Angélica
Abelleyra
entrevista
con Manuel Álvarez Bravo
El siglo XXI viene echando bala
En el umbral del siglo es la muestra que Manuel Álvarez Bravo nos regala precisamente al cumplir noventa y nueve años de una vida plena de apetito creativo. Desde el 10 de febrero, en la Galería Juan Martín desfilan cincuenta y siete imágenes algunas escasamente difundidas y otras ya reconocibles para nuestros ojos que le han otorgado un sitio en el arte no sólo mexicano sino universal.
Cumplió noventa y nueve. Y gracias a ello, ríe. Se siente igualito a cuando tenía setenta u ochenta años porque, dice, por él no pasa el tiempo. Manuel Álvarez Bravo nos recibe en un pequeño cuarto de su casa en Espíritu Santo. Se mira contento. Con la puerta abierta de par en par, desde su asiento mira de frente el ventanal que separa a la sala del jardín. Hacia allá divisa cada vez que se toma el tiempo para saborear sus respuestas y dar curso a la plática en un día gris en el que, sin embargo, el solecito calienta. Allá está la sala con chimenea, los nichos de piedra, los equipales, las figuras de barro, los periódicos en pleno desorden, algunos jarrones y retratos.
Más cerca de nosotros, una columna de libros de Gauguin, Matisse y Picasso acompañan a la luz del mediodía que entibia la recámara donde el artista observa una fotografía a color que tomó hace muchos años en Coyoacán: si los ojos no nos traicionan, se trata de un árbol pelón (¿o será su sombra?) que ocupa una amplia pared roja, descarapelada, y frente a ambas presencias camina una mujer con trenzas.
Coordinada por Colette Urbajtel, En el umbral del siglo reúne cinco décadas de trabajo: fotografías en plata sobre gelatina que Álvarez Bravo captó entre los años treinta y ochenta, con parajes del campo mexicano, la ciudad y el cementerio. Para él tiene tanta importancia el maguey acostado al pie de una montaña como el pastorcito en las faldas del Popocatépetl; el rebozo que sirve para aliviar a una pareja del calor como el alfarero secándose al sol junto con sus comales y tinajas. El resplandor de unas sábanas es presencia visual relevante de la misma manera que lo es la sombra de un toldo sobre un caballo pintado; y dos cabritas en la cima del pedregal le importan tanto como el Cristo ensangrentado. Destaca la serie Momias de Guanajuato o los retratos de niños y adultos con fecha de 1939 y que anticipan en mucho el arte desgarrador de Francis Bacon o que nos estrujan como El grito, de Munch.
Nacido en la Ciudad de México el 4 de febrero de 1902, don Manuel estudió pintura en San Carlos, se adentró en los caminos de la homeopatía, fue burócrata de la Secretaría de Hacienda, pero a los veintiún años se introdujo en los secretos de la cámara oscura de la mano de Hugo Brehme y ya no abandonó el sendero. En Oaxaca, acompañado de su primera esposa, Lola Martínez de Anda, inició su ejercicio fotográfico en 1925. Dos años más tarde la pareja abrió una galería donde expusieron Tamayo, Orozco, Rivera y Frida Kahlo. No sólo mantuvo una relación con los pintores como galero; también fotografió los murales de aquellos y les hizo retratos que ahora son testimonio clásico de los años treinta y cuarenta. Su primera exposición individual se realizó en 1932 y veinticuatro meses después produjo su único largometraje, Tehuantepec, de la misma manera que retrató a El obrero asesinado, convertida en una de sus obras más difundidas. Junto con Henri Cartier-Bresson expuso en el Palacio de Bellas Artes en 1935. Desde entonces los principales museos, galerías e instituciones del mundo han mostrado su trabajo y adquirido obra para formar sus acervos. Apasionado coleccionista, en 1973 ofreció su legado particular al inba y el Estado mexicano adquirió 400 piezas. A principios de 1980, Televisa lo invitó para integrar una colección fotográfica. Con ella se abrió en 1986 el Museo de la Fotografía, ahora cerrado. Entre los reconocimientos en su haber destacan el Premio Nacional de Arte (1975) y el Hasselblad (1984), equivalente al Nobel. Apenas el año pasado se reabrió en el Museo de Arte Moderno del df una sala con su nombre, luego de que fuera cerrada en 1982. Entre sus muestras retrospectivas figuran recintos como los museos del Palacio de Bellas Artes, de Arte de la Ciudad de París, DElysée, en Lausanne, y de Arte Moderno de Nueva York. Para un futuro cercano, el Getty prepara una amplia exhibición suya.
