Jornada Semanal, 18 de marzo del 2001 

Manuel Durán

De Diderot a internet
 

Manuel Durán cumple en este ensayo la “tarea difícil, casi imposible” de “comparar la corriente de ideas nacida en el siglo XVIII con el nombre de Ilustración, movimiento de grandes consecuencias políticas, culturales y sociales, con otra corriente mucho más reciente: internet”. Es claro que la segunda es, además, esencialmente tecnológica, pero ambas aspiran a reunir todos los aspectos del conocimiento humano y pertenecen a la galaxia de Gutenberg. Durán nos habla de Diderot, Montesquieu, Voltaire, Locke, Franklin, Carlos III, Jovellanos, Miranda, Hidalgo, San Martín, y hace claros los riesgos de deshumanización latentes en internet. “La Ilustración fue un juego de abanicos; internet es un juego de pantallas de computadoras.” La diferencia es el calor humano.





Tarea difícil, casi imposible, es comparar la corriente de ideas nacida en el siglo XVIII con el nombre de Ilustración, movimiento de grandes consecuencias políticas, culturales y sociales, con otra corriente mucho más reciente, creada hoy mismo ante nuestra vista; corriente en esencia tecnológica pero también capaz de influir en nuestras culturas, nuestra política, nuestra sociedad: internet.

Vale la pena intentar esta comparación si de entrada subrayamos lo mucho que se le debe a la Ilustración. Hablar de Diderot, de Voltaire, de Locke, Montesquieu, Franklin, Jefferson, y también de Carlos III y sus consejeros, Jovellanos, Miranda, el cura Hidalgo, San Martín, es asistir al nacimiento de las sociedades democráticas modernas. Ellos crearon y describieron ideales que aún inspiran la vida política de nuestras naciones e impiden el retorno de la superstición y mantienen viva la resistencia a la opresión y a las dictaduras. Benito Juárez y los hombres de la Reforma son un fruto tardío, pero maduro, de la Ilustración.

Lo que internet está llevando a cabo y seguirá haciendo en nuestro porvenir es todavía incierto. Su poder de cambio, de transmisión de ideas, información, contactos humanos, es posiblemente miles, quizá cientos de miles de veces superior al poder que ejerció la Ilustración. Pero no sabemos con precisión a dónde va. Por ello es urgente tratar de averiguarlo. Lo que pretendo en estas páginas es empezar a explorar los inciertos caminos que nos ofrece internet a base de una comparación con lo que ya sabemos –y es mucho lo que sabemos– acerca de la Ilustración.

Toda comparación debería empezar por subrayar lo que las dos entidades comparadas tienen en común. Esto es fácil. Tanto la Ilustración como internet son movimientos o, si se quiere, hechos históricos íntimamente relacionados con la tecnología y dedicados esencialmente a la diseminación de conocimientos, ideas, hechos. En ambos casos la tecnología existente es la base indispensable para el salto histórico que el movimiento va a iniciar. La Ilustración se basa en una tecnología ya madura y bien establecida: la imprenta, creada a fines de la Edad Media, en el albor del Renacimiento. Y en otra tecnología mucho más reciente: el sistema de carreteras, diligencias, postas (intercambio de caballos al final de un trayecto de la diligencia), que permite conectar todas las ciudades de Europa, y después del Continente Americano, en corto tiempo. Quince días, por ejemplo, de Madrid a San Petersburgo. Distribución amplia de cartas, periódicos, publicaciones de toda clase. Las cartas de Voltaire (y las de Feijoo) se disparan en todas direcciones. El mundo intelectual se convierte en un ser casi autónomo, una “República de las Letras”. No en vano uno de los cargos ejercidos por Benjamín Franklin es el de director de los servicios postales en las colonias que pronto alcanzarán su independencia.

¿E internet? Se basa también en una vieja tecnología, el teléfono, inventado en el siglo XIX, y en tecnologías más modernas, las computadoras y las comunicaciones a través de satélites. En ambos casos la transmisión de datos y de ideas se acelera dramáticamente gracias a una dinámica muy superior a los esfuerzos anteriores. Cada uno de los dos movimientos acelera la historia; es como cambiar de marcha en el motor del desarrollo humano.

Diderot quería que su Enciclopedia alcanzara varias metas. Una de ellas era atraer la mirada de sus lectores hacia terrenos concretos, prácticos, apartándolos de preocupaciones teológicas y metafísicas, y subrayando las incontables formas en que la ciencia y la tecnología estaban mejorando la vida cotidiana. Los artículos sobre oficios, técnicas nuevas, maquinaria, copiosamente ilustrados, son una de las grandes innovaciones ofrecidas por los abundantes volúmenes del proyecto. En forma similar, internet se basa en innovaciones tecnológicas que conectan a las computadoras entre sí y establecen redes de comunicación. El mero hecho de usar internet nos hace comprender la importancia creciente de la tecnología en nuestra vida cotidiana.

