sabado Ť 17 Ť marzo Ť 2001
Ilán Semo
Democracia y drama
Como toda historia política, la de la democracia ha sido impredecible. Sus orígenes recientes datan de dos revoluciones hacia finales del siglo XVIII: la norteamericana y la francesa. La primera fue una revolución anticolonial; la segunda, una explosión antimonárquica. Ambas cifraron dos piezas claves del imaginario moderno: la democracia y la república. Ambas también tuvieron un destino que acaso no merecían: la sociedad darwiniana y el bonapartismo, respectivamente. El siglo XIX aparece, al menos desde su perspectiva, como un siglo minado. Una historia tan elemental como la del voto universal, que no se consuma hasta el siglo XX con la inclusión del voto de los negros y de las mujeres, sólo es concebible como una historia radical, cuyas estaciones transitan por las convulsiones de 1848, la Guerra de Secesión, la masacre de París de 1872 y, probablemente, la I Guerra Mundial. Derechos colectivos como el de libre asociación sindical, que hoy forman parte de cualquier catálogo constitucional, cifraron alguna vez una épica del trabajo que creyó con sincera inocencia estar desmontando la historia entera. La desproporción entre los impulsos utópicos que propiciaron la ampliación sucesiva del principio democrático y sus saldos consignables admiten todo el rigor de la perplejidad. Sin embargo, ninguno de ellos hubiera sido concebible sin su respectiva vocación por el exceso.
La relación entre la tradición liberal y la democracia ha sido compleja, cuando no dudosa. A lo largo del siglo XIX, el liberalismo combate la ampliación de derechos individuales con las cartas del darwinismo social: mujeres, negros, indígenas, analfabetas... son subseres exentos de racionalidad. En el siglo XX, ese argumento se transforma en el del eficientismo de mercado: apto es quien es apto para navegar entre la oferta y la demanda de valores, mercancías, cuerpos, identidades... Siempre aparece ese excedente de "aptitud" para confirmar la necesidad de la exclusión.
Otro frente tumultuoso entre el liberalismo y el reclamo democrático se halla en el terreno de los derechos colectivos: los paisajes devastados de la "razón de Estado" se hallan entrecruzados por el síndrome que opone los derechos individuales a los derechos colectivos. En nombre de este síndrome se explican cruzadas como las de Porfirio Díaz o los liberales argentinos a principios de siglo; también las de un Carlos Salinas de Gortari o las de la actual tecnocracia latinoamericana.
Cierto, la tradición social ha creado otro Gólem: el colectivismo en estado irracional. Un Gólem cuya esencia reside en el desprecio y la devastación de los derechos individuales. Sin embargo, se olvida con frecuencia que el liberalismo nunca se ha visto en grandes dilemas para prescindir de las formas representativas de gobierno y optar por las opciones autoritarias de legitimación. En México esta proclividad le ha sido más bien constitutiva. En la historia del liberalismo mexicano no hay nada o casi nada (con excepción de Madero acaso) que lo acerque al fenómeno democrático.
Hoy, el síndrome liberal ha impuesto al tema de los derechos indígenas el sesgo de una democracia radical. Es decir, una democracia que rechaza simultáneamente el eficientismo político como principio de normatividad y la disyunción entre derechos individuales y derechos colectivos. ƑPero cuál es la fábrica de la democracia sino la conjunción entre ambas formas de derecho?
Toda democracia funcional parece estar basada en dos territorios disímbolos: la soberanía individual y la proliferación de organizaciones civiles, comunales y profesionales que velan por derechos particulares y diferenciados. Sin el equilibrio entre estas dos esferas, la democracia parece reducirse al espectáculo retórico de quien defiende privilegios y muros de exclusión en nombre de una hipotética ciudadanía. El nuevo movimiento indígena ha restaurado la fundamental pertinencia de este dilema. Sus soluciones son por supuesto impredecibles. Pero no hay historia social que no comience por concebirse a sí misma como una desviación radical de lo posible.