta que le haría al sup, cara a cara, sería de índole personal: "Ƒde cuál fumas?"), mientras el discurso de Marcos, ambiguo y provocador, pone en riesgo los avances logrados por la vía democrática. Por otra parte, el circo de los monos blancos y la presencia de intelectuales europeos están desvirtuando la cuestión indígena para lanzar desde México la acometida de la internacional socialista del nuevo milenio. ƑEstá preparada la frágil democracia mexicana?

Una imagen habla más que mil palabras, y en días pasados apareció una que resume la opinión de muchos sobre la confusión actual. En un cartón de Calderón (Reforma 2/03/01), titulado "Como Pedro por su casa", aparece la sala de una residencia por la cual corretean a su anchas un sicario del narcotráfico con cara de Frankenstein y cuerno de chivo, un huevo peinado a la Mosh, el subcomandante Marcos, con pipa y de paseo, y Víctor Cervera Pacheco ondeando furiosamente una bandera de la guerra de secesión estadunidense. Todo, mientras Pedro, el dueño de la casa, se protege con una silla, estilo domador, con la espalda contra la pared, los ojos desorbitados y los pelos de punta