El enfoque de Diderot en los aspectos prácticos de nuestras vidas se produce en un momento en que la teología se encuentra debilitada por continuas disensiones, disputas, guerras de religión, etcétera, y ha quedado casi totalmente desacreditada entre las minorías dirigentes de Europa occidental como resultado de un largo proceso iniciado por la Reforma de Lutero, continuado por la contrarreforma, y que culminó en la Guerra de Treinta Años, que devastó toda la Europa central y terminó en la paz de Westfalia sin que ningún bando alcanzara la victoria. Las ideologías, en especial las ideologías religiosas, habían resultado a la vez destructivas e ineficaces. En los últimos años del reinado de Luis XIV la persecución de jansenistas y protestantes había sido cruel y contraproducente. Era hora de avanzar hacia un terreno más fértil.

Internet, lo sabemos, es un producto de la Guerra Fría, y fue al principio un sistema muy limitado de computadoras interconectadas que deberían poder resistir un ataque nuclear. Un principio efectivo para no sucumbir frente a un ataque atómico es la descentralización. Internet no tiene director, Comité Central o Comandante en Jefe, y por ello mismo es difícil controlarlo y reglamentarlo. Podemos señalar que, del mismo modo, la Ilustración no fue dirigida centralmente en forma permanente por nadie, ni por Voltaire, ni por Diderot, ni por sus equivalentes en Inglaterra u otros países. Probablemente habría sobrevivido si sus dirigentes franceses hubieran sido arrestados y ejecutados. Hecho curioso: la mayor parte de los usuarios de internet no saben ni sospechan que nació con la Guerra Fría. No se sienten implicados en las luchas ideológicas de la generación anterior, y ello significa que el clima político del mundo está cambiando o ha cambiado ya. Hace ya bastantes años un pensador político francés, Raymond Aron, proclamaba “el fin de las ideologías”. Su afirmación era quizá prematura, pero, en efecto, la caída de la Unión Soviética indica que hoy encontramos solamente un puñado de países, todos en el Tercer Mundo, solidarios todavía de un comunismo ortodoxo o un islamismo a ultranza: Corea del Norte, Cuba, Irán, Afganistán. Con tales amigos las ideologías no necesitan enemigos, e irán perdiendo influencia a medida que avance nuestro siglo XXI.

De pronto comprendemos que una diferencia esencial, profunda, separa a la Ilustración de internet. La Ilustración tuvo una ideología, cada vez más explícita a medida que avanzaba el siglo xviii. La razón, el sentido común, el progreso de las artes y las ciencias, y también de los derechos humanos, iban a producir un mundo más justo y más feliz. Ofrecía así una alternativa a las antiguas, y en parte desacreditadas, interpretaciones religiosas del universo. ¿Qué puede ofrecernos internet que se pueda comparar con el programa de la Ilustración?

A primera vista la respuesta es: nada, o casi nada. Un diluvio de información, un mercado, un tianguis, una Lagunilla, una constante oferta de mercancías. Sí, pero también mucha información valiosa y contactos humanos a través del correo electrónico. No olvidemos que la tecnología básica de la Ilustración, es decir, la imprenta inventada o perfeccionada por Gutenberg, es una tecnología neutral, sin ideas políticas o principios éticos. Las imprentas han producido, y producen, libros de devoción y novelas pornográficas, opúsculos inspirados por el odio y el racismo y poemas de Rilke, Juan Ramón Jiménez, Octavio Paz. Internet, pulpo invisible, telaraña etérea, es igualmente neutral. Pero las consecuencias culturales, sociales, políticas, incluso económicas, de la imprenta, han resultado muy importantes; e internet es mil veces más potente (y no olvidemos que si varios gobiernos de países autoritarios, entre los cuales figuran Myanmar y Corea del Norte, desconfían de internet y hacen todo lo posible por disminuir o controlar su actividad, por algo será).

