MARTES Ť 20 Ť MARZO Ť 2001
Ť Ugo Pipitone
Líos argentinos
Después de casi tres años de recesión llega ahora, en las alas recién estrenadas del nuevo ministro argentino de Economía, un plan de ajuste fiscal que expresa, una vez más, la preocupante estrechez de criterio del Fondo Monetario Internacional (FMI). El ajuste propuesto, de 2 mil millones de dólares para este año, surge de la necesidad de cumplir con el compromiso entre el gobierno argentino y el FMI, que prevé un déficit presupuestal máximo para 2001 de 6 mil 500 millones de dólares.
El nuevo ajuste implicará la eliminación de programas de salud y asistencia social, reducción de transferencias a las universidades y a las provincias, despido de (se calcula) 30 por ciento de la administración pública. Frente a la radicalidad de estas medidas podría incluso decirse que la medicina es amarga, pero que no había alternativas. En este caso, sin embargo, las cosas no están así.
La economía argentina tiene varios problemas que las medidas propuestas por el nuevo ministro de Economía no sólo no resolverán, sino que probablemente contribuirán a agravar. ƑA cuáles problemas nos referimos? A tres que configuran un casi perfecto círculo vicioso. En primer lugar, la política de paridad entre peso y dólar que ha convertido el país en uno de los más caros del mundo. En segundo lugar, la debilidad exportadora argentina, cuyo cociente de exportaciones a producto interno bruto se mantiene por debajo de 10 por ciento. Lo que debe compararse con 31 por ciento de México y con 28 por ciento promedio entre los países de mediano ingreso del mundo. Es obvio que no es fácil encontrar algo que pueda exportarse (además de carne bovina) con los precios predominantes en la economía argentina y con el tipo de cambio bloqueado en una paridad obsesiva.
En tercer lugar, las frágiles bases fiscales en que se basa el gasto público. Los ingresos fiscales corrientes en Argentina giran alrededor de 11 por ciento del PIB. Tal vez no se trate de que Argentina imite a Suecia (donde el cociente en cuestión alcanza 37 por ciento), pero no llega ni a 20 por ciento de Estados Unidos, que no puede ser considerado un país de alta fiscalidad, indica un grave problema de financiamiento del gasto público. Para colmo, el actual viceministro de Economía acaba de declarar que los ahorros obtenidos con el aligeramiento del sector público se destinarán a reducir los impuestos. Exactamente lo contrario de lo que se requiere.
El tipo de cambio se ha vuelto aquí (junto con el vínculo de una oferta monetaria limitada a la disponibilidad de dólares) la principal ancla antinflacionaria. Y así, en vez de combatir la inflación vía productividad, el incremento de los precios es exorcizado al costo de impedir la proyección internacional de las empresas argentinas y de convertir el país en una especie de Tercer Mundo que no tiene ni la ventaja de los bajos costos.
Después de la hiperinflación de los 80, cuando los precios crecieron arriba de 400 por ciento anual, la paridad con el dólar jugó un papel positivo en abatir precios enloquecidos. Pero Argentina ha convertido la emergencia en una especie de eternidad ortodoxa que destruye sus exportaciones, reduce la base fiscal gravable y congela el mercado interno. Reconstruir un mínimo de viabilidad al presupuesto supone un aflojamiento progresivo del tipo de cambio. Pero ni el FMI ni el gobierno argentino han dicho una sola palabra a este propósito.
Resultado: un pueblo que hace año y medio votó por un ejecutivo de centroizquierda, se encuentra ahora con un gobierno de centroderecha que, además, siente la necesidad de dar muestra pública de una blindada ceguera ortodoxa. Un evidente fraude político: los electores votaron en una dirección y ahora se ven arrastrados en la dirección contraria. Pero, además, uno, ya entregado al desconsuelo, se pregunta Ƒvalió la pena tanto esfuerzo para liberarse de Menem?