Acaba de cumplir noventa y nueve años. ¿Cómo se siente?
Como cuando tenía ochenta o setenta. Igualito. En mí no pasa el tiempo. Felizmente no ha sufrido mi mente.
¿Cómo se le hace para que la mente se mantenga activa?
Es necesario comer bien y beber bien. Me gusta mucho el tequila y a veces el vino al comer, aunque las enfermeras me lo prohiben.
¿La música sigue siendo su alimento?
Todo el tiempo. Y ahora ya no tengo preferidos, todo me gusta de la música clásica. También sigo viendo pintura y fotografía. De escritura, James Joyce. Lo leo por tercera vez y estoy encantado porque me gusta muchísimo.
Así como relee a Joyce y encuentra cosas nuevas, ¿sucede lo mismo cuando ve una pintura o una fotografía?
Siempre. En el arte todo es nuevo. Si no, imagínese qué aburrición.
Con su cultura visual tan amplia, ¿cómo logra sorprenderse siempre ante lo que ve?
Pues ayuda la sensibilidad pero también la mala memoria (ríe). El arte siempre es nuevo.
Pero hay que tener cierta disposición para dejarse sorprender.
Sí, y cierta cultura y acostumbramiento.
Alguna vez Octavio Paz dijo que la realidad es más real en blanco y negro. ¿Lo cree?
Eso era un aforismo de Paz. Nada más.
Pero cuando usted mira fotos en blanco y negro o en color, ¿cambia en algo su percepción?
Realmente no cambia nada. Mire, aquí tengo esta foto enorme en color; es una de mis primeras fotos, aquí en Coyoacán. Y en ella se ve ya mi estilo, mi manera, pero podría estar en blanco y negro también.
Existe un número de Foto Zoom dedicado a usted (septiembre de 1984) y a su fotografía en color. Ángel Cosmos le comentaba que a lo mejor a muchos no les gustaría la revista porque no era el Álvarez Bravo más conocido por nosotros. ¿Considera que ofrece diversos estilos mediante su obra?
No pienso en nada de eso. Las cosas salen y tienen su vida propia.
¿Pero cree haber creado un estilo?
Quién sabe. Tal vez haya colaborado en la formación de un estilo mexicano. Allí están algunos como Graciela Iturbide o [Rafael] Doniz.
Cuando usted se enfrenta a un paisaje, a un rostro, a un cuerpo, a un objeto, ¿qué busca?
Yo no busco, encuentro... como decía Picasso.
¿Y cuando no encuentra?
No me importa. No busco. Las cosas salen y ya. Sólo cuando uno tiene la cámara empieza a ver la posibilidad. Cuando no tengo la cámara no veo nada posible de fotografiar, de manera que no lo extraño. Algunas personas dicen: ¡Qué lástima, vi tal cosa y no tenía mi cámara! Yo ni me doy cuenta.
Porque de repente llega a ser un vicio querer retratarlo todo. ¿Cómo elige usted lo que sí y lo que no va a fotografiar?
Son chispas que suceden. Uno siente que hay algo interesante y ya.
¿La fotografía es intuición?
Bastante, aunque siempre está allí una información previa. Y esa acumulación de experiencias sale a fin de cuentas en cada foto.