Si bien la Ilustración fue mucho más limitada en su alcance tecnológico, en su posibilidad de difundir ideas, que internet, parece evidente que le lleva ventaja en dos aspectos importantes: estilo e ideología. La Ilustración fue ante todo un estilo, una forma de vida social, y también un sistema de pensamiento y de relaciones humanas que privilegió la razón, el sentido común, la tolerancia, el respeto a los derechos humanos, y también la idea del progreso, el cambio y la evolución que iban a impulsar a nuestras sociedades hacia niveles materiales y morales cada vez más altos. (Es precisamente la idea del progreso lo que permite finalmente superar el complejo de inferioridad frente a la antigua civilización clásica de Grecia y Roma, complejo que pesa todavía en las mentes renacentistas pero que poco a poco, desde fines del siglo XVII hasta fines del XVIII, irá siendo descartado, en forma que parece definitiva.)

La Ilustración desarrolló un programa que, si bien no fue precisado en un solo documento, fue compartido por los principales protagonistas de este movimiento: se trataba de luchar por la libertad de los ciudadanos de cada nación, fomentar el conocimiento, la ciencia, la tecnología; abolir las tiranías, los abusos, la corrupción, la injusticia, las torturas, la superstición. Quizá la Declaración de la Independencia redactada por Jefferson se acerca a lo que pudiéramos llamar el manifiesto de la Ilustración. El “Himno a la alegría” de Schiller, incluido por Beethoven en su Novena sinfonía, expresa también valores de la Ilustración. Pensamos igualmente en La flauta mágica, la ópera de Mozart, reveladora de valores francmasones y liberales. Si ahora nos preguntamos cuál es el manifiesto que declara los valores de internet, no sabremos exactamente cuál será la respuesta.

El plan de Diderot era sencillo, elegante y muy eficaz. El ancien régime, es decir, los grupos que detentaban el poder en el siglo XVIII, el monarca, los jerarcas de la Iglesia, y la nobleza semifeudal, eran una combinación demasiado poderosa para poder ser atacada de frente. Pero si se podía mostrar todo el progreso llevado a cabo en las artes, las ciencias, la filosofía, la tecnología, ello mostraría hasta qué punto las clases dominantes habían dejado de estar a la altura de los tiempos, no habían participado en estos cambios, habían abdicado de su papel dirigente por inercia, ineptitud, arrogancia, prejuicios, superstición. La Enciclopedia, tal como la concibió Diderot, sería el vehículo para lanzar esa maniobra envolvente. La obra, muy voluminosa y muy bien ilustrada, ofrecía, además, una estructura interna crítica: un artículo en apariencia inocuo remitía a otro artículo crítico. Así, por ejemplo, un artículo sobre la Iglesia terminaba con esta frase: (“Véase también: ‘Supersticiones’”).

Es obvio que la Ilustración creó tensiones dramáticas y debe haber sido vivida por sus protagonistas con excitante intensidad. El peligro que entrañaba oponerse a los poderes establecidos era real. Voltaire fue encarcelado dos veces en la Bastilla, tuvo que escapar a Inglaterra por algún tiempo y vivió varios años en una casa en Fernay, entre Francia y Suiza, a caballo entre los dos países, para eludir a sus persecutores desplazándose de una parte de la mansión a la parte opuesta, fuera de la jurisdicción de sus enemigos. Varias obras de Diderot fueron quemadas en público; con frecuencia él se sintió amenazado y tomó disposiciones para huir si se decretaba su encarcelamiento. En España únicamente la protección del rey Felipe V consiguió salvar al padre Jerónimo Feijoo de las garras de la Inquisición. La Enciclopedia de Diderot fue prohibida repetidas veces, y solamente sus heroicos esfuerzos consiguieron llevar a cabo su vasta empresa. Lucha constante que cabe comparar con la de los héroes de la Resistencia frente a la Gestapo durante la segunda guerra mundial.

El viaje de Voltaire a Inglaterra, motivado por la necesidad de escapar a la persecución policial, es emblemático de toda la Ilustración: en efecto, el foco más importante lo constituyó el eje Francia-Inglaterra; de allí el movimiento iba a propagarse por toda Europa y llegaría hasta las colonias inglesas en Norteamérica, y también a las posesiones
de España y Portugal en el nuevo continente. La influencia se extendió también hacia el Este. Federico el Grande de Prusia invitó a Voltaire a una larga visita a su palacio Sans-Souci, en Postdam. Acabaron peleándose, pero lo esencial es que el rey de Prusia admiraba a Voltaire. Catalina la Grande invitó a Diderot a visitarla en su palacio de San Petersburgo. No se pusieron del todo de acuerdo, pero sus largas conversaciones dejaron huella tanto en la emperatriz como en destacados miembros de su corte.

