LA MUESTRA
Carlos Bonfil
El amor nunca muere
EL ESTRENO EN Francia de El amor nunca muere (La veuve de Saint Pierre), de Patrice Leconte, no animó de nuevo esta confrontación, pero tampoco despertó mayores entusiasmos en defensa de la calidad artística del autor de El marido de la peluquera y de El perfume de Yvonne. En México tampoco se le hizo favor alguno al cineasta al asestarle a su cinta un título perfectamente banal, cuando en el original su sentido es doble y muy sugerente. La viuda de Saint Pierre hace referencia al destino de Pauline (Juliette Binoche), la protagonista del film, pero también al nombre popular que se le da a la guillotina. El lugar donde transcurre la acción es Saint Pierre Miquelon, departamento francés de ultramar al sur de Terranova, Canadá, y el año es 1849, en el periodo muy tenso y muy breve de la segunda república. El impacto de las revueltas populares de 1848 obliga a redoblar la disciplina militar en todos los territorios franceses y a sofocar cualquier intento de insurrección. Ese miedo oficial se traduce en la cinta en la necesidad imperiosa de someter al orden al capitán Jean (Daniel Auteuil), a quien se le reprocha su magnanimidad hacia un prisionero responsable de un crimen del fuero común, y por ello destinado a la guillotina. El asesino es interpretado por el actor y director de cine Emir Kusturica (Underground). Más que el crimen y su posible impunidad, lo que escandaliza a las autoridades locales es la fascinación de Pauline por este criminal y la manera en que Jean respeta las decisiones y autonomía de su esposa.
EL ESQUEMA ARGUMENTAL de la cinta remite en parte a la trama de El piano, de Jane Campion, también una recreación histórica, con su contraste de dos personalidades masculinas que apasionan a una misma mujer, y su fábula de desencuentros amorosos. Desafortunadamente, el aliento poético de Campion se ve aquí remplazado por la morosidad narrativa de un telefilm llevado a la pantalla grande, por el acatamiento sin sorpresas de las convenciones del melodrama histórico, y por una realización muy académica. La actuación de Daniel Auteuil es notable, no tanto así las de Binoche y Kusturica, más solemnes que el propio militar. El alegato contra la pena de muerte incluye en el guión de Claude Farraldo un fuerte señalamiento de la razón de Estado y sus consecuencias funestas. Este último aspecto es sin duda lo mas interesante en el nuevo arrebato sentimental de Patrice Leconte.