Ha dicho que Picasso fue la chispa que le modificó su modo de ver.
Él me ayudó a ver la realidad realmente. No era esa cosa que se repite y da como resultado lo mismo. Me ayudó a observar diferente.
¿Después de Picasso qué otro artista le ayudó a ver diferente?
De los años veinte, el francés [Eugène[ Atget... de mexicanos, tal vez la cosa seria de Guillermo Kahlo.
¿Y los fotógrafos actuales?
Veo poco. Ahora estoy aislado pero de repente veo en el periódico cosas que realmente son nuevas. No es el continuo repetir sino cosas que marcan una diferencia importante.
¿Cómo observa la tecnología en su oficio, la fotografía digitalizada?
Son sólo nuevos elementos para la creación. Pero el individuo sigue siendo el mismo. La técnica no modificará esto. El hombre tiene la capacidad de resistir la novedad y de absorber lo que le conviene e ir para adelante.
¿Alguna foto se quedó en usted como deseo?
Nunca pienso en eso. Pero no, no se ha quedado ninguna fotografía colgada allí, como aspiración.
Es un gran coleccionista. ¿Ha adquirido obra recientemente?
A últimas fechas, no. Siempre que formo algo es para regalarlo.
¿Qué es lo que más le sorprendió del siglo XX?
¡Todo! El siglo XX fue una sorpresa continua. ¡Qué bárbaro! ¡Qué maravilloso siglo! ¡Y el XXI viene también echando bala! Hubo tantos acontecimientos humanos que no se me ocurre nada como más relevante. Estuve sorprendido todo el tiempo. Hubo bondad y maldad.
Pero se me hace que usted se inclina hacia lo bueno...
No crea: también hacia lo malo. No se puede separar en uno de ambas caras. ¿Qué razón tendría la vida si todo fuera bueno?
¿Sigue haciendo desnudos?
Sí. Creo que unas sesenta obras se van a publicar por Adams. Una amiga en Japón tiene el material y luego el libro se irá por allí, solito.
¿Cuando se inició en el camino de la foto pensó que iba a convertirse en toda una institución?
¡Qué chistoso! Nunca pensé que llegaría a ser una institución. Cuando empecé no tenía meta, ni idea. Siempre hice mi trabajo como un oficio.
Eso que dice de no tener aspiraciones artísticas y poéticas, ¿le ayudó?
Sí me ayudó. A fin de cuentas todo se va aprendiendo y acumulando.
¿De fotógrafos quiénes le enseñaron más?
Hugo Brehme, bastante. Me gustaba mucho. Y con razón, era un magnífico fotógrafo. Pero también los extranjeros. La fotografía me gustaba tanto que estaba inscrito a todas las revistas y así pude ver.
¿Qué fotógrafo le gusta?
Me gustan todos los buenos. Dos o tres, o cuatro o cinco. La verdad todas son cosas repentinas. Me gusta siempre el que estoy viendo en el momento. Lo absorbo en el instante. Es como una pintura o una música donde no cabe la comparación. El sistema comparativo de ver y oír es muy malo. Aunque, de los más famosos, Sebastián Salgado me gusta mucho. Nos hemos encontrado en algunos lugares, como en la Galería Witkin de Nueva York.
¿Y qué piensa de Peter Witkin, el fotógrafo, el de las naturalezas muertas-muertas?
No he visto mucho. No podría tener una imagen de él.
¿Y de Mapplethorpe?
Menos. No es que no me guste sino que no me acuerdo.
Fue polémico porque en Estados Unidos se discutió el patrocinio estatal de su trabajo, centrado en desnudos masculinos. Pero a usted nunca le interesó retratar a hombres desnudos.
Nunca. Una vez me preguntaron eso en una asamblea grande y yo respondí: No los retrato porque no me gusta. Y se oyó una carcajada tremenda. Y así es: uno hace lo que le gusta nada más.