Uno de los primeros –y quizá inesperados– éxitos de la Ilustración es el movimiento de independencia en las colonias inglesas, con Franklin, Jefferson, Tom Paine, Hamilton, Madison, Samuel Adams, y tantos otros fundadores de los Estados Unidos. En México y Latinoamérica encontramos a Miranda, Hidalgo, Bolívar, San Martín y docenas de luchadores por la independencia y librepensadores.

Podemos describir la Ilustración como una orquesta sinfónica. Diderot sería, generalmente, el director de la orquesta, reemplazado muchas veces por Voltaire, el primer violín. Ni Diderot ni Voltaire consiguieron jamás que Rousseau, músico de gran talento pero muy rebelde, tocara al compás de los otros miembros de la orquesta. Excelentes solistas fueron Montesquieu, D’Alembert, Condillac, La Metrrie, Helvetius, los hermanos Grimm y también, naturalmente, Benjamín Franklin, Tom Paine, Jefferson. Desde la alejada Universidad de Konigsberg, en Prusia oriental, Kant seguía escuchando el concierto y a él contribuía.

Otra diferencia: la Ilustración influyó, por lo menos al principio, en un número muy reducido, una minoría casi insignificante, numéricamente, de los habitantes de Europa y del Continente Americano. Las cartas, folletos, periódicos, revistas, libros, enciclopedias, no llegaban todavía a las masas. Es difícil encontrar cifras concretas; lo más probable es que las personas que se dieron plena cuenta de la nueva corriente de ideas no pasaran de un dos o tres por ciento de la población total, quizá menos todavía. Y sin embargo esta minoría fue capaz de cambiar el rumbo de la historia.

Se trataba nada menos que de interpretar el mundo natural y el lugar de los seres humanos en este mundo basándose únicamente en la razón, y sin interferencia del pensamiento religioso. En esencia se iniciaba un profundo y duradero conflicto entre la religión, o mejor dicho, las diferentes religiones organizadas y “oficiales”, y los pensadores que querían crear una imagen mental del mundo real basándose en la razón, la lógica, los experimentos, las pruebas científicas. El mundo natural ofrecía regularidades que la mente humana podía observar, relacionar, explicar. Esta actitud tendía a poner en duda todos los niveles de autoridad. La autoridad política, quizá en primer lugar, sería repetidas veces criticada y cuestionada. Dos pensadores destacan en este campo: John Locke en Inglaterra, y Jean-Jacques Rousseau en Francia. En su Segundo tratado sobre el gobierno, Locke propone un gobierno basado no en el privilegio y la tradición sino en la buena voluntad y la generosidad, y una sociedad en la que la ley natural garantiza a todos el derecho a la vida, la libertad, la prosperidad. Rousseau, en su Contrato social, desarrolla un alegato emocional a favor de la democracia política. Las ideas de Locke influyen en la Declaración de Independencia redactada por Jefferson, y en Francia, tras la Revolución de 1789, las ideas de Rousseau inspiran la Declaración de los Derechos del Hombre.

Los pensadores de la Ilustración subrayan también que a lo largo de los siglos las leyes han sido escritas y ejecutadas en favor de las minorías y para opresión de las masas. En el futuro las leyes deberían inspirarse en la razón, el sentido común y el derecho natural. En su tratado Sobre los delitos y las penas, el italiano Beccaria aboga elocuentemente por la abolición de la tortura, y su libro ayuda a humanizar los sistemas judiciales y carcelarios –si bien la batalla, como sabemos, sigue incierta. En economía los pensadores, a partir de Adam Smith, afirman que los individuos, libres de interferencia gubernamental, podrán satisfacer mucho mejor sus propios intereses económicos, y al hacerlo así servirán también a los intereses, la prosperidad, la estabilidad e incluso la felicidad de la sociedad en general. El mensaje es claro: menos intervención de las autoridades, mayor libertad individual, énfasis en el racionalismo, la observación del mundo físico, la actitud experimental, la ciencia, la tecnología.

Los instrumentos básicos de la Ilustración fueron casi todos producto de la imprenta: folletos, libros, obras literarias, revistas, periódicos. La literatura desempeñó un papel importantísimo. Basta pensar en las novelas de Voltaire, en Candide sobre todo, pero también en los ensayos de Montesquieu, Tom Paine, y tantos otros. Todo este material lo distribuían los correos, las diligencias que cambiaban de caballos frecuentemente y alcanzaban así velocidades hasta entonces imposibles. Y no olvidemos las cartas, los poemas, las obras de teatro, incluso las canciones y óperas. Añadiremos otro elemento esencial: las nuevas ideas se difundieron a través de conversaciones, contactos humanos, reuniones en cafés y tabernas, elegantes salones sociales o literarios, pequeñas academias, sociedades de sabios, tertulias, saraos, bailes, conciertos. La Ilustración fue una fiesta perpetua. Frivolidad, ironía, ingenio, galanteos: nunca antes las ideas científicas, políticas, filosóficas, se habían combinado tan íntimamente con la vida social, la vida cotidiana, el quehacer y las diversiones de las minorías e incluso, a veces, de las masas.

La lucha a favor o en contra de las nuevas ideas liberales y científicas se desarrollaban en mil lugares, incluso, cabe sospechar, en la alcoba del rey de Francia, Luis XV. Leo en la biografía de la marquesa de Pompadour (amante del rey durante algún tiempo, y amiga y consejera del monarca por más de veinte años; amiga también de Montesquieu y de Voltaire), por Nancy Mitford:
 

Madame de Pompadour apoyaba a los Enciclopedistas contra los jesuitas y el arzobispo de Beaumont por todos los medios a su alcance. La Reina, el Delfín, y las hermanas del Rey, naturalmente, jalaban en dirección opuesta, y se apoyaban en el lado supersticioso del carácter del Rey. Así, por ejemplo, cuando murió Madame Henriette le dijeron al Rey que era venganza y castigo de Dios por haber permitido el Rey que se publicara en su reino aquella Enciclopedia sacrílega; algo que el monarca creía a medias, sobre todo en momentos de tensión emocional. Poco después de que se prohibió la publicación y venta de la Enciclopedia se celebró una cena de gala en el Palacio de Trianon. El Duque de La Vallière comentaba que no sabía de qué estaba hecha la pólvora. “Parece curioso que pasamos el tiempo cazando perdices, y a veces siendo cazados en las guerras en la frontera, y en verdad no sabemos cómo funcionan las armas de fuego.” Madame de Pompadour adivinó una oportunidad e intervino rápidamente: “Sí, ¿y los polvos para el maquillaje? ¿De qué están hechos? Si no hubiérais prohibido la Enciclopedia, Majestad, todo lo averiguaríamos en un momento.” El Rey ordenó que fueran a su biblioteca a buscar los volúmenes ya publicados, y muy pronto regresaron los criados, abrumados bajo el peso de los gruesos volúmenes, y todo el grupo pasó el resto de la velada leyendo los artículos relativos a la pólvora, el colorete de maquillaje, y otros detalles prácticos. Después de lo cual se permitió que los suscriptores pudieran recibir los nuevos volúmenes de la Enciclopedia, si bien no se autorizó su venta en las librerías.


No solamente nos han llegado anécdotas, documentos, memorias; hay también todo un aspecto visual de la Ilustración. Podemos examinar el retrato de Madame de Pompadour por Boucher, su pintor favorito, y apreciar su serena belleza, su expresión sensitiva y sensual, el brillo del brocado y las sedas de su suntuoso vestido. El busto de Voltaire por Houdon es una obra maestra de psicología y sugiere inteligencia, ingenio, ironía, incluso un toque de malicia.

Estos contactos humanos directos son los que echamos de menos en internet. La Ilustración fue en parte un juego de abanicos; internet es un juego de pantallas de computadoras.

La literatura ocupa en internet un lugar menos visible que el que tuvo durante la Ilustración, si bien se están empezando a publicar libros: novelas (una de Stephen King, entre muchas otras), ensayos, comentarios, poemas. Pronto podremos trasladar a pequeñísimas computadoras, que cabrán en la palma de la mano, todo un libro, o una serie de libros, para leerlos donde nos plazca.

Una vez más: nos es difícil juzgar un proceso que se desarrolla con insólita rapidez ante nuestra vista. Lo que le falta a internet, los contactos humanos directos, lo compensa con su masa, su volumen, su ubicuidad. Sin embargo, un factor esencial separa a Internet de la Ilustración: el movimiento de ideas del siglo XVIII creó un clima intelectual y emocional que influyó directamente en obras literarias; no es posible separar la Ilustración de estas obras, de la literatura creada en el siglo XVIII. Internet, en cambio, no es más que un vehículo transmisor; por sí solo no ha inspirado, que yo sepa, ninguna obra literaria. Incluso, técnicamente, no puedo pensar en una novela construida a base de mensajes electrónicos. En el siglo XVIII son numerosas, e importantes, las novelas construidas alrededor de un imaginario intercambio de cartas, lo cual demuestra otra vez que la Ilustración es fuente de creatividad, mientras internet lo es de un frenético intercambio de información.