¿Como el amor, el arte surge del apetito? ¿Eso lo mueve?
Exacto: me mueve el apetito.
¿El cine fue un arte frustrado para usted?
Tal vez, pero la verdad no siento mucho no haberlo hecho. No me quedé con las ganas. Hice intentos personales, realicé cosas con Juan de la Cabada. Lo que hice me gustó mucho porque pensaba en un cine completamente libre de todo: sin argumento, sin premeditaciones. Era la vida cotidiana, pero no lineal.
¿Por qué no siguió entonces en ese camino?
Por falta de tiempo. A veces uno tiene que hacer otras cosas y no da tiempo de hacer todo lo que uno quiere.
¿Qué le dio y qué le quitó su etapa de burócrata?
Me ayudó a ver la vida detrás de la barrera. Fue importante porque no tenía otra cosa. No me dio de manera directa cierta disciplina sino que ésta me llegó de manera natural, con el ejercicio creativo.
¿Un fotógrafo requiere de disciplina?
No. Puede ser indisciplinado pero todo depende de las oportunidades que tenga de realizar las cosas. En realidad, yo nunca pude ser disciplinado.
¿Se sigue carteando con Cartier-Bresson?
No. Me manda cosas de repente; de forma esporádica una fotografía.
Usted ha dicho que un fotógrafo no se hace por una foto sino por un discurso.
Pues quién sabe. Un artista es una vida, una entrega a la fotografía, pero puede haber eventualidades encontradas en el cajón.
¿Esas eventualidades son suerte?
No sé si sería Nietzsche pero dijo: En adelante la suerte seré yo. Magnífico, ¿verdad? Nada más lo que se necesita es entregarse uno mismo a trabajar. El trabajo es lo que hace todo. Lo demás son palabras.
Se refiere a las palabras. Usted escribió en 1945 sobre su obra. ¿Después ya no?
Tal vez hice alguna cosita hace muchos años, pero nunca me interesó opinar. Las palabras se hacen y deshacen.
Pero muchas palabras han recaído en su obra. Ha sido muy atendido por poetas, historiadores y críticos. ¿Esas lecturas son importantes?
Claro que es un estímulo estupendo. Uno hace las cosas para que gusten. Y si gusta a gente como Paz o Villaurrutia es un estímulo enorme.
¿Como García Márquez, usted hace foto para que lo quieran?
Sí, es lo natural. Él dio en el clavo.
¿Y cuando hay críticas adversas qué siente?
Rabia. (risas). Si son críticas de mala fe uno se enoja, la verdad. Si hay buena fe todo es pasajero. La buena fe vale todo y uno aprende con la crítica en ese sentido.
¿Cómo observa el mercado del arte para la foto, benéfico o no?
Es importante, pero sobre todo beneficia a los más jóvenes porque tendrán más facilidades en el futuro y los estimulará, aunque no piensen sólo en ganar dinero. Pero los precios que han alcanzado algunos autores son fenómenos escandalosos e irán en aumento.
¿El autor puede incidir en el manejo de los precios?
Uno tiene que aceptar este sistema de mercado. A veces piensa uno que exageran, pero uno se acostumbra a tener ese estímulo.
¿Qué espera de la foto en el siglo XXI?
Seguirá como siempre: los desarrollos técnicos no se detendrán y el hombre tendrá siempre la capacidad para utilizarlos.
¿La tecnología no modificó ya el ojo del hombre?
No lo modifica. Lo complementa.
Somos un mundo visual, rico pero contaminado. ¿Esta enorme cantidad de imágenes hizo que nos dejemos de sorprender de lo que vemos?
Sí hay un acostumbramiento, pero de cualquier manera hay chispas, como antes; como siempre.
¿Cuando surge la chispa hay también poesía?
Sí, pero la poesía sale de uno.
Está contenida en el espíritu de cada ser humano. Si uno
no tiene nada dentro, la poesía no se manifestará nunca.