Internet está afectando ya a un número muy considerable de nuestros contemporáneos. Más de la mitad de los hogares norteamericanos están conectados con internet, es decir, noventa por ciento de los adultos y adolescentes, y la proporción es todavía mayor en varios otros países, Finlandia entre ellos. Es, por tanto, un movimiento que afecta a las masas y que crece vertiginosamente. Excepto unos pocos países en África, algunas naciones-islas del Pacífico, Afganistán y Corea del Norte, el mundo entero es ya parte de internet. Es imposible hoy abrir una revista o leer un periódico sin encontrar direcciones electrónicas como parte de anuncios comerciales o de noticias.

Leo en un artículo del New York Times que “internet está transformando silenciosamente la estructura social del Japón, dando fama y dinero a pequeños agricultores como los Kimura [que anuncian por internet un nuevo tipo de pollos más sabrosos que los corrientes], dando mayores oportunidades a las mujeres, cambiando la forma en que los japoneses solicitan empleo o buscan admisión a un colegio, y, en general, erosionando las normas de conducta tradicionales”. Impacto que resultará especialmente poderoso en un país como Japón, dotado de una fuerte base tecnológica pero al mismo tiempo con un sistema social esencialmente conservador. Muchos grupos tradicionalmente marginados y sin influencia están encontrando en internet nuevas posibilidades de acción. Los agricultores y los dueños de pequeñas empresas pueden así escapar de un sistema de distribución sumamente burocrático y rígido que les quitaba la mayor parte de sus ganancias. Las pequeñas compañías pueden ahora aumentar su volumen de ventas y liberarse de lo que era, en el fondo, un sistema feudal. Conseguir un contrato importante implicaba meses de entrevistas, negociaciones, regalos, invitaciones a cenas de lujo y casas de geishas. Ahora se consigue con una página web y unos cuantos mensajes electrónicos. Y los empleados pueden buscar nuevas oportunidades con mensajes electrónicos sin pedir permiso a sus jefes. Estos cambios son, dentro del marco de la sociedad japonesa, simplemente revolucionarios. Me permito ahora formular mi tesis: aunque carece de ideología, internet puede resultar tan revolucionario como lo fue la Ilustración.

El éxito de Voltaire, Diderot y la Ilustración en general puede medirse en parte por el hecho de que las ideas de tolerancia, relativismo, democracia, y libertad individual que nacieron en el siglo XVIII forman parte hoy de nuestro horizonte intelectual y por tanto no nos parecen extraordinarias o revolucionarias. Sin embargo, fueron condenadas por subversivas por la Iglesia y el Estado en casi todos los países que recibieron su impacto. Trastornaban los principios tradicionales, minaban la autoridad de reyes y papas, destruían o corroían las relaciones feudales o semifeudales que imperaban todavía en el mundo occidental. Hoy es fácil constatar que existe un Tercer Mundo que espera todavía, y que necesita con urgencia, los cambios revolucionarios que la Ilustración introdujo en los países más avanzados de Europa y del Continente Americano. Quizá internet haga posibles tales cambios. Doy otro ejemplo, esta vez procedente de la India rural, en la región meridional, una de las más asediadas por la pobreza:
 

En este poblado en el extremo meridional de la India hay un templo centenario con dos puertas. Si entramos por la primera nos encontramos en el reino de la tradición. No pueden pasar esta puerta los hombres y mujeres de las castas inferiores, o las mujeres que están menstruando. En el interior los devotos llevan a cabo sus rituales acostumbrados y ofrecen sus plegarias. Detrás de la segunda puerta encontraremos la Era de la Informática; está abierta para todos. En un raro experimento social, los ancianos del pueblo han permitido que un ala del templo albergue dos computadoras que trabajan con baterías solares y que proporcionan a los habitantes de este pobrísimo poblado una inmensa cantidad de datos, desde el precio del arroz hasta las horas más propicias del día. (Cecilia Dugger, “La India rural se conecta con el mundo”, New York Times, 28 de mayo de 2000).


Los comienzos de internet son modestos. Creado como conexión entre un muy pequeño grupo de computadoras situadas en varias universidades norteamericanas, se desarrolla lentamente a partir de 1969 y después, en 1974, Vint Cerf y Robert Kahn crean un protocolo que da mayor flexibilidad al enlace: cualquier computadora puede conectarse con una o varias de la red al mismo tiempo. Otro protocolo, obra de Tim Berners-Lee, establece, en 1990, el llamado world wide web, que simplifica y multiplica las conexiones. El número de usuarios crece exponencialmente en muy pocos años. La posibilidad de que cualquier persona en cualquier país que posea una modesta computadora y establezca un contacto con una agencia distribuidora pueda publicar información disponible para todos los conectados con la red, crea una revolución que puede compararse con la invención de la imprenta por Gutenberg.

De repente nos encontramos con posibilidades casi infinitas de obtener información y establecer contactos. Esto nos obliga a tomar decisiones, escoger, mantener conversaciones a larga distancia, hacer preguntas, responder a otras preguntas. Cada individuo se siente parte de un todo muy complejo e imposible de limitar. Como peces nadando en un mar de información, de ofertas, de voces diversas, nos sentimos mucho más poderosos e influyentes que antes. La balanza del poder, antes resueltamente inclinada hacia la autoridad –gobiernos, iglesias, grupos tradicionalmente poderosos– tiende ahora a favorecer al individuo.

Internet nos ofrece una algarabía de preguntas y respuestas. Llegan a toda velocidad y pueden provenir de cualquier país. Con frecuencia los mensajes son impersonales en el sentido de que no vemos el rostro de nuestro interlocutor. No importa. Lo esencial es saber que la información y los contactos humanos están ahí, a nuestro alcance. Internet es, entre oras muchas cosas, una enciclopedia: menos ideológica que la de Diderot y D’Alembert, pero miles de veces más copiosa y, además, una enciclopedia que sigue creciendo con gran rapidez.

En un sistema autoritario, ya sea política o ideológicamente, el poder irradia desde el centro hacia la periferia. Internet ofrece un modelo totalmente distinto: una red, una telaraña, que nos permite, si queremos, evitar el centro y desplazarnos de un lado a otro del sistema, lateralmente, transversalmente, en zigzag. Y como nadie está a cargo de internet, no es posible –o es, por lo menos, muy difícil– castigar a los transgresores. Es cierto que este sistema es tan elástico que a veces parece invitar a los usuarios a una actitud irresponsable, incluso, a veces, criminal. Pero, por otra parte, los abusos y crímenes cometidos por los sistemas autoritarios han sido en el pasado, y siguen siendo en el presente, mucho más graves, e igualmente impunes.

Si ahora volvemos la mirada hacia el siglo XVIII y las primeras décadas del XIX, observaremos una reacción ideológica y política frente a las doctrinas liberales propugnadas por la Ilustración. La Iglesia católica condenó a Voltaire y a Diderot por impíos, y acabó lanzando anatemas contra el “modernismo” en general, etiqueta que incluye al liberalismo y al pensamiento científico. Joseph de Maistre es uno de los teóricos de la reacción y sus ideas influyen en las altas esferas de su época; Metternich, la Santa Alianza, los zares de Rusia a lo largo del siglo XIX –con excepción de Alejandro II, que libera a los siervos en 1961–, mantienen el poder en manos de las minorías tradicionales, y lo llevan a cabo con durísimas represiones, sin piedad y sin remordimientos. La solución propuesta y llevada a cabo por los países autoritarios fue aumentar los poderes de la policía y extremar el control de la censura sobre todos los medios de comunicación. Los gobiernos totalitarios del siglo XX, sea cual sea su supuesta ideología oficial, han seguido por este mismo camino. Insisto: los gobiernos totalitarios desconfían de internet, intuitivamente temen su influencia.

El siglo XX ha sido testigo del fracaso de dos grandes empresas totalitarias –la de Hitler y la de Stalin– y también del colonialismo. Pero los gobiernos totalitarios no han desaparecido del todo. Siguen atrincherados, resguardándose en parte del contacto con el resto del mundo, si bien el nivel de vida de sus habitantes sigue descendiendo. Una sociedad que ofrece a sus ciudadanos abundante información y múltiples posibilidades de elegir siempre resultará, a largo plazo, más productiva que una sociedad totalitaria. Aunque internet proporciona solamente una parte, quizá una pequeña parte, de la fórmula que llevará a nuestro siglo (y pienso ahora, sobre todo, en el Tercer Mundo) hacia la libertad, hacia una vida más sensata, más plena, más decente, más humana, debemos agradecer su aportación, que está apenas empezando a hacerse sentir.

(Es preciso confesarlo. El rapidísimo desarrollo de internet ha sido una sorpresa, sobre todo para las personas de cierta edad; los jóvenes, los muy jóvenes, los adolescentes, los niños, parecen haber nacido ya con las instrucciones necesarias para aventurarse por el world wide web, como si fueran navegantes de fines del siglo XV, explorando tierras y mares remotos. Pero, ahora, incluso los abuelos y las abuelas lo usan, aunque solamente sea para enviar mensajes electrónicos a sus hijos y a sus nietos.)

La Ilustración estaba madura, y muy activa, hacia mediados del siglo xviii. Antes de que terminara aquel siglo inmensos cambios ocurrieron, inspirados por las ideas de la Ilustración; entre otros, la independencia de Estados Unidos, iniciada en 1776, bajo el signo de la libertad, la independencia, la democracia, la tolerancia. Todo ello imperfecto todavía, pero prometedor. Y unos años después la Revolución Francesa de 1789, también imperfecta, pero también libertadora y llena de promesas. No puedo pensar en ningún resultado político concreto que se pueda atribuir a internet. Quizá es pedir demasiado, ya que internet llega a su plena madurez únicamente hacia 1990. Diez, once, doce años son escaso tiempo para juzgar el impacto de un movimiento tan vago, intangible, impersonal, carente de ideología. Internet es un río, no un barco que navega por el río.

Si nos preguntamos cómo, en qué forma, influirá internet en los próximos diez o quince años, nuestra mirada se dirigirá, sin duda, hacia el mundo occidental que lo ha creado: es casi obvio identificarlo con el destino de las clases medias en los países más evolucionados económicamente, y también con el futuro de los países que rápidamente se acercan al nivel de los países más prósperos. En este caso es un factor de progreso; un factor, entre muchos otros, que propicia el desarrollo de los contactos humanos, el comercio, los conocimientos, la ciencia, la tecnología, la educación. (Dejemos aparte los factores negativos tales como el estímulo, en ciertos casos, a la pornografía y la pedofilia, factores marginales y estadísticamente insignificantes.) Utilizaremos internet como hacemos uso de la electricidad, sin preocuparnos demasiado de dónde viene, cómo se genera, qué resultados concretos genera en nuestras vidas: está ahí, y eso basta.

Sabemos que prever el futuro es imposible, y sin embargo es también imposible, o muy difícil, dejar de especular acerca de un futuro inmediato que puede afectar nuestras vidas. En particular: los más distinguidos futurólogos han fracaso en su intento de prever qué rumbo va a tomar un país tan extenso y potencialmente tan importante como China. La actitud del gobierno chino con respecto a internet es ambivalente, y ello tampoco nos ayuda en nuestro papel de futurólogos. Por una parte, el gobierno teme las consecuencias sociales y políticas de un desarrollo masivo de internet en China. Por otra, reconoce que sería utilísimo para reforzar los contactos científicos, humanos, sociales, entre los diversos grupos que componen la sociedad china, y entre esta sociedad y los países industrializados. Internet existe, y es muy activo, en Japón, Taiwán, Corea del Sur, Hong Kong, Singapur, todas ellas naciones o naciones-ciudades (Singapur, Hong Kong, independiente la primera, semiindependiente la segunda) que mantienen activísimos contactos con la gran China continental. De la solución a este problema de ambivalencia, de decirle al mismo tiempo sí y no a internet, puede muy bien depender el futuro próximo de China. ¿Cómo limitar internet a una función meramente transmisora de datos tecnológicos y científicos, y evitar el aspecto social, humano, ideológico, político, de internet? Es un problema no resuelto y que quizá no tiene solución. Internet es como una corriente, un fluido, un inmenso río. Los barcos totalitarios que se arriesgan a navegar en él están expuestos a constantes averías y vías de agua: el fluido penetra por los más pequeños agujeros, inunda la sentina, va subiendo hasta el primer puente; pronto el barco empezará a inclinarse hacia un lado y se hundirá.

Antes de que los últimos volúmenes se imprimieran, el editor de Diderot, Le Breton, temeroso de que el gobierno incautara la edición, censuró y mutiló seriamente muchos artículos de la Enciclopedia, ya en pruebas de imprenta, sin que Diderot se diera cuenta de la maniobra.

Este triste destino no puede afectar a los miles de textos que se están publicando en internet. Tecnológicamente capaz de difundir un volumen de textos muchos miles de veces superior a la vieja Enciclopedia, internet está tan descentralizado que escapa casi totalmente a cualquier restricción burocrática, a cualquier sistema de censura. Y se inicia ahora una nueva fase, con textos e imágenes transmitidos vía satélite, con receptores manuales o teléfonos celulares especiales, que lo convertirán en un medio de más fácil acceso, más barato, al alcance de nuevos millones de usuarios. De esta forma el plan de Diderot para construir un mundo mejor, así como las aspiraciones de toda la galaxia de escritores, filósofos y científicos de la Ilustración, darán un paso más hacia su plena realización.